martes, marzo 18, 2014

VIVIR EN CRISTO


Venimos en uno de tantos procesos educativos con el Señor, viviendo el módulo “fe y confianza”. Y como no obtenemos las respuestas que queremos en el tiempo que queremos, le preguntamos qué puede estar pasando. Y, entre otros, nos lleva a este terrible pasaje (Proverbios 1:24-31): "Pero yo los llamé, y nadie quiso oírme; les tendí la mano, y nadie me hizo caso; Al contrario, desecharon todos mis consejos y no quisieron recibir mi reprensión. Por eso, yo me burlaré de ustedes cuando les sobrevenga la temida calamidad, cuando la calamidad que tanto temen les sobrevenga como un torbellino; cuando les sobrevengan tribulaciones y angustias. Entonces me llamarán, y no les responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán. Puesto que aborrecen la sabiduría, y no optaron por temer al Señor ni quisieron seguir mis consejos, sino que menospreciaron todas mis reprensiones, comerán los frutos de sus andanzas y se hartarán con sus propios consejos."

Es un pasaje duro pero nos confronta con la terrible realidad que viven muchas personas que dicen ser cristianas pero cuyas palabras y actitudes cotidianas desdicen lo que profesan. A veces, porque simplemente usan el rótulo como parte de una moda pasajera. A veces, porque persisten en vivir una doble vida obedeciendo al Señor solamente en lo que les conviene o en aquellas cosas que no contravienen sus “pasiones carnales, turbios deseos y ostentación orgullosa” (cfr. 1 Juan 2:16, BLPH). Y a veces porque tienen hábitos ocultos que son abiertamente contrarios a las enseñanzas del Evangelio. En cualquier caso, ocurre lo mismo: falta de integridad, incoherencia manifiesta, desconocimiento de la sacralidad del templo del Espíritu Santo que dice la Biblia que somos. Y cuando uno lleva una doble vida así, de esa manera, se convierte en un cristiano tibio. De esos que el Apocalipsis (3:16) advierte que serán vomitados de la boca del Señor.

Releer el pasaje de arriba genera cuestionamientos. Nos familiarizamos con un Dios misericordioso y lleno de gracia que escucha nuestras peticiones y nunca nos abandona. Pero, ¿qué ocurre cuando somos nosotros los que persistimos vivir una vida apartada de los cánones establecidos en las Escrituras y decidimos hacer del pecado una práctica habitual sin escuchar los consejos ni las reprensiones de Dios? Que Dios nos lleva a “comer de los frutos de nuestras andanzas” porque nuestro andar demuestra que aborrecemos la sabiduría divina y que en el día a día hemos dado prioridad a nuestro propio plan de vuelo aunque este implique la separación real de Dios. Y si este es nuestro caso, bien vale la pena que nos autoexaminemos. Nuestra responsabilidad es mantenernos limpios en nuestro caminar diario y purificarnos de toda contaminación de manera tal que mi espíritu se conserve en armónica concordancia como el suyo. Como dijo Oswald Chambers hace cerca de cien años: “Debes tener seriedad en tu compromiso con Dios y dejar con gusto todo lo demás. Literalmente, coloca a Dios en primer lugar”.

Tenemos que decidirnos. Cortar por completo con el pecado, someternos al Señor en todas las esferas de nuestra vida pública y privada y desechar todo hábito que no honre y glorifique Su Santo Nombre. Es el momento de optar por ser verdaderos discípulos, ovejas que oímos Su voz y Le seguimos (cfr. Juan 10:27).

Escribe Dante Gebel, a propósito: “O eres cristiano o no lo eres, no hay término medio. No hay espiritualidad prestada. Dios no tiene nietos. El Evangelio no tiene primos. Si no tomas una decisión, tarde o temprano, todos sabrán que eres un fraude.”

Me emociona pensar que en la libertad que Dios me dio tengo la opción de decidir vivir en Cristo una espiritualidad propia y genuina. Y tú también puedes elegirla. Si hay cosas qué dejar atrás, es el tiempo para hacerlo.

Bendiciones,


JORGE HERNÁN