sábado, octubre 16, 2010

UNA REFLEXIÓN

Leo la siguiente noticia aparecida en la prensa internacional hace cerca de un mes: “Uno de los episodios más dramáticos del Antiguo Testamento, cuando durante el éxodo de los hebreos Moisés logró dividir las aguas del Mar Rojo, pudo haber ocurrido en realidad, según revela un nuevo estudio realizado por científicos estadounidenses. Pero este evento descrito en la Biblia habría sido ocasionado por extrañas condiciones meteorológicas y no por la mano de Dios, como se relata en la Biblia, publica el Daily Mail. La investigación, soportada en sofisticados modelos computacionales, sugiere que ráfagas de viento muy poderosas pudieron haber dividido las aguas del mar tal y como lo plantea el éxodo.”

¿No es sorprendente cómo el ser humano se empeña en buscar explicaciones racionales de la obra de Dios? Corazones endurecidos y mentes entenebrecidas, que han olvidado que “He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia ( Job 28:28, RV60)”. El genio científico Stephen Hawking demostró la diferencia entre lo que es la sabiduría a los ojos del Señor y la “sabiduría” humana, al afirmar también que Dios no existe, en una evidente demostración de falta de temor de Dios. Es de esta clase de “sabios” y “entendidos” de la que hablaba el Señor a través de Mateo cuando dijo que había escondido Sus cosas de ellos para revelárselas a la gente sencilla, a quienes son como niños.

Por siglos los hombres con ínfulas de ilustrados han indagado, y encontrado a su satisfacción, explicaciones técnicas, científicas y creíbles para ellos que desdibujan la gloria del Creador para dársela a la creación. Las sanidades milagrosas terminan justificándose incluso en la autosugestión, y aún eventos como la resurrección encuentran osados autores de hipótesis rebuscadas que le den un matiz de racionalidad fácilmente digerible.

El problema del mal, presente desde la Caída, ha inquietado a intelectuales por años, pero muchos de ellos lo han resuelto asesinando a Dios, o simplemente suprimiéndolo de la historia, para no tener que entrar en la aparente contradicción de un Dios que permite que a la gente buena le ocurran cosas que son malas.

El tema es que la respuesta última no está en la razón, y no es comprensible desde la orilla de la limitada mente humana, que a pesar de todo su potencial, es incapaz de albergar el concepto de un Dios ilimitado y trascendente que no alcanzamos a discernir plenamente solo porque no se mueve en las dimensiones en que nosotros lo hacemos. Ni en el tiempo, ni en el espacio, ni en ninguna otra de las que Él concibió para que nuestra mente finita lograra captar algo de la majestuosidad del universo.

Carecer de fe me parece más difícil que tenerla. En un mundo que nos da tantas y tan maravillosas evidencias de la presencia de Dios – que se revela a través de Su creación – me resulta increíble que haya gente que se resista a creer.

El Señor cada día hace milagros, de todos los tamaños y variedades. Y necesitamos de la guía de Su Espíritu para ser sensibles a Su obra y hacer conciencia de la permanente intervención divina en el mundo natural.

Nuestro sorprendente Dios nos siga bendiciendo,

JORGE HERNÁN

LAS ZORRAS PEQUEÑAS

“Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne”

(Cantares 2:15, RVR 1960).



El Señor nos ha llamado a vivir en santidad (1 Pedro 1:15-16). Y la santidad implica consagración total, exige que no nos demos licencias, que renunciemos voluntaria y decididamente a no vivir un cristianismo mediocre lleno de fisuras en su testimonio sino que por el contrario tengamos un compromiso total con Cristo, con todo lo que ello implica y supone.

La Palabra nos advierte “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12, RVR 60), y usualmente los creyentes mantenemos razonablemente la guardia frente a lo que creemos que son “grandes” pecados. Creemos equivocadamente que, siguiendo la cita del autor de Cantares, si las zorras grandes no están acechando nuestro viñedo no tenemos nada que tener así que procuramos cuidarnos de lo que pensamos que puede corrompernos. Pero nos olvidamos de las pequeñas, las que realmente pueden echarlo todo a perder, e incluso somos complacientes, falsamente tolerantes con ellas cuando las vemos pasar. Atentos a los grandes depredadores, dejamos colar a los pequeños pero destructivos microbios que inoculan virus en nuestras vidas espirituales. Y lo que empieza a ocurrir es un fenómeno de corrosión, demoledor, que ataca todas las áreas de nuestra vida. Por ello tenemos que estar alerta frente a este tipo de amenazas.

Las zorras pequeñas se atacan en su guarida, que es la mente. Allí es donde empieza la tentación, para luego afectar las emociones y sacudir la voluntad. Las influencias espirituales negativas normalmente encuentran un buen caldo de cultivo en un alma enferma y dispuesta a transar aún en materia de principios y valores.

Una mirada indiscreta, una palabra vulgar, una respuesta grosera, un chisme, una mentira “piadosa”, una caricia indebida… pecados que minan nuestro carácter y gangrenan lentamente nuestra comunión con Dios, en especial cuando nos permitimos tolerarlos porque “todo el mundo lo hace”, “eso no tiene nada” y mil excusas semejantes. Nos auto-engañamos solo para justificar nuestros errores y complacientemente decimos que son solo “pecaditos”, como si el diminutivo les restara gravedad.

A veces son aspectos cuya inconveniencia nos incomoda, malos hábitos que nos resistimos a dejar porque nos repetimos una y otra vez que Dios nos ama como somos, olvidando que tal vez porque nos ama tanto no quiere que permanezcamos en lo que a Él no le agrada. Bien dijo Pablo que todo nos es lícito, pero no todo nos conviene (1 Corintios 6:12) y hay acciones, actitudes y comportamientos que con toda franqueza en nuestro corazón sabemos que no glorifican al Señor sino que más bien le desagradan.

Otras veces son pecados que no queremos abandonar, torciéndole el espinazo a las Escrituras aunque ellas nos adviertan que se trata de cosas que el Señor francamente aborrece, como la altivez, las maquinaciones, o la cizaña (ver Proverbios 6:15-17).

Vivir en santidad significa que debo tener cuidado con el uso que le doy a mis sentidos corporales porque ellos son la puerta que pone a trabajar el alma. Por ver lo que no debo, por oír lo que no debo, por tocar lo que no debo, por oler lo que no debo, por palpar lo que no debo es que mi mente empieza a funcionar indebidamente, no para rendir alabanza al Creador sino para responder a los estímulos externos con los que Satanás busca distraernos de nuestro propósito. Y la combinación de lo sensorial con los pensamientos inapropiados sacude en nosotros las emociones, que en ellas mismas no son buenas ni malas pero manipuladas por el enemigo se convierten en una bomba de tiempo que hace estallar la voluntad en mil pedazos. Por eso al final terminamos haciendo lo que en lo más profundo de nuestro ser sabemos que no conviene.

Dice Sergio Scataglini que fuimos “creados para ser la foto de Dios”. Hechos a imagen y semejanza Suya, nuestro deber es llevar en alto Su nombre. Por algo cuando el Señor trazó los diez mandamientos advirtió “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano porque no dará Jehová por inocente al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7, RVR 60). Decir que somos cristianos, seguidores de Cristo o discípulos de Cristo entraña una inmensa responsabilidad, por ello no podemos ostentar esta dignidad con ligereza, justamente por eso. Porque es una dignidad y un honor por los que nuestro buen Jesús pagó con Su vida en la cruz del Calvario.

Quiero vivir “a la manera de Cristo” como dice una canción, y el Señor me está inquietando profundamente con relación a lo que representa el llamado a vivir en santidad. En lo personal, estoy trabajando en ello. Hoy oro al Padre pidiendo que el Espíritu Santo te ilumine a ti, que lees estas líneas, y te ayude a vivir por fuera de las zonas grises, lejos de la tibieza y la mediocridad, comprometido con el propósito de Dios para tu vida.

Bendiciones,

JORGE HERNÁN

martes, agosto 10, 2010

FE Y PACIENCIA

"Deseamos que sigan con ese mismo entusiasmo hasta el fin, para que reciban todo lo bueno que con tanta paciencia esperan recibir. No queremos que se vuelvan perezosos. Más bien, sin dudar ni un instante sigan el ejemplo de los que confían en Dios, porque así recibirán lo que Dios les ha prometido."
(Hebreos 6:11-12, TLA)

Unos amigos se reúnen semanalmente a estudiar la Palabra. Las dos últimas semanas estuvimos hablando de la preocupación. Repasamos varios versículos bíblicos en los que el Señor nos insta a no ocuparnos de las cosas que no han pasado. Finalmente, nuestro foco tiene que estar en el presente, no en un pasado que no podemos cambiar ni menos aún en un futuro que no podemos controlar. Leímos citas muy conocidas que hablan de descansar en Él invitándonos a dejar verdaderamente en Sus manos el control de nuestras vidas (Mateo 6:25-34, Jeremías 29:11, 1 Pedro 5:7, entre otras). A medida que avanzábamos por la Palabra pensaba en cuántas veces había leído estos versículos, que casi podía recitar de memoria. En mi mente hay absoluta claridad de las implicaciones que tiene reconocer el señorío de Cristo y saber que Él está a cargo de todo. De hecho, pensaba, estas verdades escriturales son evidentes e indiscutibles para mí desde hace años, las he probado y calibrado infinidad de veces y puedo testificar que son ciertas porque se han hecho vida en mi vida.

Pero a Dios le gustan los cursos prácticos y en el módulo "Confianza", materia "Preocupación", tenía un examen práctico, así que al día siguiente estaba enfrentando una situación real y cotidiana de esas en las que la vieja naturaleza susurra a nuestro corazón "imposible no preocuparte", y el enemigo soterradamente trata de imprimir en nuestra alma la sensación de que si nos preocupamos estamos siendo negligentes. Es decir, cambia el enfoque verdadero por uno impostado que nos lleva a centrarnos en la dificultad en lugar de poner los ojos en Jesús. Es el punto de vista de los espías que según relata el libro de los Números fueron enviados por Moisés a tierra de Canaan y que vieron gigantes inderrotables allí donde Josué y Caleb vieron una oportunidad de glorificar el nombre de Dios venciendo la situación.

El Señor nos confronta, nos pregunta al fondo de nuestro corazón de qué tamaño es nuestra fe. Ni siquiera como un granito de mostaza, como Jesús lo dejó en evidencia. En medio de la tempestad gritamos desde el alma: "Sálvanos, que perecemos". Ojos puestos en las circunstancias, cuando debieran estar fijados en Jesús.

Y el domingo en la iglesia leemos el relato de Abraham tal y como se narra en Hebreos, como una historia de fe. Y allí se revela el cumplimiento de las promesas de Dios cimentado en dos elementos: confianza y paciencia. Creerle a Dios y esperar en Él. No se trata de movernos en el tiempo de Dios, a fin de cuentas Él es atemporal, más bien el asunto radica en no perder el entusiasmo y esperar el tiempo que Dios ha trazado para nosotros a fin de forjar nuestro carácter en la espera. Tampoco consiste en ser perezosos, como advierte el autor de la carta, pues nuestro deber como creyentes es vivir una vida cristiana en excelencia haciendo lo posible y permitiendo que Dios se ocupe de lo que creemos imposible.

Lo cierto es que en el catálogo de cosas que debemos añadirle a la fe en 2 Pedro 1, la paciencia ocupa un lugar importante. Y en Santiago 1:3 el apóstol las enlaza magistralmente cuando dice: "sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia" (RV60). Así que entiendo que debo ser persistente, no dando lugar a la duda ni a la vacilación, sino más bien confiando pacientemente en la intervención de Dios.

Bueno, he tenido que aprender a ver de lejos cómo evolucionan las cosas cuando no existe virtualmente ninguna manera en la que yo pueda alterar el curso de los hechos. Solo me queda seguir el ejemplo al que me invita el autor de la carta a los Hebreos y entregarle verdaderamente mis preocupaciones al Señor sabiendo que Él se encarga de tratar con ellas a medida que crece mi compromiso de tratar con Él. Renuncio pues a controlar lo inmanejable y más bien opto por reconocer que Su Señorío implica hacer realidad en mi vida el hecho de que Él es mi piloto, como lo compartí hace algunos días.

Dios te siga bendiciendo,

JORGE HERNÁN

lunes, julio 26, 2010

EL PECADO DE DEPENDER DEL FUTURO

"No te jactes del día de mañana, porque no sabes lo que el día traerá"
(Proverbios 27:1, NVI)


Escucho una prédica en mi iglesia sobre la mujer que padecía de un flujo de sangre. El pastor llama la atención sobre el hecho de que esta mujer aprovechó la oportunidad en cuanto la tuvo. No esperó un día más, sino que se abrió paso entre la multitud y buscó a Jesús. "Un día de estos", dijo el pastor, "no existe en el calendario. No es uno de los días de la semana." Nos llamó la atención sobre el hecho de que no debemos postergar lo importante, el día es hoy. Vivimos en tiempo presente. Ayer ya pasó y mañana no ha llegado.

Existe un famoso sermón de Dante Gebel llamado "Una noche más con las ranas". Habla del relato de Éxodo 8 cuando Moisés, a instancias del faraón, que estaba desesperado con la plaga de ranas que el Señor había enviado a Egipto, le dice "Dígnate indicarme cuándo debo orar por ti, por tus siervos y por tu pueblo, para que las ranas sean quitadas de ti y de tus casas, y que solamente queden en el río" (Ex 8:9, RV60). La sorprendente respuesta del faraón fue: "Mañana" (Ex 8:10). Ni la fetidez del olor de las ranas que estaban por todas partes, aún en los aposentos reales (¡sobre la cama misma del faraón!), ni los miles de ranas muertas a golpes o simplemente estripadas hicieron que el gobernante egipcio clamara: "¡Ya mismo!". Esa actitud, clásica del ser humano, se constituye en un pecado terrible: la posposición, dejar para mañana lo que podemos hacer hoy.

Como el faraón, que decidió pasar una noche más con las ranas, nos quedamos cómodos consintiendo nuestros pecados, nuestros vicios, nuestras debilidades, prometiendo siempre que mañana, un día de estos, vamos a cambiar. Nos relajamos y nos autoengañamos asegurándonos a nosotros mismos que ya pronto terminaremos de despojarnos del viejo hombre. Como en la canción, "a partir de mañana" empezaremos una nueva dieta, una nueva disciplina espiritual, una nueva rutina de ejercicios. A partir de mañana, nos decimos a nosotros mismos y a todo el que quiera oírnos, todo será distinto. No importa que mañana no esté en nuestras manos, insistimos en que es posible el cambio. O talvez lo hagamos "un día de estos"... así de vago, así de impreciso. Olvidamos que no podemos jactarnos de un futuro que solo depende de Dios y que hablar de mañana, desde el punto de vista del Señor, es un comportamiento soberbio, malo y jactancioso (Santiago 4:16).

¿Por qué esperar? Hace tiempos quería escribir sobre este tema pero consideré que mejor lo hacía después, en un futuro... Existe un anglicismo para definir esta conducta: "procrastinación", y los psicólogos lo definen como la tendencia recurrente a evitar o postergar conscientemente lo que se percibe como desagradable o incómodo. Parecería ser el mal de nuestros tiempos, sobre todo porque al menos a nivel consciente no lo asociamos con una molestia. Dejamos para mañana la búsqueda de una mejor oportunidad laboral, postergamos el juego con nuestros hijos, aplazamos la decisión de estudiar algo que nos mejore el perfil profesional, posponemos una cita médica, dejamos para "después" una labor que nos encomendaron, retrasamos aún el cumplimiento del llamado que Dios nos hizo. En este último sentido, de una manera particular, muchos quieren esperar el instante en que sean cegados por un rayo celestial y caigan del caballo, o el momento en que se abran los cielos y se despliegue una luz de lo alto acompañada de una voz en off que les indique el camino a seguir. La otra opción, la que se desecha, es hacerlo ya.

Posponer las cosas es malversar el tiempo, un recurso precioso que nos dio el Señor, pero que no es acumulable ni reemplazable. Y nosotros disfrazamos este desperdicio diciéndonos a nosotros mismos que no tenemos tiempo, que estamos demasiado ocupados, que tenemos otras cosas que atender. El problema es que colamos el mosquito y nos tragamos el camello, como advierte la Escritura porque con frecuencia nuestro sistema de prioridades está trastocado frente a los patrones bíblicos, así que no ordenamos esas prioridades como lo haría Dios.

Decía Lord Chesterfield Stanhope en las Cartas a su hijo: "Conoce el verdadero valor del tiempo; no lo dejes pasar, aprovéchalo y disfruta cada momento. Nada de ociosidad, nada de pereza, nada de dilaciones: nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Y en la misma sección en la que Santiago está hablando de nuestra jactancia con relación al futuro concluye diciendo "...Si ustedes saben hacer lo bueno y no lo hacen, ya están pecando" (Stg 4:17, TLA). Así que si sabemos que debemos hacer algo hoy, aprovechar la oportunidad, no dejar pasar el momento pero no lo hacemos estamos pecando. Como dice un viejo chiste, en nuestro vocabulario cotidiano "mañana" significa simplemente "hoy no".

Debo confesar que, al igual que muchos cristianos, necesito batallar arduamente contra este pecado en mi vida. Y hoy quiero alentarte a que hagas lo mismo. Empezando desde ya. Porque la tentación a mantenerme en él es fuerte, mi vieja naturaleza me susurra: "Oye, sí, desde mañana tienes que trabajar en eso". Y es entonces cuando entiendo la importancia de no seguir dependiendo del futuro.

Bendiciones sobreabundantes en Cristo,

JORGE HERNÁN

lunes, julio 12, 2010

MI AMIGO JESÚS

"Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer"
(Juan 15:15, RV60)


Hace unos días una muy querida amiga me escribió pidiéndome consejo acerca de cómo orar. Más allá de la respuesta a la pregunta, sin embargo, el Señor la utilizó como instrumento para hacerme ver cuánto se había enfriado mi relación con Él. Al leerla vinieron a mi mente otras épocas en las que mi comunión con Dios era intensa y estrecha, entendí aquella parte de la parábola del sembrador que está en Lucas 8:14, y me dí cuenta cuán fácil es que lo cotidiano nos distraiga de Él. La Palabra ahogada entre espinos...

Lo cierto es que compartía con mi amiga sobre Ricardo, un hombre de mi edad quien casualmente figura en mis registros como mi más antiguo amigo: ¡¡¡aparece en las fotos de mi primer cumpleaños!!! Lo quiero con toda mi alma pero lo veo poco, una vez al año o a veces menos, pero para mí es una experiencia sumamente grata reencontrarme con él, desatrasarnos de los acontecimientos que han marcado nuestras vidas e incluso de vez en cuando recibir un consejo. Le decía que creo que es la fuerza del cariño la que mantiene viva nuestra amistad.
Y este ejemplo me ilustra perfectamente la manera en qué funciona mi amistad con Dios.

He aprendido que Dios ama incondicionalmente, sacrificialmente, incansablemente, y proactivamente. Y que por eso cada vez que recurro a Él en oración me encuentro a Alguien muy bien dispuesto a seguir creciendo en Su relación conmigo, la que el mismo Autor de la Creación, respetando mi libre albedrío, decidió dejar en mis manos. Cuando ha pasado un tiempo en el que la relación se enfriado por mi cuenta, reduciendo y espaciando el tiempo dedicado a Él, conversando simplemente sobre cosas superficiales o pidiéndole cosas de acuerdo a mis necesidades más elementales, no me encuentro del otro lado con un interlocutor disgustado que me reprocha - aunque podría con toda justicia - por mi ingratitud, mi inconstancia y mi silencio sino que antes bien se deleita con mi compañía como yo debiera deleitarme en la Suya. Siento que cuando Lo busco, Él sonríe dulcemente y me invita a pasar a Su mesa.

Hace tiempo escuché a alguien que predicaba sobre la oración y decía que pasar tiempo con Dios requiere de nosotros que existan el deseo, la disciplina y el deleite, y parte de nuestro tiempo de oración mismo debe ser pidiéndole al Señor que avive estos tres elementos en nosotros, para que no nos rutinicemos, para que no nos aburramos, para que no desfallezcamos.

Me digo a mí mismo que por causa del pecado de posponer las cosas he dejado siempre para "después" el retomar con fuerza el hecho de cultivar mi amistad con Dios. Él me enseñó que para construir una amistad se requiere de dos personas y que por muchos esfuerzos que haga una de ellas la relación no fluirá mientras no haya una decisión conjunta de cimentarla, construirla y edificarla cada día. Lo mejor es que Él ya hizo su parte "por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es de su carne" (Hebreos 10:20, RV60) a través del cual nos invita a acercarnos confiadamente a Su presencia. La mía, simplemente, es buscarlo.

Ver al Señor en su dimensión como "amigo" es lo que nos permite acudir ante Él en oración conversando de una manera natural y espontánea. Sin tapujos, caretas ni máscaras. Sin preparación ni formalismos, tal como soy. Simplemente hablo, como me sale del corazón, digo las cosas como las pienso y las siento, sin adornos ni disimulos. Y de vez en cuando hago una pausa para escuchar. Con el Señor, aquieto mi alma y le pido que hable a mi corazón, que me responda de alguna manera que yo pueda entender y me preparo y dispongo para hacerlo.

A ese Amigo es al que quiero reencontrar. Y te invito a que si has bajado la guardia en tu tiempo con Él, hagas lo mismo. Al final, es el único amigo que nunca te va a fallar. Y si tu vida de oración, por el contrario, va en espiral ascendente, no te descuides, recuerda que cuando creemos estar más firmes mayor cuidado tenemos que tener para no caer.

Dios te siga bendiciendo,

JORGE HERNÁN



miércoles, abril 21, 2010

DIOS NO ES MI COPILOTO

No, no es ni debe serlo. Pese a lo bien que se ve la calcomanía- tan de moda hace varios años -que lo anuncia, la verdad es que cuando he tomado el control del volante de mi vida para sentar a Dios a mi lado, las cosas no han funcionado como debieran. Muchos conductores creen que nadie los supera frente a un timón y prefieren que todos los que van con ellos, copiloto y pasajeros, guarden silencio.

Cuando Dios es mi copiloto tiendo a callarlo, a decirle incluso educadamente que quien voy manejando soy yo, no Él. Tiendo a creer que yo sé cuál es el mejor camino, a veces inclusive buscando atajos que no son del todo legítimos y me autoconvenzo de seguir mis instintos. El copiloto suele ser un acompañante que en ocasiones sirve de guía o apoyo a quien va conduciendo. Pero mi Dios es más que eso, Él es quien tiene el control. De hecho, su rol es el de piloto: el que conduce, gobierna, dirige. Mi vida es el vehículo. Y Él quien está a cargo.

El riesgo de sentarme en el puesto que a Él le corresponde es enorme: para ponerlo en términos actuales, carezco de GPS. Él no. Desconozco cómo sortear ciertos obstáculos. Él no, de hecho convierte los montes en caminos. Puedo ir demasiado rápido o demasiado despacio. Él va siempre a la velocidad precisa. La imprudencia me puede incluso ocasionar algún tipo de accidente. Él siempre es prudente y sabe qué es lo mejor en cada situación. Pero hay algo mejor: Él es el Fabricante, así que sabe exactamente lo qué hay que hacer para corregir el menor desperfecto o arreglar el peor desastre en mi vida.

Definitivamente es mala idea tratar de tomar el lugar que nadie me asignó.

"Porque tú eres mi roca y mi castillo;Por tu nombre me guiarás y me encaminarás." (Salmo 31:3, RV60)

miércoles, febrero 24, 2010

VALOR AGREGADO

"Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia"
(Filipenses 1:21, RV60)

Releo estas palabras de Pablo, que la mayoría de los cristianos recitamos casi que de memoria y me resulta inevitable pensar en lo poco que a veces realmente interiorizamos la Palabra de Dios.

Supongamos que esta mañana veo en una publicidad un automóvil que me llama mucho la atención, así que voy al concesionario más cercano y pido verlo. El vendedor, amablemente, me pregunta exactamente qué es lo que quiero. El asunto es que - al menos en los vehículos denominados "de gama baja" y "de gama media" - normalmente hay una "versión básica" cuyo precio es el que anuncian los diarios y dependiendo de lo que yo quiera puedo encontrar una "versión full" que puede incorporar cosas como sunroof, cojinería de cuero, elevavidrios eléctricos, etc. Si, finalmente lo que yo necesito es algo para movilizarme, sin demasiados lujos, y si además mi presupuesto es limitado, probablemente optaré por la "versión básica". Al fin y al cabo, todos los accesorios son suntuarios, un valor agregado que me aporta comodidad y quizás algo de lujo, pero al mismo tiempo algo totalmente prescindible.

Lo triste es que para muchos de nosotros Cristo es un "valor agregado", exactamente igual a los accesorios del automóvil. Ayer, en un muy grato tiempo de edificación mutua, un amigo me compartió esta idea que me pareció devastadoramente confrontante, y voy a tratar de explicarla con mayor profundidad. Pablo dice que la vida ES Cristo, lo cual es compatible con el mandato de amarle con TODO nuestro corazón y TODA nuestra alma. El problema es que con frecuencia los creyentes actuamos como si viviéramos la "versión básica" de nuestra vida, a la cual le sumamos un "plus" que es Cristo, lo cual nos permite ser mejores personas (o al menos así lo creemos) haciendo las cosas que se supone hace la gente "buena". Nos aferramos a la doctrina bíblica pero en la práctica tratamos de realizar buenas obras como si ellas nos permitieran ganar puntos en el Cielo. Olvidamos lo que dicen Bob Sjogren y Gerald Robison en su libro Teología de Perros y Gatos: "Ahora me doy cuenta que cuando vaya a las olimpiadas celestiales, no recibiré ninguna medalla. Jesús recibirá la medalla de oro por el 100% del trabajo, y yo ni siquiera estaré en el pódium. ¡Toda la gloria es para Dios!" (Bogotá, CLC, 2008, pág. 156)

Aquí hay un asunto crítico, sobre el cual hemos venido hablando. Cuando el enfoque de mi vida es como el que acabo de describir, en la práctica cotidiana estoy abandonando el cristocentrismo al cual me llama Dios para vivir egocéntricamente, como si todo se tratara de mí. La defensa natural, inconscientemente, son las obras: "No, para mí la vida sí es Cristo - diremos - si yo voy siempre a la iglesia, leo la Palabra, oro, tengo un tiempo devocional con Dios, diezmo y ofrendo, etc., etc.". Este discurso habla de lo que hacemos, no de lo que vivimos ni menos aún de lo que somos.
La realidad es que nuestras prioridades diarias reflejan el estado de nuestro corazón en relación con el Señor. "Recuerden que siempre pondrán toda su atención en donde estén sus riquezas", dijo el Señor (Mateo 6:21, LBLS). Dedicamos nuestra atención, nuestros esfuerzos y energías, y lo mejor de nuestro tiempo a lo que realmente es valioso para nosotros, es decir, a la "versión básica" de nuestra vida. Pero, siendo totalmente sinceros y honestos delante de la presencia del Señor, caemos lamentablemente en el error de convertir a Cristo en una simple parte de nuestra vida en lugar de hacerlo nuestra vida misma. Y suplimos esta deficiencia relacional "portándonos bien".

Hoy me siento confrontado, y te invito a ir a los pies de Cristo en busca de respuestas. ¿Qué papel juega el Señor en mi vida y en la tuya hoy? Que Dios te ministre y te guíe para andar en sendas derechas.

En el amor de Jesucristo,

JORGE HERNÁN

martes, febrero 16, 2010

SIN PLAN B

"Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza."
(Jeremías 29:11, NVI)

Leo una reflexión de Jill Caratini (RZIM) a propósito de una encuesta hecha a un grupo de personas en un programa televisivo en los Estados Unidos acerca de su proyecto de vida, en la que una abrumadora mayoría reconoció estar viviendo algo muy distinto de lo que habían imaginado al comienzo de su edad adulta. Dice la autora que muy probablemente una altísima proporción de los creyentes estamos frente a la misma situación, viviendo un "Plan B" diferente a lo que en algún momento supusimos que era el plan de Dios para nuestras vidas, que ella llama el "Plan A". Finalmente concluye que sin importar los altibajos, los obstáculos y las dificultades que enfrentemos, mientras nos mantengamos conectados y dispuestos a vivir en el centro de la voluntad de Dios, siempre estaremos dentro del "Plan A", y esto es así por cuanto el propósito del Señor para mi vida - el proyecto de vida que Él tiene para mí - permanece inalterado aunque a mis ojos las circunstancias estén cambiando.

Esta reflexión me lleva a un punto que abordó hace algunos días el pastor Luis Beltrán: el señorío de Cristo. Decía el pastor que en nuestra relación cotidiana con Dios a veces perdemos de vista nuestro rol y lo abordamos en oración como si Él - el Creador del Universo - estuviera a nuestro servicio. Le pedimos que nos respalde en nuestros planes en lugar de buscar cuáles son los Suyos y sujetarnos a ellos. Actuamos arrogantemente, creyendo silenciosamente en nuestro corazón que se trata de nosotros, no de Él. Con razón la queja de Jesús: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lucas 6:46). Y refrenda en Mateo 7:21 : "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos".

La clave de todo este asunto está en la actitud de nuestro corazón y en la real disposición que tenemos de sujetarnos a Su voluntad. Muchas veces he dicho que tal vez seríamos más sinceros - aunque evidentemente más egocéntricos y menos entregados - si nuestra oración dijera: "Hágase mi voluntad en la tierra como en el cielo", porque eso es lo que parecemos proyectar y reflejar en nuestras peticiones al cielo. Aunque llamamos Señor a Jesús, no nos relacionamos con Él de la manera correcta, sino que lo tratamos como a Alguien Todopoderoso cuya razón de ser es únicamente satisfacer nuestras plegarias.

Así las cosas, tenemos que confrontarnos y entender que la vida plena y abundante que desde siempre soñó Dios para nosotros está fundada en la absoluta y total rendición de nuestras vidas a Jesucristo como Señor. No basta creer, no es suficiente ser piadosos, no sirve de nada seguir rutinas religiosas o fórmulas espirituales. El tema es de fondo. Y requiere de un autoexamen que nos permita entender cómo estamos abordando nuestra relación con Dios. Quizás sea el tiempo para hacerlo.

En Cristo,

JORGE HERNÁN

martes, febrero 09, 2010

EL PROTAGONISTA ES OTRO

Confieso que soy poco aficionado al fútbol americano. De hecho, normalmente solo lo veo en el marco de una película que por alguna razón me interese y que aborde esta temática. Sin embargo, en la última semana Santos de Nueva Orleáns se coronó sorpresivamente campeón del Super Bowl y fue tal el ruido que se generó en torno a la noticia que, al menos para mí, no pudo pasar inadvertida. Dice al respecto un despacho de la agencia noticiosa EFE desde Miami: "Cuando se pensaba que el protagonista sería el mariscal de campo de los Colts, surgió la gran sorpresa: el entrenador de Santos, el auténtico genio del partido, que con sus decisiones ganó el duelo. (Sean) Payton acertó en todas las jugadas, incluso una que al principio no pareció tan buena y que al final resultó que sí lo fue. Gracias en gran medida a los riesgos que tomó, Santos ganó su primer título al superar 31-17 a Colts."

Reflexionando sobre este asunto encontré una gran similitud con lo que ocurre en nuestras vidas. Somos simplemente jugadores de campo y el crédito, por lo que sea, solo le corresponde a Dios, "el auténtico genio del partido". Relatan los diarios que las esperanzas del público estaban puestas sobre Peyton Manning, el mariscal de campo de los Colts, y en lo cotidiano muchas veces nos autoconvencemos de ser los protagonistas en vez de darle al Señor el lugar que realmente le corresponde. Veo en las Escituras por lo menos tres enseñanzas sobre este punto:

1. "Pero nosotros no somos capaces de hacer algo por nosotros mismos; es Dios quien nos da la capacidad de hacerlo" (2 Corintios 3:5, LBLS)

2. "No se te ocurra pensar: "Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos." Recuerda al Señor tu Dios, porque es él quien te da el poder para producir esa riqueza; así ha confirmado hoy el pacto que bajo juramento hizo con tus antepasados" (Deuteronomio 8:17-18, NVI)

3. "...el poder que Dios les dio a ustedes no les costó nada" (Mateo 10:8b, LBLS)

El asunto es bien sencillo: todo cuanto tenemos y eso incluye nuestros dones, habilidades y talentos, lo hemos recibido gratuitamente de Dios. Es Él quien con sus decisiones puede "ganar el duelo". Y por eso cuando tenemos una vida entregada a Él y la claridad de que todo tiene que ver con Su gloria, logramos el nivel de comunión necesario para ser sensibles a Su dirección y Su guía. Como en el ejemplo, a veces Sus jugadas pueden no parecernos tan buenas, pero al final el resultado es inigualable porque Dios tiene absoluta claridad sobre el desarrollo de Sus perfectos planes. Lo que nos puede parecer riesgoso, absurdo, o aún injusto, tiene un sentido preciso y consistente en la óptica divina.

Apenas ayer le estaba diciendo a mi esposita que aunque muchas veces he predicado sobre la importancia de centrarnos en los propósitos de Dios en lugar de preguntarnos inútilmente "¿por qué?", lo cierto es que en lo cotidiano sigo encontrando incomprensibles muchas cosas que supongo están en las manos de Dios. Quiero repetir con David: "Dios mío, cumplir tu voluntad es mi más grande alegría; ¡tus enseñanzas las llevo muy dentro de mí!" (Salmo 40:8, LBLS) pero reconozco que cumplir Su voluntad parte del hecho de aceptar en lo profundo de mi corazón que es Él quien tiene el control, que finalmente si me abandono en el Señor puedo entrar en Su reposo porque solo de esa manera se llevará a cabo la finalidad última de glorificarlo y que solo aceptando con alegría ceñirme a Su libreto puedo vivir la vida plena y abundante que siempre soñó para mí.

Soy solo un actor de reparto. El director, libretista, guionista y protagonista de la obra de mi vida tiene otro nombre: Jesús de Nazaret.

Bendiciones en este día,

JORGE HERNÁN

lunes, febrero 01, 2010

BENDECIRÉ AL SEÑOR...

"Hermanos en Cristo, ustedes deben sentirse muy felices cuando pasen por toda clase de dificultades. Así, cuando su confianza en Dios sea puesta a prueba, ustedes aprenderán a soportar con más fuerza las dificultades" (Santiago 1:2-3, LBLS)

Me acabo de enterar que una pareja muy cercana a mi corazón vio por segunda vez fallidas las esperanzas de un embarazo exitoso. Y el fin de semana leí en la prensa colombiana la noticia de una compatriota desaparecida en Haití, que soñaba con servir a Cristo y ser misionera en esa tierra. Son solo dos noticias, quizás con relevancia solo para unos pocos aparte de los directamente implicados. Pero no es así para Dios. En su corazón ocupamos un lugar muy importante, somos sus hijos amados por los cuales Jesús vino a experimentar un dolor inexpresable y a entregar Su vida en una cruz.

Pero todo lo que Él permite responde a un plan perfecto, los designios divinos tienen la finalidad de exaltar la gloria del Padre y aunque no lo entendamos tenemos que confiar en Él. No hay otra salida, no hay otro remedio. Solo la fe en un Dios de amor nos enseña a soportar con fortaleza las dificultades que se nos van presentando en el camino, y esto hace parte de Su plan. Al igual que Pedro, proclamamos seguros de que estamos dispuestos a poner nuestra vida por Dios pero con frecuencia, aún antes de que estalle la tormenta, los primeros ventarrones nos sacuden y desaniman. Parecería que nos inclinamos por el facilismo, que podemos alabarle en los tiempos que llamamos "buenos" mientras que en las épocas difíciles nos resistimos a hacerlo simplemente porque no entendemos el propósito.

Sin embargo, así no funciona realmente la vida
. Dios está obrando permanentemente, en unos y otros momentos. Sencillamente no logramos verle porque el bosque de nuestras propias expectativas e ideales nos lo impide. Nos han animado a soñar en lugar de invitarnos a hacer realidad los sueños del Señor para nuestras vidas y quizás por ello muy en nuestro interior abrigamos la esperanza de que Dios nos respalde en nuestros proyectos en vez de acudir diariamente a Su presencia a preguntarle cuáles son los proyectos que Él tiene para nosotros.

Quisiera, como en la canción de Marco Barrientos, que de mi corazón brotaran espontáneamente las palabras: "En el día de angustia en Él esperare, en el día de felicidad también le buscare; en todo tiempo, en todo lugar, bendeciré a mi Señor". Y desde el fondo de mi alma le pido que me ayude a sintonizarme y sincronizarme con Su propósito glorioso para que yo pueda de verdad abandonarme en Sus manos y dedicarme a vivir el libreto que en el cielo Alguien escribió para que yo tan solo lo interpretara.

Dios nos bendiga,

JORGE HERNÁN

martes, enero 19, 2010

VITUPERIOS Y AZOTES

“Otros experimentaron vituperios y azotes, y hasta cadenas y prisiones. Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra. Y todos éstos, habiendo obtenido aprobación por su fe, no recibieron la promesa, porque Dios había provisto algo mejor para nosotros, a fin de que ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros”
(Hebreos 11:36-42)


Hay una parte de las Escrituras en la que no todo es felicidad, prosperidad, gozo y armonía, al menos en este mundo. Es la otra cara de la moneda. La de aquellos hombres y mujeres de fe que no tuvieron un final color de rosa, cuyas vidas desde el punto de vista de cualquier ser humano estuvieron marcadas por la tragedia. Creyentes firmes que nos dejaron como legado su testimonio aunque nunca recibieron la promesa. Valientes de Dios que padecieron enormemente y sin embargo nunca flaquearon en su fe. Ejemplos vivos de perseverancia en el Señor.

A veces compramos la imagen de un Evangelio facilista donde todo son bendiciones, en el que Deuteronomio 28 termina en el versículo 14 y en el que nuestra mente suprime los párrafos que no nos convienen, los que terminamos por establecer que no son tan importantes ya que no nos garantizan una vida sin contratiempos. Nada más distinto de la vida real. La cruda y real imagen de Jesucristo, el Siervo Sufriente de Isaías 53, es la muestra de la otra cara de la moneda. Refleja claramente una vida con propósito en la que lo más importante es el propósito, no la vida como tal. En la que la Gloria de Dios prima sobre cualquier otra consideración y todo se mueve con ese fin, aún en contra de mi propio bienestar.

La Palabra me enseña que amar es renunciar más que exigir, dar más que recibir, estar dispuesto al propio sacrificio más que a extender las manos para que lluevan bendiciones sobre mi vida. Tras bambalinas, un Dios amoroso me mira sonriente y dulcemente pero me pide que Lo busque y que lo haga de todo corazón para que aprenda a conocerlo, a discernir Su voluntad y a profundizar en ella en lugar de crearme un mundo de falsas expectativas en relación con lo que dice la Biblia. Me enseña que en el jardín de rosas me lastimo los pies con las espinas que brotan en medio de la belleza y que al final lo que verdaderamente tiene significado es que yo logre encontrar el sentido de mi vida a ojos de mi Creador.

Finalmente, como me compartía ayer un amigo, todo lo que Dios hace está motivado por su enorme amor hacia mí. Por extraño que me parezca, aún las tormentas más azarosas de la vida nacen en un corazón fundamentalmente amoroso que desea lo mejor para mí y que sabe que es lo que me conviene en aras de que se cumpla Su propósito perfecto. El Señor ha de ser glorificado, y la adoración ideal brota dulce y naturalmente de una comunión plena.

Tengo que buscarle, es su anhelo, su más íntimo deseo y también su amorosa sugerencia. Me llama al lugar secreto, donde me espera para darse a conocer y para que yo Le conozca realmente. Espera cada instante que yo dedico a la oración para disfrutarlo conmigo...Y yo a veces, más de las que debiera, solo le doy migajas, restos...y nada más. No obstante, Él aún me dice que me ama y que quiere que yo goce de Su presencia. No es momento para divagaciones ni elucubraciones de ningún tipo, solo para correr a Su encuentro....

Allá voy, Señor. ¿Vas también tú?

En el amor de Cristo,


JORGE HERNÁN

viernes, enero 08, 2010

NO SE TRATA DE MÍ


"¡Alabemos a Dios,porque sólo él es nuestro Dios!¡Sólo él merece alabanzas!¡Su grandeza está por encimade la tierra y de los cielos!"
(Salmos 148:13, LBLS)
 

No se trata de mí. Este es el título de un libro de Max Lucado que aún no he leído pero que encierra una tremenda realidad y es que nos hemos pasado la vida persiguiendo tantos sueños falsos que hemos dejado escapar la realidad: una vida centrada en Dios. Toda la creación tiene el propósito de alabarle y honrarle, pero equivocadamente hemos creído y sentido que el universo gira en torno nuestro, que Dios lo hizo todo para nosotros y no para Él.

Cuando no comprendemos el enfoque divino, nuestras oraciones son absolutamente egocéntricas. Son como el "dáme" del hijo pródigo antes de marcharse de casa, más que como el "házme" de cuando regresó contrito y humillado. Se centran en pedir bendiciones y en conseguir una mejor calidad de vida, aún espiritual, porque conviene a nuestros intereses, no porque el Señor lo demande. Incluso las oraciones de alabanza y gratitud se dirigen a lo que Dios nos ha dado y no están enfocadas en el Señor mismo.

La verdad es que si queremos vivir una vida plena, abundante y conforme a los planes de Dios necesitamos entender justamente que la vida solo tiene verdadero sentido cuando aceptamos nuestro lugar y por lo tanto usamos nuestros dones y nuestros talentos en función de Aquel que nos creó. Rick Warren en su libro Una Vida con Propósito dice: "El propósito de tu vida excede en mucho a tus propios logros, a tu tranquilidad, o incluso a tu felicidad. Es mucho mas grande que tu familia, tu carrera o aun tus sueños y tus anhelos. Si deseas saber por que te pusieron en este planeta debes empezar con Dios. Naciste por su voluntad y para su propósito". Este es un principio sencillo, pero la realidad es que muchos cristianos vivimos como si Dios fuera nuestro servidor y no al revés.

Nicolás Copérnico cambió la manera en que la ciencia percibía al universo cuando descubrió que el sistema solar no gira en torno a la tierra, sino en torno al sol. Hoy nuestras vidas también pueden ser transformadas cuando aceptamos que el mundo no gira en torno a nosotros, sino a Dios. Aún la salvación, expresada en la muerte sacrificial de Cristo en la cruz, solo tiene sentido cuando se entiende que la exaltación de Jesús está enmarcada en el propósito de glorificarle, como lo describe Filipenses 2:9-11.


Imagina por un momento que haces parte de una gran obra teatral. El Director hizo el casting y te asignó el rol que mejor se ajusta a tus capacidades y competencias, es más, el papel fue creado especialmente para ti. No harías mejor ningún otro papel. El Libretista lo escribió pensando en ti así que cualquier modificación que quieras hacer al libreto original probablemente derivará en un resultado diferente del esperado. Recuerda que nadie puede hacerlo mejor que el Maestro. Sin embargo, la obra no fue creada para ti, sino para Su satisfacción. Cuando entiendes que simplemente eres un actor de reparto y que lo tuyo es hacer lo que te han mandado, porque el Gran Protagonista es otro, y que es en función de Aquel que gira la trama, las cosas funcionan mucho mejor. Sin embargo, de repente te parece que ese no es el derecho de las cosas, así que caminas directamente hacia el Autor y le preguntas: "¿Por qué tiene que ser de esta manera? ¿Por qué no puedo sencillamente hacer el papel que me de la gana o interpretar a mi manera el que me diste?" Y Él te responde con apacible ternura: "Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —... —, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza" (Jeremías 29:11, NVI).

Mi oración de este día se levanta para pedirle al Señor que me permita discernir cuál es el propósito que Él trazó desde siempre para mi vida y que me permita vivirlo caminando en el centro de Su voluntad, que pueda revisar mi relación con Él dándole el lugar que le corresponde y no el que yo quisiera asignarle. Y mi invitación es que, si lo sientes en tu corazón, te unas a esta oración y le pidas al Señor una perspectiva nueva de la vida que realmente Le honre y Le glorifique.

Que el Señor te bendiga sobreabundantemente hoy y siempre.

JORGE HERNÁN 
 
 
 
 

lunes, enero 04, 2010

NUEVOS COMIENZOS (120)

“Así dice el Señor, tu Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña lo que te conviene, que te guía por el camino en que debes andar.”
(Isaías 48:17, NVI)


Leo una reflexión de Jill Caratini (ministerios Ravi Zacharias) a propósito del año nuevo, en la que nos recuerda que siempre que empieza un año de una u otra manera avivamos nuestras más hondas esperanzas, refrescamos sueños y reelaboramos planes. Pero ni las mañanas ni los años son realmente nuevos si no se los entregamos a aquel que tiene la capacidad de hacer nuevas todas las cosas. Su escrito termina diciendo: “Este día es nuevo porque lo hizo el Dios de los nuevos comienzos, el Dios que vino a vivir entre mortales. Cristo es la poción que Dios extiende cada mañana. Míralo venir, porque Él hará todas las cosas nuevas”.

Tengo buenos y firmes propósitos de año nuevo, tal vez el principal tiene que ver con la disciplina. Sé que esta palabra está ligada estrechamente con el término “discípulo” y puedo ver con facilidad cómo estoy fallando en cosas aparentemente simple como los hábitos de alimentación, ejercicio y sueño. Entiendo igualmente que si no puedo manejar apropiadamente la disciplina necesaria en el campo físico, evidentemente tendré que hacer un esfuerzo extra en lo que tiene que ver con lo emocional, y ni hablar de la esfera espiritual. Sé, pues, que se trata de un objetivo noble y sano a todas luces. Pero... ¿puedo acaso lograrlo solo?

También tengo anhelos. Sueño con ver mi matrimonio resplandeciendo de nuevo, con una segunda gloria “mayor que la primera”, anhelo ver mi hogar consolidado, y a mis hijos desarrollando todo el potencial que Dios puso en sus manos. Deseo experimentar restauración en cada área de mi vida que de una u otra forma ha sido fragmentada, y constatar que el Señor ha sanado mis múltiples heridas emocionales. Quiero ver cómo Dios obra milagrosamente en mi vida de forma que yo pueda proyectarme a otros y ser sal y luz para ellos. Pero... ¿va acaso el Señor a obrar si yo no pongo de mi parte?

El nuevo año exige de mi que entienda que separado de Dios, nada puedo hacer. Que todo está en Sus manos y que por ende necesito interiorizar que todo depende de Él. Pero que así como un día Cristo llamó a Pedro a caminar sobre las aguas hoy me llama a la acción. Esperar en Él no significa pasividad o estancamiento, sino más bien actividad dirigida. Significa que yo debo dar cada paso en dirección a donde Él me guía a hacerlo. Yo propongo, Él dispone y me orienta. Me muestra el camino a seguir.

Al final, el Señor me deja en libertad de soñar y planear. Pero si esto no lo hago dirigido por el Espíritu de Dios y mis acciones no son concordantes con mis oraciones, todo es vano. Sé que aún para actuar voy a necesitar disciplina y voluntad, y mi oración hoy es para pedirle a Dios que me las dé ambas, que me dote del equipaje necesario para abordar el 2010 a Su manera.

Bendiciones en Cristo,

JORGE HERNÁN

NUEVOS COMIENZOS (120)

“Así dice el Señor, tu Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña lo que te conviene, que te guía por el camino en que debes andar.”
(Isaías 48:17, NVI)


Leo una reflexión de Jill Caratini (ministerios Ravi Zacharias) a propósito del año nuevo, en la que nos recuerda que siempre que empieza un año de una u otra manera avivamos nuestras más hondas esperanzas, refrescamos sueños y reelaboramos planes. Pero ni las mañanas ni los años son realmente nuevos si no se los entregamos a aquel que tiene la capacidad de hacer nuevas todas las cosas. Su escrito termina diciendo: “Este día es nuevo porque lo hizo el Dios de los nuevos comienzos, el Dios que vino a vivir entre mortales. Cristo es la poción que Dios extiende cada mañana. Míralo venir, porque Él hará todas las cosas nuevas”.

Tengo buenos y firmes propósitos de año nuevo, tal vez el principal tiene que ver con la disciplina. Sé que esta palabra está ligada estrechamente con el término “discípulo” y puedo ver con facilidad cómo estoy fallando en cosas aparentemente simple como los hábitos de alimentación, ejercicio y sueño. Entiendo igualmente que si no puedo manejar apropiadamente la disciplina necesaria en el campo físico, evidentemente tendré que hacer un esfuerzo extra en lo que tiene que ver con lo emocional, y ni hablar de la esfera espiritual. Sé, pues, que se trata de un objetivo noble y sano a todas luces. Pero... ¿puedo acaso lograrlo solo?

También tengo anhelos. Sueño con ver mi matrimonio resplandeciendo de nuevo, con una segunda gloria “mayor que la primera”, anhelo ver mi hogar consolidado, y a mis hijos desarrollando todo el potencial que Dios puso en sus manos. Deseo experimentar restauración en cada área de mi vida que de una u otra forma ha sido fragmentada, y constatar que el Señor ha sanado mis múltiples heridas emocionales. Quiero ver cómo Dios obra milagrosamente en mi vida de forma que yo pueda proyectarme a otros y ser sal y luz para ellos. Pero... ¿va acaso el Señor a obrar si yo no pongo de mi parte?

El nuevo año exige de mi que entienda que separado de Dios, nada puedo hacer. Que todo está en Sus manos y que por ende necesito interiorizar que todo depende de Él. Pero que así como un día Cristo llamó a Pedro a caminar sobre las aguas hoy me llama a la acción. Esperar en Él no significa pasividad o estancamiento, sino más bien actividad dirigida. Significa que yo debo dar cada paso en dirección a donde Él me guía a hacerlo. Yo propongo, Él dispone y me orienta. Me muestra el camino a seguir.

Al final, el Señor me deja en libertad de soñar y planear. Pero si esto no lo hago dirigido por el Espíritu de Dios y mis acciones no son concordantes con mis oraciones, todo es vano. Sé que aún para actuar voy a necesitar disciplina y voluntad, y mi oración hoy es para pedirle a Dios que me las dé ambas, que me dote del equipaje necesario para abordar el 2010 a Su manera.

Bendiciones en Cristo,

JORGE HERNÁN