miércoles, septiembre 28, 2011

PUESTOS LOS OJOS EN JESÚS

"Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe" (Hebreos 12:2a, RVC)

¿En quién tenemos puestos los ojos? Yo, por lo menos, he afirmado muchas veces que la respuesta es única e inequívoca: en Jesús. Sin embargo, cuando confronto esta afirmación con la realidad encuentro que esta es diferente, porque con frecuencia mi referente es mucho más terrenal. Como humano que soy, tengo una concepción de la realidad que tiende a aferrarse a lo físico más que a lo espiritual, así que mi pastor se convierte en una sensatamente adecuada referencia material y tangible al Dios que representa.

Así pues, mil veces me he sentido defraudado porque mi líder espiritual, pastor o consejero, no ha respondido a mis expectativas cuando yo sentía que más lo necesitaba. Esto se traduce en que no acudió a mi llamado, o no fue sensible a mi necesidad, o simplemente no dispuso del tiempo o no tuvo la voluntad de atenderme.

Dice Darío Silva-Silva: "El Señor es mi pastor, el pastor NO es mi señor". Independientemente del nivel de crecimiento, autoridad y/o cercanía de mi líder, él es simplemente un ministro que cumple la tarea que Dios le encargó desarrollando su actividad con los dones que el Espíritu Santo le entregó. Pero no está capacitado para darme lo que solo Dios puede darme y que yo debo buscar en la Fuente.

Jeremías 17:5 (NTV) dice: "Esto dice el Señor: «Malditos son los que ponen su confianza en simples seres humanos, que se apoyan en la fuerza humana y apartan el corazón del Señor.». De nuevo, los líderes que Dios me ha puesto como guía y referencia son simples seres humanos, y no puedo exigir de ellos lo que solamente mi Señor da. Es básicamente la misma idea del salmista, cuando dice: "No pongan su confianza en hombres importantes, en simples hombres que no pueden salvar" (Salmos 146:3, DHH). En la perspectiva divina, todos los mortales entramos en esa categoría y el Señor nos advierte claramente que nuestra confianza únicamente en Él.

Igual ocurre con mi esperanza. Cuando Job decía "Aunque él me mate, en él esperaré" (Job 13:5, RVC) estaba reflejando el tipo de relación que solo Dios puede brindarme. La esperanza en Dios siempre está ligada a la certeza de que Su propósito es bendecirme, y que aunque yo no entienda lo que está ocurriendo a mi alrededor, mi Señor está obrando activamente.

Así pues, cuando nos distraemos y ponemos los ojos, la confianza y la esperanza en simples mortales, no solamente estamos desatendiendo a lo que la Divina Palabra establece sino que muy probablemente vamos a sentirnos, más temprano que tarde, defraudados, tristes y decepcionados con estos líderes, tal vez con la iglesia y de pronto hasta con Dios por cuenta de un error de apreciación de la verdad escritural que se materializa en un pecado: hacer de la carne nuestra fortaleza (cfr. Jer 17:5 LBLA).

A Dios no podemos culparlo de lo que Sus siervos hacen o dejan de hacer, ni responsabilizarlo por lo que dicen o por lo que callan. El que se equivoca demandando de ellos lo que debo buscar en Dios soy yo. Y esta falla no va a corregirse cambiando de líder ni trastéandome de iglesia ni menos aún dándole la espalda al Señor.

Reconozco y acepto que debo fijar la mirada en Jesús, no en los hombres. Pido perdón a Dios por haberme distraído de Su perfecta voluntad. Y, de paso, decido perdonar a los líderes y pastores que alguna vez - o quizás muchas - no respondieron a mis expectativas generándome frustración, dolor y hasta ira.

JORGE HERNÁN


jueves, septiembre 01, 2011

QUÉ HARÉ?


Hace unos días tuve el privilegio de escuchar en la iglesia una hermosa prédica de Sung Hwan Kim sobre la respiración espiritual. Basado en Hechos 22:6-10 decía que las dos grandes preguntas de la vida son: “Quién es Jesús para mí?” y “Qué haré?”. Lo primero se relaciona con la inhalación espiritual, estar en la presencia de Dios, acercarnos al trono de la gracia para recibir de Él. Lo segundo, con la exhalación espiritual, es decir, lo que hacemos para el Reino usando los dones que nos han sido entregados.

Inhalar nos permite deleitarnos y regocijarnos en la presencia del Señor, de modo que la salvación se convierte en algo real y vivencial que transforma nuestra manera de vivir y nos genera una responsabilidad para con Cristo impulsándonos a participar en la gran comisión (cfr. Mateo 28:18-20). Cuando cumplimos la tarea que Jesús nos asignó estamos exhalando.

Así como una persona saludable inhala y exhala, un cristiano saludable no puede arriesgarse a vivir una vida espiritual inoperante por razones de asfixia (no poder inhalar bien o inhalar sustancias tóxicas) o dificultades para exhalar. La cruz tiene dos sentidos: uno vertical, que apunta hacia el cielo, y que refleja de alguna manera la necesidad de desarrollar intimidad con Dios; pero también uno horizontal que señala la imperiosa necesidad de extenderme y alcanzar a otros para Cristo.

En la cómoda tibieza de nuestras vidas olvidamos con frecuencia que tenemos una tarea que cumplir. Preferimos no pararnos frente al Señor y decirle “Heme aquí, envíame a mí” (cfr. Isaías 6:8) porque de alguna manera escogemos pensar que esa tarea les compete a otros. Suponemos que si no estamos en un ministerio que se encargue de llevar la Palabra a quienes tienen vacío de Cristo en sus corazones, entonces no es nuestra responsabilidad exhalar espiritualmente. Nos desligamos inadvertidamente de una tarea que nos ha sido encomendada porque ciertamente hemos sido bendecidos para poder bendecir a otros.

El reto es entonces salir de la zona de confort. Oseas 4:6 muestra el reclamo desgarrado del corazón de Dios, porque Su pueblo está expuesto a perderse, a ser destruido, a ir cautivo, por falta de conocimiento. Y nuestra tarea es abrirnos al mundo para compartir el conocimiento que nos ha sido dado. Talvez sea momento de pararnos de nuestras butacas y abandonar la cálida modorra que produce el sentarse solamente a recibir, para ir a dar. Quizás ha llegado la hora de ir a la presencia de Dios para recibir instrucciones. “Qué haré, Señor?”, preguntó Pablo. El que da las órdenes es Dios, yo soy simplemente un soldado que disciplinadamente me dispongo a atender el llamado de mi Señor. No se trata de lo que yo quiero hacer para Él, sino de lo que Él ha dispuesto que yo haga a Su servicio. Lo importante es que Su sueño para mí se haga realidad, no que se cumpla mi voluntad.

Samuel aprendió a decirle “Habla Señor que tu siervo escucha” (cfr. 1 Samuel 3), y probablemente este sea un buen momento para refrescar nuestra vida de oración reduciendo el tiempo de las peticiones y ampliando el que tenemos destinado a oír Su voz para poder poner en práctica sus mandatos e instrucciones.

Bendiciones,

JORGE HERNÁN