miércoles, noviembre 05, 2014

UNA FORMA DE AUTOENGAÑO

"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros."
(1 Juan 1:8, RVC)

Negar la realidad del pecado en nuestras vidas es autoengaño. Lo dice la Palabra y lo afirma sin matices. Hemos aprendido que Cristo vino para redimirnos, que por nosotros se hizo pecado y que cargó con nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Pero esto no significa que tengamos licencia para pecar. Pablo lo expresa de una manera categórica: " Entonces, ¿qué diremos? ¿Seguiremos pecando, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?"  (Romanos 6:1-2, RVC). Esto significa que tenemos como creyentes la responsabilidad de mantenernos atentos siendo instrumentos vivos de justicia y santidad, de acuerdo con nuestro llamado.

Es verdad que cuando aceptamos genuina y realmente a Jesucristo como nuestro Señor y suficiente Salvador pasamos de ser pecadores a “santos que ocasionalmente pecamos” pero no podemos bajar la guardia frente a lo que es la voluntad de Dios con respecto a nuestro caminar diario, según lo expresa 2 Corintios 7:1 (RVC): “Amados míos, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, y perfeccionémonos en la santidad y en el temor de Dios.

Negamos la realidad del pecado, y por lo tanto, nos autoengañamos, cuando usamos eufemismos para referirnos a él.

Dicen los estudiosos que el pecado es cualquier desviación moral por parte del ser humano con respecto a la voluntad revelada de Dios, que lo lleva a no hacer deliberadamente lo que él ha ordenado con claridad y precisión, o a realizar lo que específicamente ha prohibido, constituyendo en todo caso una conducta ofensiva a los ojos de Dios. El pecado por lo tanto implica el rechazo de la voluntad de Dios, el vivir a espaldas de Dios, y la disposición que lleva al ser humano a hacer la propia voluntad en oposición a la de Dios.

Pero nosotros eludimos el término pecado porque nos incomoda, porque el estilo de vida mundano lo hace parecer desueto y anacrónico. Porque con la excusa de un Dios de gracia y amor nos saltamos los principios éticos y morales que no se acomodan a nuestro pensamiento postmodernista y afirmamos ser genuinos. Decimos que así somos, que así nos ama Dios, que si pensáramos, habláramos o nos comportáramos de una manera diferente estaríamos siendo hipócritas…así que sacamos la bandera de una falsa – y arrogante – autenticidad para excusar nuestro pecado.

Y lo llamamos de otras maneras. Es más fácil decir: “me equivoqué”, “la embarré”, “metí la pata”, “cometí un error”, “tuve un desliz” o utilizar incluso expresiones coloquiales un poco más gráficas, antes que llamar las cosas por su nombre y decir a secas: “Pequé”. Y al usar eufemismos contribuimos a profundizar aún más el autoengaño, porque ya no nos parece tan grave. Y por lo tanto, le restamos importancia. Le quitamos el efecto nocivo de afectar nuestra relación con Dios, de poner una barrera entre nosotros y Él, olvidando que para Dios no hay tal cosa como un pecadito o un pecadillo. Todos se interponen en nuestra comunión con Él, todos minan nuestra santidad, todos impactan nuestro caminar en Cristo.

La mala noticia es que para el Señor los eufemismos no son excusa. Ya lo había dicho el apóstol Santiago: “El que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, comete pecado” (Santiago 4:17, RVC). Y unas páginas atrás en la Biblia, en uno de sus confrontaciones con los fariseos, “Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado; pero ahora, como dicen que ven, su pecado permanece.» (Juan 9:41).

El Señor nos ha entregado su Palabra, y la guía del Espíritu Santo, para discernir lo bueno de lo malo, para entender lo que le agrada y lo que le ofende. Cuando pasamos por encima de Su voluntad para imponer la nuestra, lo contristamos porque le quitamos valor a Su sacrificio en la cruz.

Personalmente me inquieta pensar en todas las ocasiones en las que he sido laxo con el pecado en mi vida, en las que de una u otra manera lo he cohonestado, justificado, excusado o simplemente me he “hecho el loco” mirando para otra parte como si no estuviera allí. Y le pido al Señor sabiduría y entendimiento para mantenerme alejado de la tentación y recibir de Él el dominio propio que necesito para reafirmarme en Su camino. Le pido, como el salmista, “Sostén mis pasos en tus sendas para que mis pies no resbalen.” (Salmos 17:5, RVC).
Dentro del maravilloso regalo que recibí de Dios, la libertad de elegir, hoy y todos los días de mi vida, tengo la oportunidad y la posibilidad de tomar decisiones correctas. Y quiero hacerlo.
¿Cuál es tu elección? ¿Cómo vas a vivir la nueva vida de Cristo en ti enfrentando al pecado?

Bendiciones,

JORGE HERNÁN