domingo, noviembre 13, 2011

TRANSACCIONES PELIGROSAS

Leo el relato de Abram en Génesis 12:10-20, cuando entró en Egipto con Sarai su mujer, pero temiendo por su vida, optó por decir que era su hermana. Dice la Palabra (v.16, TLA) que "para quedar bien con Abram, el rey le regaló ovejas, vacas, burros, burras, sirvientes, sirvientas y camellos". Abram transó, cedió integridad a cambio de bienestar y seguridad.


No importa que Faraón le haya ofrecido regalos, lo grave es que Abram los aceptó y recibió, aún viniendo de quien venían. Unos versículos atrás entendemos que este hombre que había sido tremendamente bendecido por Dios y le había sido confiada una maravillosa promesa, había decidido entrar a Egipto "porque allá si había alimentos". Mal comienzo: una necesidad insatisfecha llevó a Abram a Egipto. El temor lo condujo a negociar con Faraón.


¿Qué estamos nosotros dispuestos a entregar a cambio de nuestra tranquilidad? Creemos que hay cosas innegociables, soportadas en  nuestros principios y valores, pero estamos tan expuestos como el patriarca, y en momentos de crisis podemos perder el foco.


Mateo 4 y textos paralelos relatan cómo el Señor mismo fue tentado con la satisfacción de necesidades básicas pero su respuesta fue "no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (v. 4). También se le ofreció poder y riqueza pero Él rechazó contundentemente a Satanás.


1 Corintios 10:12 nos recuerda que así creamos estar firmes, debemos tener cuidado de no caer, estar alertas y tener un fundamento sólido que nos impida transar o ceder a la hora de la prueba. Cuando esta sobrevenga, lo que debemos hacer es volver nuestros ojos al Señor y preguntarle cuál es Su propósito en mi vida para disponerme a aprender de Él y ser un instrumento dócil en Sus manos. Sin concesiones, ni facilismos. Rara vez los atajos nos llevan en la dirección correcta y casi nunca las salidas fáciles son puestas por Dios.


Dice el Señor en 1 Juan 2:16: "Pues el mundo sólo ofrece un intenso deseo por el placer físico, un deseo insaciable por todo lo que vemos y el orgullo de nuestros logros y posesiones. Nada de eso proviene del Padre, sino que viene del mundo". Las mismas tentaciones que el diablo sirvió en bandeja a Jesucristo son las que nos atraviesa cada día. Y nosotros debemos ser astutos y buscar la sabiduría de lo alto para discernir cómo enfrentarlas y cómo salir avantes de las crisis y las dificultades de la vida aferrados de Su mano.


Me llama la atención que al final del relato de Génesis 12 Abram salió de Egipto "con todo lo que tenía". Aunque Dios estaba desagradado por causa de su conducta, permitió que sobrevinieran las consecuencias de sus actos para que se develara el engaño. Pero lo que Faraón le había entregado ya hacía parte de su patrimonio.


Cuando transamos, no solamente exponemos nuestra salud espiritual sino que afectamos a otros. Lo peor, sin embargo, son las secuelas. Porque luego debemos trabajar duro para despojarnos de lo que hemos recibido y que no es semilla de bendición, sino que corresponde a las malas siembras que hemos permitido en nuestra vida por causa de nuestra debilidad.


Hoy pido al Señor que me permita andar verdaderamente en integridad, sin buscar lo que no se me ha perdido ni entregar lo que Dios me ha confiado. Que pueda guardar mi corazón y buscarlo solo a Él en los momentos de debilidad y cuando me sienta necesitado. Amén.


JORGE HERNÁN

viernes, octubre 07, 2011

RELEVANCIA ESPIRITUAL

Preguntaba el otro día mi querido amigo el pastor Tito Garzón en una prédica dominical: "Por donde nosotros andamos, las tinieblas tiemblan?" 


La pregunta me llama la atención pues alguna vez leí que si en tu caminar diario no te encuentras con Satanás, es porque está andando a tu lado.


Como creyentes tenemos una misión, y es ser relevantes para el Reino de los Cielos. Trascender. Impactar vidas. Influir sobre otros.


Y es que, en efecto, el cumplimiento de la Gran Comisión (Mateo 18:16-20 y evangelios paralelos) demanda una acción que genere reacciones en el mundo espiritual. Esto, por supuesto, debe ocurrir en un ambiente en el cual mi vida devocional esté completamente equilibrada a fin de que no me proyecte solamente hacia afuera sino que también cultive mi vida interior.


El hecho es que ser relevante implica que causemos bajas en las filas enemigas. Alguna vez me preguntaron si la iglesia en la que me congregaba entonces era conocida. "Lo es en el cielo y en el infierno, que es donde pensamos que es importante que se conozca", respondí. Con frecuencia los creyentes estamos tan cómodos en nuestras bancas de iglesia dejando pasar la vida que olvidamos que allí afuera hay un mundo que clama a gritos por un Salvador, miles de personas que viven sin Dios o adorando, como los atenienses, a un "dios no conocido". Pensemos por un momento que nosotros podríamos ser los encargados de presentárselo.


Necesitamos vivir vidas que hagan que los demonios tiemblen (cfr. Stg 2:19). Dios nos dio autoridad contra las huestes espirituales de maldad pero a veces no la usamos por temor o por comodidad. Más bien, simplemente hacemos a un lado el tema de la guerra espiritual porque pensamos que la vida es menos compleja si omitimos enfrentarnos a esta realidad. Y aunque batallar contra el mal de esta forma es absolutamente escritural, a veces podemos incluso caer en la trampa de llamar "fanáticos" a quienes profesan tal creencia.


Somos relevantes cuando tomamos la armadura de Dios de la que nos habla Efesios 6 y decidimos incursionar en territorio enemigo. Cuando hacemos discípulos y les enseñamos la Palabra no sólo estamos trayendo libertad a sus vidas y generando fiesta en los cielos (cfr. Lucas 15:7) sino que estamos abriendo una tronera espiritual en el ejército adversario por medio de la cual pasarán victoriosos los que se dirigirán a la Puerta Verdadera.


¿Qué estamos haciendo hoy para no indigestarnos con todo lo que recibimos en lugar se proyectarlo a un mundo necesitado de su Salvador?


JORGE HERNÁN

lunes, octubre 03, 2011

TÚ ESTÁS AQUÍ

"—Señor —le dijo Marta a Jesús—, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto." (Juan 11:21, NVI)

El reclamo de Marta no difiere mucho de los que cotidianamente le formulamos al Señor. Nos parece que está ausente cuando realmente está en silencio. "Tu hermano resucitará" (cfr. v. 23) fue la concluyente respuesta de Jesús a la hermana de Lázaro. En este relato bíblico, Dios simplemente permitió que las cosas ocurrieran con un propósito en mente. Ya antes lo había dicho: "Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para la gloria de Dios, para que por ella el Hijo de Dios sea glorificado." (v. 4). Y aunque el resultado final fue la gloria de Dios, en el camino había un proceso por el que toda la familia de Lázaro debía pasar y del cual los discípulos de Cristo debían aprender.

Dice una hermosa canción cristiana que cuando Él está en silencio, es porque está trabajando: "Pero Jesús les dijo: «Mi Padre nunca deja de trabajar, ni yo tampoco.»" (Juan 5:17, TLA). Dios siempre está en movimiento, obrando activamente a nuestro alrededor aunque no logremos verlo. Él siempre está a nuestro lado, a veces haciendo ruido y en otras ocasiones observando calladamente el desarrollo de Su perfecto plan.

Claro, tenemos un reto diario: vivir ese proceso de madurar la fe de tal manera que podamos ver la gloria de Dios e impactar a los demás gracias a Su poder sobrenatural que actúa en nosotros. Pero, en fin, lo importante es que el primer paso en este camino es hacer conciencia de la presencia de Dios, es decir, reconocer que el Señor siempre está a nuestro lado. "No te dejaré ni te abandonaré", fue Su promesa (Josué 1:5b, NVI) y la ha cumplido hasta hoy. Sobra decirlo, además va a seguir cumpliéndola.

Aunque nuestros ojos no lo puedan ver, como dice la canción, sabemos que está aquí y tenemos que volvernos sensibles ante esta realidad y ante el hecho incuestionable de que Su amor por mí es mucho mayor de lo que yo pueda incluso imaginar.

Tú, como yo, has vivido momentos difíciles y otros tal vez esplendorosos. En unos y otros el Señor ha estado presente, y lo seguirá estando. No es imprescindible que trates de comprender el propósito justo cuando estás en medio de la tormenta, basta con saber que existe y que quien lo ha determinado es Aquel para el cual tú eres tan importante como para entregar Su vida. 

Con razón Pablo dijo en Romanos 8:31 (DHH): "si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros". Con saberlo, podemos estar confiados...

JORGE HERNÁN

miércoles, septiembre 28, 2011

PUESTOS LOS OJOS EN JESÚS

"Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe" (Hebreos 12:2a, RVC)

¿En quién tenemos puestos los ojos? Yo, por lo menos, he afirmado muchas veces que la respuesta es única e inequívoca: en Jesús. Sin embargo, cuando confronto esta afirmación con la realidad encuentro que esta es diferente, porque con frecuencia mi referente es mucho más terrenal. Como humano que soy, tengo una concepción de la realidad que tiende a aferrarse a lo físico más que a lo espiritual, así que mi pastor se convierte en una sensatamente adecuada referencia material y tangible al Dios que representa.

Así pues, mil veces me he sentido defraudado porque mi líder espiritual, pastor o consejero, no ha respondido a mis expectativas cuando yo sentía que más lo necesitaba. Esto se traduce en que no acudió a mi llamado, o no fue sensible a mi necesidad, o simplemente no dispuso del tiempo o no tuvo la voluntad de atenderme.

Dice Darío Silva-Silva: "El Señor es mi pastor, el pastor NO es mi señor". Independientemente del nivel de crecimiento, autoridad y/o cercanía de mi líder, él es simplemente un ministro que cumple la tarea que Dios le encargó desarrollando su actividad con los dones que el Espíritu Santo le entregó. Pero no está capacitado para darme lo que solo Dios puede darme y que yo debo buscar en la Fuente.

Jeremías 17:5 (NTV) dice: "Esto dice el Señor: «Malditos son los que ponen su confianza en simples seres humanos, que se apoyan en la fuerza humana y apartan el corazón del Señor.». De nuevo, los líderes que Dios me ha puesto como guía y referencia son simples seres humanos, y no puedo exigir de ellos lo que solamente mi Señor da. Es básicamente la misma idea del salmista, cuando dice: "No pongan su confianza en hombres importantes, en simples hombres que no pueden salvar" (Salmos 146:3, DHH). En la perspectiva divina, todos los mortales entramos en esa categoría y el Señor nos advierte claramente que nuestra confianza únicamente en Él.

Igual ocurre con mi esperanza. Cuando Job decía "Aunque él me mate, en él esperaré" (Job 13:5, RVC) estaba reflejando el tipo de relación que solo Dios puede brindarme. La esperanza en Dios siempre está ligada a la certeza de que Su propósito es bendecirme, y que aunque yo no entienda lo que está ocurriendo a mi alrededor, mi Señor está obrando activamente.

Así pues, cuando nos distraemos y ponemos los ojos, la confianza y la esperanza en simples mortales, no solamente estamos desatendiendo a lo que la Divina Palabra establece sino que muy probablemente vamos a sentirnos, más temprano que tarde, defraudados, tristes y decepcionados con estos líderes, tal vez con la iglesia y de pronto hasta con Dios por cuenta de un error de apreciación de la verdad escritural que se materializa en un pecado: hacer de la carne nuestra fortaleza (cfr. Jer 17:5 LBLA).

A Dios no podemos culparlo de lo que Sus siervos hacen o dejan de hacer, ni responsabilizarlo por lo que dicen o por lo que callan. El que se equivoca demandando de ellos lo que debo buscar en Dios soy yo. Y esta falla no va a corregirse cambiando de líder ni trastéandome de iglesia ni menos aún dándole la espalda al Señor.

Reconozco y acepto que debo fijar la mirada en Jesús, no en los hombres. Pido perdón a Dios por haberme distraído de Su perfecta voluntad. Y, de paso, decido perdonar a los líderes y pastores que alguna vez - o quizás muchas - no respondieron a mis expectativas generándome frustración, dolor y hasta ira.

JORGE HERNÁN


jueves, septiembre 01, 2011

QUÉ HARÉ?


Hace unos días tuve el privilegio de escuchar en la iglesia una hermosa prédica de Sung Hwan Kim sobre la respiración espiritual. Basado en Hechos 22:6-10 decía que las dos grandes preguntas de la vida son: “Quién es Jesús para mí?” y “Qué haré?”. Lo primero se relaciona con la inhalación espiritual, estar en la presencia de Dios, acercarnos al trono de la gracia para recibir de Él. Lo segundo, con la exhalación espiritual, es decir, lo que hacemos para el Reino usando los dones que nos han sido entregados.

Inhalar nos permite deleitarnos y regocijarnos en la presencia del Señor, de modo que la salvación se convierte en algo real y vivencial que transforma nuestra manera de vivir y nos genera una responsabilidad para con Cristo impulsándonos a participar en la gran comisión (cfr. Mateo 28:18-20). Cuando cumplimos la tarea que Jesús nos asignó estamos exhalando.

Así como una persona saludable inhala y exhala, un cristiano saludable no puede arriesgarse a vivir una vida espiritual inoperante por razones de asfixia (no poder inhalar bien o inhalar sustancias tóxicas) o dificultades para exhalar. La cruz tiene dos sentidos: uno vertical, que apunta hacia el cielo, y que refleja de alguna manera la necesidad de desarrollar intimidad con Dios; pero también uno horizontal que señala la imperiosa necesidad de extenderme y alcanzar a otros para Cristo.

En la cómoda tibieza de nuestras vidas olvidamos con frecuencia que tenemos una tarea que cumplir. Preferimos no pararnos frente al Señor y decirle “Heme aquí, envíame a mí” (cfr. Isaías 6:8) porque de alguna manera escogemos pensar que esa tarea les compete a otros. Suponemos que si no estamos en un ministerio que se encargue de llevar la Palabra a quienes tienen vacío de Cristo en sus corazones, entonces no es nuestra responsabilidad exhalar espiritualmente. Nos desligamos inadvertidamente de una tarea que nos ha sido encomendada porque ciertamente hemos sido bendecidos para poder bendecir a otros.

El reto es entonces salir de la zona de confort. Oseas 4:6 muestra el reclamo desgarrado del corazón de Dios, porque Su pueblo está expuesto a perderse, a ser destruido, a ir cautivo, por falta de conocimiento. Y nuestra tarea es abrirnos al mundo para compartir el conocimiento que nos ha sido dado. Talvez sea momento de pararnos de nuestras butacas y abandonar la cálida modorra que produce el sentarse solamente a recibir, para ir a dar. Quizás ha llegado la hora de ir a la presencia de Dios para recibir instrucciones. “Qué haré, Señor?”, preguntó Pablo. El que da las órdenes es Dios, yo soy simplemente un soldado que disciplinadamente me dispongo a atender el llamado de mi Señor. No se trata de lo que yo quiero hacer para Él, sino de lo que Él ha dispuesto que yo haga a Su servicio. Lo importante es que Su sueño para mí se haga realidad, no que se cumpla mi voluntad.

Samuel aprendió a decirle “Habla Señor que tu siervo escucha” (cfr. 1 Samuel 3), y probablemente este sea un buen momento para refrescar nuestra vida de oración reduciendo el tiempo de las peticiones y ampliando el que tenemos destinado a oír Su voz para poder poner en práctica sus mandatos e instrucciones.

Bendiciones,

JORGE HERNÁN

domingo, agosto 21, 2011

DESAFÍO A LA INTEGRIDAD

"Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?...Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él."
(Juan 6, 60 y 66, RV60)


Estos tiempos demandan hombres y mujeres de Dios que hablen Su Palabra con franqueza, claridad y firmeza. Nuestras iglesias, en aras de buscar mensajes que se acomoden a las necesidades de estos tiempos, predican con frecuencia contenidos "políticamente correctos". La gente sale feliz de las reuniones, habiendo escuchado cosas muy cercanas a las que quieren oír, palabras que no los molestan, no los cuestionan, no los incomodan. Los predicadores escogen cuidadosamente lo que van a decir y en nombre de la tolerancia y el respeto evitan recurrentemente hablar lo que pueda incomodar al pueblo. Lo que le pasó al Nazareno, pasa aún hoy en día. Las personas prefieren cambiar de iglesia como quien cambia de traje, o aún abandonar el Camino, antes que enfrentarse a un mensaje duro que los confronte.

Los grandes profetas bíblicos estaban muy lejos de la imagen del predicador que busca contemporizar con su auditorio y procura un escenario agradable que sirva de marco a lo que va a decir, siempre teniendo como fondo la incomensurable gracia de un Dios que todo lo perdona. En estos tiempos no se habla con insistencia del Dios celoso, ni de Su santa ira, ni del pecado que nos aleja de Él, ni de los estilos de vida que atraen maldición en lugar de bendición. Es cierto que el Señor es tan amoroso que nos quiere ver sanos, prósperos, tranquilos y felices, pero es más cierto aún que a Él no le interesa tanto la añadidura como la verdad de una relación profunda e íntima con Él aunque para alcanzarla tengamos que renunciar a la comodidad de vivir a nuestra manera.

Timoteo, inspirado por el Espíritu Santo, dijo: "Porque llegará el día en que la gente no querrá escuchar la buena enseñanza. Al contrario, querrá oír enseñanzas diferentes. Por eso buscará maestros que le digan lo que quiere oír. La gente no escuchará la verdadera enseñanza, sino que prestará atención a toda clase de cuentos." (2 Timoteo 4:3-4, TLA). El día ha llegado. Y nuestra responsabilidad como discípulos de Cristo es predicar la verdadera enseñanza, para ser fieles al Evangelio que alguna vez recibimos. Se trata de Dios, no de los demás. Y nada justifica transar con el mundo ni con los tiempos modernos. Que estemos en pleno siglo XXI no puede ser una excusa para abandonar la Escritura. Por eso había dicho Timoteo unos renglones antes: "Tú anuncia el mensaje de Dios en todo momento. Anúncialo, aunque ese momento no parezca ser el mejor. Muéstrale a la gente sus errores, corrígela y anímala; instrúyela con mucha paciencia" (2 Timoteo 4:2).

Clamo por hombres y mujeres de Dios que sean atrevidos como Jesús, confrontadores como Jesús, inoportunos como Jesús. Personas que expongan la Palabra sin adornos ni maquillajes, sin acomodos, sin temor a herir susceptibilidades. Cristianos íntegros que hablen con denuedo la Palabra sabiendo que deben obedecer a Dios antes que a los hombres (cfr. Hechos 4:29), voces que clamen en el desierto como Juan el Bautista, personas que se paren en la brecha y hagan vallado (cfr. Jeremías 22). Qué importa que no sean populares, qué interesa que no sean divertidos, qué más da que sus congregaciones no estén creciendo día a día.

Bendiciones sobreabundantes en Cristo,

JORGE HERNÁN


miércoles, julio 13, 2011

APRENDIENDO CADA DÍA

“El crisol es para la plata y el horno para el oro, pero Jehová es quien prueba los corazones”
 (Proverbios 17:3, RV95)

Quisiera que realmente cada experiencia de vida fuera un aprendizaje. Dios está obrando todo el tiempo, lo sé, y es Su voluntad enseñarme a través del peregrinaje por esta tierra. Quizás el ritmo cotidiano no me permita abordar cada cuestión como una oportunidad de crecer emocional y espiritualmente pero finalmente quien se lo pierde soy yo.

Desde el punto de vista del Maestro, las clases son todos los días y a todas las horas. Un discípulo inquieto repasa cada instante vivido, lo pasa por el tamiz de la oración y busca extraer de allí un aprendizaje que le sirva para encaminarse en el proceso de maduración en el Señor que lo lleve a “la plena y completa medida de Cristo” (Efesios 4:13, NTV).

Alguna vez escuché una anécdota sobre un virtuoso del violín al cual le preguntaron dónde había aprendido a tocar el instrumento con tal maestría y sublimidad. “En el violín”, respondió el músico con naturalidad. Somos transeúntes en la tierra, es verdad, simples caminantes, pero en el camino nos vamos formando y a través de esa formación Dios nos pone a punto para que seamos quienes Él necesita que seamos, al servicio de Sus planes perfectos. Cada módulo del pensum celestial está diseñado para que aprendamos, para que sometamos a prueba nuestro corazón de manera que sea evidente qué tan permeable es y ha sido frente a la Palabra que hemos oído y leído. Nos ejercitamos en la vida viviendo y desarrollamos nuestros dones poniéndolos en práctica en situaciones en las cuales requerimos de ellos. Así como un deportista tiene que practicar ardua y constantemente para lograr la excelencia, la cual nunca va a alcanzar simplemente leyendo las reglas del deporte respectivo, nosotros tenemos que experimentar para ser formados de la mano de Dios.

Nos volvemos pacientes ejercitándonos en ocasiones que requieren de toda nuestra paciencia, nos volvemos amorosos amando a aquellos que parecen merecerlo menos pero que lo necesitan más, nos volvemos mansos cuando nos vemos forzados a mantener la templanza y ser humildes en circunstancias en las que quizás normalmente seríamos agresivos. Y prácticamente cada fruto del Espíritu brota en nosotros cuando nuestro corazón ha pasado por el crisol de los momentos difíciles y por el horno de las situaciones adversas.

Las parábolas de Jesús se basaban en hechos cotidianos, en cosas que eran lugares comunes para quienes Lo escuchaban. Él sabía sacarle el jugo a las vivencias más simples y más corrientes, y al hacerlo nos estaba enseñando que la vida hay que leerla entre líneas, que Dios está escribiendo para nosotros los mensajes más profundos en medio de las circunstancias más prosaicas. Y desde allí está hablando a nuestros corazones. “El que tenga oídos para oír, que oiga”.

Repasa tu día. Piensa qué aprendiste hoy. Y luego revísalo una vez más, pero ahora hazlo en Su presencia y pidiéndole que arroje Su luz sobre cada experiencia, de modo que sientas que estás siendo edificado, que estás creciendo en dirección a la estatura espiritual del varón perfecto que es Cristo.

Con un corazón agradecido por lo que el Señor me ha enseñado hoy,


JORGE HERNÁN

sábado, julio 02, 2011

CUESTIÓN DE FOCO

"Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra."
(Colosenses 3:2)

Creo haber leído esta cita infinidad de veces, pero cada vez que lo hago me cuestiono acerca de qué tanto la pongo en práctica. Se supone que como hijo de Dios, y a semejanza de Jesús, debo ocuparme en las cosas de mi Padre (cfr. Lc 2:49) que ya mi Padre se ocupará de las mías. Lo aprendí hace tiempo pero debo confesar que no lo vivo como el Señor lo espera. Pierdo demasiado tiempo ocupado de las situaciones cotidianas en lugar de centrarme en mi relación con Dios. Me estoy pareciendo más a Marta de Betania, permitiendo que las horas se escurran en medio de los quehaceres diarios en vez de ocuparme en cultivar mi comunión con Dios. Esto afecta mi vida de oración, que se vuelve reactiva cuando debiera ser proactiva, ya que por naturaleza en caso de emergencia tiendo a buscar el interruptor que activa mi relación vertical. Pero, así como una planta que solo se riega de vez en cuando tiende a marchitarse o por lo menos a no florecer como debiera, lo mismo empieza a ocurrirle a mi vida espiritual.

"Las semillas que cayeron entre los espinos representan a los que oyen la palabra de Dios, pero muy pronto el mensaje queda desplazado por las preocupaciones de esta vida y el atractivo de la riqueza, así que no se produce ningún fruto" (Mateo 13:22, NTV). Esta explicación, dada por Jesús con relación a uno de los aspectos de la parábola del sembrador, parece calar profundamente en muchos de nosotros. Cuando dejamos que la Palabra se pierda, ahogada por las preocupaciones cotidianas, estamos reflejando que nuestro corazón no es terreno fértil para que germine la semilla que ha sido sembrada, y evidenciando la enorme necesidad que tenemos de trabajar en él para adecuarlo y prepararlo apropiadamente para la siembra. Tendremos que abonarlo, fertilizarlo y regarlo reacondicionando nuestra vida espiritual y fortaleciéndola en la disciplina de la lectura de la Biblia y la oración constante. Y esto es así porque necesitamos poner nuestro corazón a punto para que Dios obre. De lo contrario seguiremos desenfocados, poniendo la mira en las cosas de abajo, en los asuntos mundanos que nos distraen de lo esencial.

Al reconocer que mi mente divaga en medio del tiempo de adoración, pensando en cómo resolver las más irrelevantes pequeñeces, es cuando entiendo qué tan lejos he permitido que mi alma se distancie de mi espíritu. Y solo puedo corregir el enfoque agarrando de nuevo con fuerza la mano de mi Señor.

En Cristo Jesús,

JORGE HERNÁN




OTRA VEZ GOLIAT


"Entonces dijo David al filisteo:

--Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.

Jehová te entregará hoy en mis manos, yo te venceré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo entregaré tu cuerpo y los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios en Israel.

Y toda esta congregación sabrá que Jehová no salva con espada ni con lanza, porque de Jehová es la batalla y él os entregará en nuestras manos."

(1 Samuel 17:45-47, RV95)"


No sé cuántas prédicas he escuchado sobre Goliat, ni cuántas canciones alusivas he tarareado, ni cuántas películas he visto, ni cuántos artículos he leído. Lo que sí sé es que hay muchos Goliats en mi vida que siguen paseándose desafiantes amenazando mi tranquilidad e insinuándome que son invencibles.

Parecen inderrotables y adquieren numerosas apariencias: una adicción, un problema, una atadura....se ven como gigantes y llaman nuestra atención sobre ellos. A veces nos quitan el sueño y son nuestra preocupación cotidiana más recurrente. Buscamos mil maneras de atacarlos pero la experiencia, casi siempre basada en nuestras fuerzas, apunta hacia nuestra debilidad y hacia lo frágiles que somos para vencerlos. De hecho, con frecuencia los evitamos y optamos por evadirlos ante la silenciosa certeza de que si tratamos de combatirlos llevamos las de perder. Nos hemos resignado a su presencia, que aceptamos calladamente, y preferimos elaborar un catálogo de justificaciones con las cuales podamos autoconvencernos del statu quo.

Pero David no veía al gigante sino a Dios. Desestimó sus armas terrenales y su evidente respaldo físico. Sabía que el Señor y él siempre serían mayoría. Declaró que al retarlo estaba realmente provocando a Dios y se lo enrostró con claridad. Resaltó que estaba en mejor posición que Goliat, con el Señor y los ejércitos celestiales a su lado.

Igual que tú y yo, ciertamente. No hay diferencia entre la escena bíblica y la que nosotros afrontamos cada día, salvo quizás porque no hemos identificado cuál es nuestra verdadera posición en el campo de batalla. Privilegiados, del lado ganador, con el Dios de los ejércitos de nuestra parte.

La victoria es nuestra hoy. Sí, tuya y mía. El Señor ha entregado a ese enemigo en nuestras manos para que Su nombre resplandezca. Desde su punto de vista, es un problema superado. En sus registros el partido ya se jugó y ya tiene un ganador: Dios. El diablo ya fue avergonzado en la Cruz, solo tenemos que hacer conciencia de ello y dejar de actuar como si hiciéramos parte del equipo perdedor.

La batalla no es mía ni tuya, dice la Escritura que es del Señor. Pero cuando nos empeñamos en lucharla en nuestras propias fuerzas y con nuestros limitados recursos, indefectiblemente vamos a tener que reconocer que no somos gigantes, que estamos pobremente armados y que no tenemos las destrezas necesarias para lograr superarla. Solo cuando entramos en la presencia de Dios, aceptamos nuestras limitaciones y declaramos que es Él quien se encarga de guerrear y, sobre todo, le hacemos entrega real de la situación, estamos en la posibilidad cierta de disfrutar de la victoria que el Señor ha planeado.

Salgamos de la guarida y enfrentemos a Goliat. Hagamos nuestras las palabras de David y que el Espíritu Santo que lo dirigió nos dirija y encamine también a nosotros para que todos sepan que el Señor no salva con espada ni con lanza.

Bendiciones sobreabundantes en Cristo,

JORGE HERNÁN

martes, mayo 17, 2011

CAMBALACHE

“Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados.”

Enrique Santos Discépolo, Cambalache, 1935.

Pasaron ya más de tres cuartos de siglo desde que Enrique Santos Discépolo escribió su famoso tango, en el que retrataba de manera cruda la sociedad de entonces, caracterizada por una marcada inversión de valores. La degradación ética y moral es, efectivamente, y como lo dice la canción, una falta de respeto y un atropello a la razón. “Herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia junto a un calefón”, dice al final de una de sus estrofas. En otras palabras, hemos contristado al Espíritu Santo. El relativismo moral producido por la desvalorización de los valores supremos, de la que en su momento hablaron Heidegger y Nietzsche, se ha acentuado con los años y la crisis finalmente está bordeando los límites de la inversión total en nombre de una falsa tolerancia. Leo los artículos de prensa de la semana y me encuentro a un “bloguero” de Semana quejándose de que ya estamos dándole validez al término “más o menos honesto” como si semejante oxímoron fuera legítimo. En otra nota de prensa, el pobre Stephen Hawking cuestiona la existencia de una vida más allá de la vida y caemos en la falacia de darlo como cierto por venir de quien proviene: un “magister dixit”, dirían por ahí. Luego me topo con la defensa vehemente que hace un ex magistrado en la que confronta al Procurador porque la ley debe estar por encima de sus opiniones, así esté en contra de los principios divinos. Por otro lado, cada día más figuras públicas orgullosamente “salen del clóset” y exponen con satisfacción su condición homosexual o bisexual. Se supone que nadie puede erigirse en juez de la moral y que la normalidad es un concepto relativo. Ya no hay un “deber ser” absoluto porque hicimos a un lado los cánones de verdad que nos incomodaban y nos hacían difícil vivir a nuestra manera.

Realmente, sin embargo, el problema no es nuevo. “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”, en toda la extensión de la palabra mundo. La respuesta la dieron hace siglos los apóstoles Pedro y Juan: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19-20, RVR). Prefiero aferrarme a unos valores firmes y absolutos, confiables al 100%, consignados en la Palabra de Dios, así me llamen intolerante, que transar con el mundo, el diablo y la carne para acomodarme a los tiempos. A quienes defendemos los principios firmes que Dios en Su infinita sabiduría consignó en las Escrituras nos llaman “retrógrados”, en el mejor de los casos. Oscurantistas, inquisidores, y otros calificativos semejantes se nos endilgan con frecuencia por no pensar como ahora piensan los demás. Por ir contra la corriente. Por ser idealistas. Pero, sobre todo, por ser obedientes a la Palabra. “He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los carneros”, dice 1 Samuel 15:22b (LBLA), expresando lo que espera Dios de un corazón que Le ama. Más claramente, en Juan 14:23 el propio Jesús lo expresó así: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos á Él, y haremos con Él morada” (RV 1909).

No quiero hacer parte de este cambalache. Mi moral no se negocia. Mi ética no está a la venta. Mi integridad no tiene precio. Porque amo a Dios sé que la modernidad no significa la aceptación de lo inaceptable. Una conocida versión de las Escrituras se llama “Dios habla hoy”, porque Su Palabra es tan actual ahora como hace dos mil años, pero yo no puedo acomodarla a mi cosmovisión particular ni dejarme llevar por la fuerza de las ideas o de las costumbres prevalentes para cambiar lo que a mi Señor no le agrada. No puedo añadir a mis fallas cotidianas, a los pecados contra los que habitualmente lucho, el de la desobediencia complaciente que cede ante el mundo para ganar favores y evitar disgustos. No quiero quedar bien con todo el mundo si eso implica quedar mal con Dios. Y necesito firmeza para conservar mi integridad.

Hoy quiero hacer mía la petición de David: “Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen” (Salmos 17:5).

Con todo afecto, después de siete largos meses de silencio,

JORGE HERNÁN