martes, agosto 10, 2010

FE Y PACIENCIA

"Deseamos que sigan con ese mismo entusiasmo hasta el fin, para que reciban todo lo bueno que con tanta paciencia esperan recibir. No queremos que se vuelvan perezosos. Más bien, sin dudar ni un instante sigan el ejemplo de los que confían en Dios, porque así recibirán lo que Dios les ha prometido."
(Hebreos 6:11-12, TLA)

Unos amigos se reúnen semanalmente a estudiar la Palabra. Las dos últimas semanas estuvimos hablando de la preocupación. Repasamos varios versículos bíblicos en los que el Señor nos insta a no ocuparnos de las cosas que no han pasado. Finalmente, nuestro foco tiene que estar en el presente, no en un pasado que no podemos cambiar ni menos aún en un futuro que no podemos controlar. Leímos citas muy conocidas que hablan de descansar en Él invitándonos a dejar verdaderamente en Sus manos el control de nuestras vidas (Mateo 6:25-34, Jeremías 29:11, 1 Pedro 5:7, entre otras). A medida que avanzábamos por la Palabra pensaba en cuántas veces había leído estos versículos, que casi podía recitar de memoria. En mi mente hay absoluta claridad de las implicaciones que tiene reconocer el señorío de Cristo y saber que Él está a cargo de todo. De hecho, pensaba, estas verdades escriturales son evidentes e indiscutibles para mí desde hace años, las he probado y calibrado infinidad de veces y puedo testificar que son ciertas porque se han hecho vida en mi vida.

Pero a Dios le gustan los cursos prácticos y en el módulo "Confianza", materia "Preocupación", tenía un examen práctico, así que al día siguiente estaba enfrentando una situación real y cotidiana de esas en las que la vieja naturaleza susurra a nuestro corazón "imposible no preocuparte", y el enemigo soterradamente trata de imprimir en nuestra alma la sensación de que si nos preocupamos estamos siendo negligentes. Es decir, cambia el enfoque verdadero por uno impostado que nos lleva a centrarnos en la dificultad en lugar de poner los ojos en Jesús. Es el punto de vista de los espías que según relata el libro de los Números fueron enviados por Moisés a tierra de Canaan y que vieron gigantes inderrotables allí donde Josué y Caleb vieron una oportunidad de glorificar el nombre de Dios venciendo la situación.

El Señor nos confronta, nos pregunta al fondo de nuestro corazón de qué tamaño es nuestra fe. Ni siquiera como un granito de mostaza, como Jesús lo dejó en evidencia. En medio de la tempestad gritamos desde el alma: "Sálvanos, que perecemos". Ojos puestos en las circunstancias, cuando debieran estar fijados en Jesús.

Y el domingo en la iglesia leemos el relato de Abraham tal y como se narra en Hebreos, como una historia de fe. Y allí se revela el cumplimiento de las promesas de Dios cimentado en dos elementos: confianza y paciencia. Creerle a Dios y esperar en Él. No se trata de movernos en el tiempo de Dios, a fin de cuentas Él es atemporal, más bien el asunto radica en no perder el entusiasmo y esperar el tiempo que Dios ha trazado para nosotros a fin de forjar nuestro carácter en la espera. Tampoco consiste en ser perezosos, como advierte el autor de la carta, pues nuestro deber como creyentes es vivir una vida cristiana en excelencia haciendo lo posible y permitiendo que Dios se ocupe de lo que creemos imposible.

Lo cierto es que en el catálogo de cosas que debemos añadirle a la fe en 2 Pedro 1, la paciencia ocupa un lugar importante. Y en Santiago 1:3 el apóstol las enlaza magistralmente cuando dice: "sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia" (RV60). Así que entiendo que debo ser persistente, no dando lugar a la duda ni a la vacilación, sino más bien confiando pacientemente en la intervención de Dios.

Bueno, he tenido que aprender a ver de lejos cómo evolucionan las cosas cuando no existe virtualmente ninguna manera en la que yo pueda alterar el curso de los hechos. Solo me queda seguir el ejemplo al que me invita el autor de la carta a los Hebreos y entregarle verdaderamente mis preocupaciones al Señor sabiendo que Él se encarga de tratar con ellas a medida que crece mi compromiso de tratar con Él. Renuncio pues a controlar lo inmanejable y más bien opto por reconocer que Su Señorío implica hacer realidad en mi vida el hecho de que Él es mi piloto, como lo compartí hace algunos días.

Dios te siga bendiciendo,

JORGE HERNÁN