viernes, junio 26, 2009

CORAZÓN ARRUGADO

"Es tal la angustia que me invade, que me siento morir —les dijo—..."
(Mateo 26:38a, NVI)
Releo estas palabras de Jesús y no puedo dejar de pensar cuán identificado me he sentido con ellas en diferentes momentos de mi vida. La versión Reina Valera 1960 habla de una "tristeza de muerte". Ahora mismo tengo el corazón arrugado y si no fuera por la certeza que tengo de que el amor de Dios hacia mí no cambia ni pasa, francamente no tendría ningún asidero.
Dice la Palabra que la tristeza provocada por Dios es la que nos lleva al arrepentimiento y a la transformación. "Pero la tristeza provocada por las dificultades de este mundo, los puede matar" (2 Corintios 7:10b, LBLS). La primera viene de la confrontación, es un toque rudo pero necesario que el Espíritu da a nuestra alma para sacudirnos y mostrarnos la necesidad de cambio. La segunda es el resultado del afán del enemigo para destruirnos encerrándonos en el ambiente gris y tenebroso de la depresión y el abatimiento.
Dice el autor de Hebreos que "es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados" (Hebreos 12:11, RV60). Cuando el Señor necesita disciplinarnos sacude nuestro corazón para que reaccione y se vea impulsado a experimentar un proceso de transformación. El fruto, nos asegura la Escritura, será apacible, pero en el entreacto tendremos que enfrentar la sensación de un alma sobrecogida y a veces extremadamente sensible. En este caso Dios no quiere que andemos en círculos, lamentándonos por los errores pasados y culpándonos por no haber pensado, dicho, actuado de otro modo, sino que aprendamos de nuestras equivocaciones para construir un futuro esperanzador, siempre de Su mano. No es fácil, pero tenemos que aprender a vivir a Su manera para poder experimentar la vida en Cristo a otro nivel, renunciando a un control que acaso nunca tuvimos pero cuya ilusión quizás fue la que nos llevó a cometer tantos desatinos.
Por otro lado, está la tristeza del mundo, que se mueve en dos dimensiones: la de la culpa y la de la incapacidad. En la primera, Satanás disimuladamente nos señala con el dedo acusador para sentenciar que somos culpables. No quiere producir arrepentimiento, solo vacío y desazón. Cuando nos sentimos así, podemos incluso llegar a pensar que la muerte sería mejor solución. Nos desesperamos y solo queremos escapar, despertarnos de lo que parece ser una horrible pesadilla. Las imagenes que evocan las consecuencias de nuestro pecado no vienen a la mente para invitarnos a cambiar sino que se clavan como lanzas afiladas que únicamente producen dolor y angustia desgarradora. Es allí cuando empezamos a llover sobre mojado pensando en lo que hubiera podido ser y nos ahogamos en la tormenta de la autorecriminación en lugar de salir a flote buscando la mano amorosa de Aquel que quiere señalarnos el camino de regreso.
En la segunda, simplemente nos sentimos impotentes. Frente al conflicto, frente a las dificultades económicas, frente a la enfermedad, frente a la crisis. Nos paralizamos de terror y no somos capaces de sentir la silenciosa pero siempre presente compañía del Señor que está a nuestro lado listo a pelear la batalla por nosotros. Como a Giezi (en 2 Reyes 6), el criado de Eliseo, nos abruma lo que creemos que es un ejército de problemas indestructible e inderrotable que nos impide ver que la gloria de Dios y Su infinito poder son sustancialmente mayores. De nuevo, la voz del enemigo nos insinúa quedamente que nos resignemos, como si la resignación fuera compatible con la victoria que el Rey quiere darnos. En nuestras pobres fuerzas tratamos inocuamente de luchar contra una realidad que parece aplastarnos, pero olvidamos que la realidad no es la Verdad. La Verdad es Cristo, y solamente en Él se encuentra la solución, como lo dice el viejo himno cristiano.
Tengo el corazón arrugado y, aunque no sé cuál sea el estado de tu alma hoy, puede que te esté pasando lo mismo. Cuando Jesús se sintió morir de la tristeza, fue al huerto de Getsemaní a encontrarse con el Padre y bajó con la fortaleza necesaria para afrontar lo que habría de padecer. El final de la historia ya lo conocemos: en el Calvario la muerte fue derrotada, pues como dice la Biblia: "...y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz." (Colosenses 2:15, RV60).
Creo que no tengo otra opción que ir a Su presencia, necesito ser refrescado, revitalizado, fortalecido, restaurado. Con un corazón contrito y humillado y con la decisión de descansar en Sus manos. Afirmado en la seguridad de que Dios Todopoderoso es el único que puede darle un vuelco a toda circunstancia...
"Cantaré, cantaré un himno de gloria, cantaré al Dios de mi historia, mi máximo amor;
gritaré, gritaré ¡ÉL ES MI VICTORIA!, gritaré ¡MI MÁXIMA GLORIA ES CRISTO MI REY!"
Que mi Señor te inunde con Su Santo Espíritu,
JORGE HERNÁN

viernes, junio 19, 2009

JESUCRISTO TE INVITA

"No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. ¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo?"

(Mateo 7:1-3, NVI)

Releo estas palabras de Jesús, el mismo que en Juan 7:24 nos invita a no dejarnos guiar por las apariencias antes de emitir un juicio, y no puedo dejar de pensar en la facilidad con que nuestros labios se apresuran a proferir juicios acerca de los demás. En su discurso de Juan 12, el Señor mismo nos dijo que no vino a juzgar al mundo sino a salvarlo, pero muchas veces, a medida que van pasando los años y nuestro trasegar cristiano se rutiniza, volvemos a caer en la religiosidad una de cuyas principales medidas es el "dedo acusador".

Contrapuesto a la gracia de Dios y a la invitación viva para entrar en una plena y completa relación de amor con Él, el legalista señala implacable las fallas de los demás y busca desesperadamente las causas de esas fallas. Escarba hasta más allá de lo razonable tratando de encontrar toda clase de pecados en quienes enfrentan momentos de aflicción para buscar en algún recodo del pasado la culpa que explique la situación adversa. En el culto codea a su pareja, a su hijo, a su vecino, cuando siente que las palabras del predicador van dirigidas a él, sugiriendo tácitamente que Dios está hablando para otros, no para él. Cuando escucha hablar de tipologías anormales que indican cómo el hombre se aparta de la voluntad de Dios, se le ocurren rápidamente decenas de ejemplos ajenos. "Buen trabajo", se dice a sí mismo, sonriente, pensando en lo bien que le han salido las cosas por ser como es, por vivir como vive, por actuar como actúa. Autoengañado, haciendo caso omiso de 1 Juan 1:8, se convence a sí mismo de que el pecado es algo que describe la situación de otros, no la de él. En esta condición, el juicio está a flor de labios y no resulta difícil para él juzgar las vidas de los demás o aún remarcarles lo que para él debería ser el camino correcto. No ha entendido la invitación de Cristo, a vivir en la gracia transformadora que es la verdadera generadora de la santificación progresiva y sin darse cuenta se ha venido atribuyendo cosas y bendiciones que nunca fueron obra suya sino de Dios.

Recuerdo claramente un sermón de hace ya como diez años. El pastor, reflexionando sobre su propia vida, decía: "Les digo a los hermanos de esta congregación que me pellizquen para que vean que a mí también me duele". Un fiel siervo de Dios no trata de proyectarse a sí mismo como si estuviera por encima del bien y del mal sino que, por el contrario, enfrenta cotidianamente luchas y batallas que le sirven para crecer y para apoyar a otros que viven dificultades parecidas. Sabe y acepta que hay un propósito detrás de cada situación adversa, y comprende en el fondo de su corazón que aunque a veces surjan a flote la decepción, la rabia y aún la desilusión con el Señor, Su amorosa mano se está moviendo silenciosamente detrás de bastidores, acomodando todo para disponerlo para el bien de quienes Le aman (Romanos 8:28).

Siento que Jesucristo quiere que yo acepte Su invitación de salirme de la esfera del juicio y entrar en la profunda dimensión del amor verdadero. Dios anhela que yo viva intensa pero plenamente y en ese sentido necesito experimentar el dar y recibir amor completamente para poder ser en todos los sentidos un real instrumento de Su gracia. Cuando me comporto religiosamente, en realidad estoy proyectando una hipócrita manera de vivir, y me parezco más a los escribas y fariseos a quienes el Señor fustigó en Mateo 23 que al publicano silencioso de Lucas 18.

Hoy quiero ir delante de la presencia del Señor y pedirle perdón por todas las veces que he juzgado con ligereza, que he estado dispuesto a criticar antes que a servir, que he apuntado inmisericordemente con el dedo señalador en lugar de ofrecer un abrazo restaurador. Necesito que, como decía Juan, yo mengue para que Él crezca en mí. Se tiene que notar que ando con Él.

Jesucristo te está invitando - sí, también a tí - a mirar la vida con nuevos ojos. ¿Quieres hacerlo? Ve a tu lugar secreto y encuéntrate con Él. Solo Jesús puede habilitar en tí los dones que necesitas para que esto se haga realidad.

El amor sobrenatural de Cristo te llene plenamente,

JORGE HERNÁN

viernes, junio 12, 2009

GRACIA SORPRENDENTE

"Amazing Grace,

how sweet the sound,

That saved a wretch like me....

I once was lost but now am found,

Was blind, but now, I see"

(John Newton, Amazing Grace)

"Amazing Grace" es talvez uno de los himnos cristianos más escuchados y reconocidos alrededor del mundo. Nos habla de la gracia sorprendente de un Salvador que vino a redimirnos a pesar de ser desdichados, estar perdidos y vivir como ciegos. Dice la historia que lo compuso John Newton, un esclavista que luego se convirtió al cristianismo por allá en 1772. Desde entonces ha sido entonada por millares de personas de todas las denominaciones en los cinco continentes. Tiene una base bíblica, 1 Crónicas 17:16 (NVI): "Luego el rey David se presentó ante el Señor y le dijo: «Señor y Dios, ¿quién soy yo, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar tan lejos?...»

La gracia divina es un concepto difícil de entender. Quizás es porque nuestro corazón no posee de manera natural el amor necesario para darnos y entregarnos sin esperar nada a cambio y porque le falta la gratitud suficiente para comprender el mandato de Mateo 10:8 (NVI): "Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente".

La palabra "wretch" de la canción original significa "desdichado o desgraciado". Y ciertamente eramos unos desgraciados, tanto porque nos faltaba gracia como porque inspirábamos desprecio, que son los dos principales sentidos de esta expresión. A pesar de ello, por puro amor Jesucristo puso sus ojos en nosotros y nos miró dulcemente para rescatarnos y transformarnos. El propio Newton experimentó la gracia de Dios convirtiéndose al cristianismo ocho años después (!!!!) de haber escrito tan magnífica alabanza.

Cotidianamente nos enfrentamos a personas poco amables, es decir, difíciles de amar. Hombres y mujeres de mal carácter, algunos de ellos maltratadores consumados. Personas ásperas y bruscas. Gente que hiere a todo aquel que se cruza en su camino. Individuos que pisotean los sentimientos de los demás....¡¡¡Parece tan difícil amarlos!!!....Hasta que nos damos cuenta de cuánto nos parecemos a ellos, de cuánto necesitamos aún ser transformados, de cuánto necesitamos que se nos note que hemos estado con Jesús, como les ocurrió a Pedro y a Juan (Hechos 4:13). Para amar a esta clase de individuos se necesita gracia, y realmente debemos pedirle al Señor que nos inunde con su amor infinito, con su amor ágape, para poder amar a otros al mejor estilo de Cristo. Pero sobre todo necesitamos clamarle para que ilumine nuestro entendimiento y nos ayude a entender que si no fuera por Su gracia sorprendente estaríamos perdidos y que necesitamos vivir de una manera muy real el poder transformador de esa gracia.

Como alguien dijo, hoy en día la iglesia no experimenta las persecuciones de antaño porque muchos cristianos denominacionales no viven vidas de real y efectivo testimonio y es muy difícil distinguirlos de sus vecinos y amigos no convertidos.

"Yo estaba perdido pero ya me encontraron, era ciego pero ahora veo" dice la canción. Sin embargo, cuando soy confrontado por el Espíritu solo puedo preguntarme si realmente el cambio en mi vida es evidente y permanente. Jesús habló de la importancia de permanecer, el tema no es solamente conformarnos con haber hecho alguna vez una oración de fe con la que declaramos una aceptación del señorío de Cristo sobre nuestras vidas. Las cosas van mucho más allá, pues la gracia moldea y en lo cotidiano para nosotros debe ser más importante obedecer la Biblia que solamente estudiarla. Los versículos no deben quedar grabados únicamente en nuestra mente, allí son inocuos si no bajan al corazón.

"Oh, Señor, ¿quién soy yo para que hayas puesto los ojos en mí?", digo una y otra vez haciendo coro a la súplica de David. Empero, lo que más me talla, lo que más me inquieta, es preguntarme cómo estoy respondiendo a tan sublime gracia.

Creo que estoy en deuda con mi Señor. ¿Y tú?

Que la paz de Cristo, pero sobre todo su gracia arrolladora, llenen tu vida ahora y siempre.

JORGE HERNÁN

viernes, junio 05, 2009

SE CAYÓ EL SERVIDOR

"Orad sin cesar" (1 Tes 5:17)

Una de las tragedias de la vida moderna, especialmente en las organizaciones que dependen de redes y sistemas, es la caída de los servidores. Para los legos en la materia, un servidor es simplemente un computador central que hace parte de una red y que provee servicios a otros computadores llamados clientes. Cuando en el mundo empresarial se cae el servidor, simplemente el sistema deja de funcionar y lo mismo ocurre con cualquier cosa que esté colgada a la red: internet, correo electrónico interno, aplicaciones...en fin, es una verdadera desgracia. La gente se pone nerviosa al no lograr que su computador se conecte con el servidor porque la información deja de fluir en cualquier sentido y el trabajo realmente se detiene. Pero el servidor no tiene vida propia, puede haber fallado porque dejó de funcionar la energía (la "fuente de poder") o porque tuvo un daño de cualquier otro tipo.

Esta mañana estuve en el colegio de mi hija en una celebración del "día del padre", hermosa por demás. El último orador, Juan Carlos Uhía, fue breve y concreto, pero una frase captó mi atención: "cuando perdemos nuestra conexión con Dios, perdemos nuestra verdadera fuerza". Con frecuencia, al mirar hacia atrás, y hacer pequeños balances de las distintas áreas de mi vida, encuentro errores y fallas que de no haberlos cometido habría tenido un resultado diferente. Pero lo más grave es que esos errores son fruto única y exclusivamente de una desconexión con el servidor. Lo que hace funcionar el servidor celestial es la oración, ese es su motor, su combustible, su impulso. Sin oración no hay conexión y por lo tanto la comunicación no fluye adecuadamente. No hay forma de que nuestras peticiones suban al cielo ni menos aún hay posibilidades de escuchar la voz de Dios.

Entonces concluyo que si no veo este fluir de y hacia Dios en mi vida, solamente puedo atribuirlo a un enfriamiento de mi vida espiritual. Talvez siga siendo fiel a la práctica religiosa, pero mi corazón no está conectado a la verdadera y única Fuente de Poder. Como dijo Isaías (Is:29:13): "Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí". Si reflexiono en lo que debo cambiar, el Señor forzosamente hace volver mis ojos sobre mi tiempo de oración. La culpa no es del servidor, es que no hay oración que alimente el fluir, y la responsabilidad es toda mía. Recuerdo casi que con nostalgia determinados momentos especiales de intimidad con Dios, y lo que echo de menos hoy en mi vida es el nivel de conexión.

Volviendo al parangón, cuando uno se conecta desde un computador portátil a una red inalámbrica, normalmente hay un marcador que indica el estado de la señal. Cuando es débil, difícilmente se logra la conexión. Cuando es muy buena, la conexión es rápida y fluida. ¿Cuál es el estado de tu oración hoy?

Dios te bendiga,

JORGE HERNÁN