miércoles, abril 21, 2010

DIOS NO ES MI COPILOTO

No, no es ni debe serlo. Pese a lo bien que se ve la calcomanía- tan de moda hace varios años -que lo anuncia, la verdad es que cuando he tomado el control del volante de mi vida para sentar a Dios a mi lado, las cosas no han funcionado como debieran. Muchos conductores creen que nadie los supera frente a un timón y prefieren que todos los que van con ellos, copiloto y pasajeros, guarden silencio.

Cuando Dios es mi copiloto tiendo a callarlo, a decirle incluso educadamente que quien voy manejando soy yo, no Él. Tiendo a creer que yo sé cuál es el mejor camino, a veces inclusive buscando atajos que no son del todo legítimos y me autoconvenzo de seguir mis instintos. El copiloto suele ser un acompañante que en ocasiones sirve de guía o apoyo a quien va conduciendo. Pero mi Dios es más que eso, Él es quien tiene el control. De hecho, su rol es el de piloto: el que conduce, gobierna, dirige. Mi vida es el vehículo. Y Él quien está a cargo.

El riesgo de sentarme en el puesto que a Él le corresponde es enorme: para ponerlo en términos actuales, carezco de GPS. Él no. Desconozco cómo sortear ciertos obstáculos. Él no, de hecho convierte los montes en caminos. Puedo ir demasiado rápido o demasiado despacio. Él va siempre a la velocidad precisa. La imprudencia me puede incluso ocasionar algún tipo de accidente. Él siempre es prudente y sabe qué es lo mejor en cada situación. Pero hay algo mejor: Él es el Fabricante, así que sabe exactamente lo qué hay que hacer para corregir el menor desperfecto o arreglar el peor desastre en mi vida.

Definitivamente es mala idea tratar de tomar el lugar que nadie me asignó.

"Porque tú eres mi roca y mi castillo;Por tu nombre me guiarás y me encaminarás." (Salmo 31:3, RV60)