lunes, julio 14, 2008

VOLVIENDO A CASA

“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
(Lucas 19:10)

Cuando leemos la historia de Zaqueo, que concluye con este versículo, tendemos siempre a pensar en aquellos que viven por fuera de los propósitos divinos por no contar con la luz de Jesús en sus vidas, pero ¿y qué de los que creemos pero no vivimos como hijos de Dios?

Escribo estas líneas después de un prolongado receso. El 15 de marzo de 2006 empecé a escribir esta especie de diario espiritual con el que de alguna manera mantenía encendida la llamita de mi servicio a Dios. Quienes me han bendecido con su lectura a lo largo de estos casi dos años y medio han sido testigos de cómo el Señor ha ministrado mi vida y ha hablado a mi corazón en este tiempo. Varios han sido muy generosos conmigo y personalmente o aún por correo me han estimulado para que siguiera adelante. Entiendo que a través de este medio Dios me da la posibilidad y el privilegio de bendecir a otros, y que en ocasiones Él se vale de estas reflexiones para entregarle a alguien una palabra oportuna.

Pero estos últimos tiempos han sido en lo personal tiempos de formación, y aunque Santiago 1:2 nos invita: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas”, debo reconocer que hay momentos en los que es particularmente difícil experimentar el “sumo gozo”. No sabría decir qué sería de mí si no lo tuviera a Él, pero tengo que aceptar que a veces aún teniéndolo las cosas no parecen fáciles, y hay épocas particularmente desérticas, en las que ni siquiera escribir resulta fácil.

Como decía al comienzo, cuando Jesús vino a buscar lo que se había perdido no solamente estaba hablando de los pecadores. También, y así lo creo, de quienes siendo hijos vivimos como si fuéramos huérfanos. En este tiempo el Señor me ha venido hablando de la necesidad de recuperar la adoración al Padre, de restablecer la búsqueda de la comunión íntima con Él a la manera de Jesús. La oración que Nuestro Señor elevó al Padre en Juan 17 estaba focalizada en Su relación con Él, pero en nuestro andar diario a veces lo olvidamos.

Por diversas razones, no pude asistir ayer a la iglesia en la que usualmente me congrego, así que para no perderme de este tiempo de comunión fui a otro lugar que amo entrañablemente. El pastor Alfonso Restrepo nos dijo que nuestra adoración es huérfana, que muchas veces está más enfocada en nosotros (renuévame, purifícame, sáname, cámbiame, dame, etc.) que en Él. Nos recordó el anhelo del Padre por encontrar adoradores que en espíritu y verdad Le adoren, que vuelvan sus corazones a Él y que recobren la relación de amor con la que el Padre siempre soñó, como punto de partida para un nuevo proceso de sanidad y restauración. El sueño de Dios, nos dijo, es que volvamos a la casa de Papá.

Me pregunto si a veces la rutina en la que cae nuestra vida espiritual nos impide vivir realmente como Hijos. No se trata simplemente de creer esta verdad espiritual, sino de que nuestros actos cotidianos la reflejen. Hay “hijos pródigos” que menosprecian la herencia de su padre y la dilapidan, hay “hermanos mayores” que no aprovechan lo que tienen y que solo se confrontan con ello cuando ven al padre extender los beneficios a esos pródigos. Pero hay una tercera categoría, los que sin ser como los primeros tomamos distancia del corazón del Padre, aún sin ser conscientes de ello.

No quisiera que me malentendieran, no estoy hablando de personas que le dan la espalda a Dios. Algunos inclusive podemos seguirle sirviendo, en distintos roles, y aún compartir de Su Palabra. A lo que me refiero es al nivel de intimidad con el Padre que debe haber en nuestra vida interior, un nivel cuya profundidad e intensidad sólo el Padre puede calibrar, pero del cual solo el Espíritu de Dios puede revelarnos en qué estado nos encontramos.

Mi invitación hoy es sencilla. Papá quiere que vuelvas a casa, pero necesitas un corazón humilde y dispuesto para entender y reconocer hasta qué punto te has alejado de ella. Mientras insistas en que todo está bien, rescatar la comunión no será posible, y te perderás de la bendición.

Anhelo volver a casa. Deseo fervientemente que en mí se cumpla la petición que el Señor le hizo al Padre Celestial: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:20-23). Sé que el desierto parece menos árido cuando lo recorro en brazos de Papá.
Bendiciones sobreabundantes para ti en este día,

JORGE HERNÁN