sábado, julio 02, 2011

OTRA VEZ GOLIAT


"Entonces dijo David al filisteo:

--Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.

Jehová te entregará hoy en mis manos, yo te venceré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo entregaré tu cuerpo y los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios en Israel.

Y toda esta congregación sabrá que Jehová no salva con espada ni con lanza, porque de Jehová es la batalla y él os entregará en nuestras manos."

(1 Samuel 17:45-47, RV95)"


No sé cuántas prédicas he escuchado sobre Goliat, ni cuántas canciones alusivas he tarareado, ni cuántas películas he visto, ni cuántos artículos he leído. Lo que sí sé es que hay muchos Goliats en mi vida que siguen paseándose desafiantes amenazando mi tranquilidad e insinuándome que son invencibles.

Parecen inderrotables y adquieren numerosas apariencias: una adicción, un problema, una atadura....se ven como gigantes y llaman nuestra atención sobre ellos. A veces nos quitan el sueño y son nuestra preocupación cotidiana más recurrente. Buscamos mil maneras de atacarlos pero la experiencia, casi siempre basada en nuestras fuerzas, apunta hacia nuestra debilidad y hacia lo frágiles que somos para vencerlos. De hecho, con frecuencia los evitamos y optamos por evadirlos ante la silenciosa certeza de que si tratamos de combatirlos llevamos las de perder. Nos hemos resignado a su presencia, que aceptamos calladamente, y preferimos elaborar un catálogo de justificaciones con las cuales podamos autoconvencernos del statu quo.

Pero David no veía al gigante sino a Dios. Desestimó sus armas terrenales y su evidente respaldo físico. Sabía que el Señor y él siempre serían mayoría. Declaró que al retarlo estaba realmente provocando a Dios y se lo enrostró con claridad. Resaltó que estaba en mejor posición que Goliat, con el Señor y los ejércitos celestiales a su lado.

Igual que tú y yo, ciertamente. No hay diferencia entre la escena bíblica y la que nosotros afrontamos cada día, salvo quizás porque no hemos identificado cuál es nuestra verdadera posición en el campo de batalla. Privilegiados, del lado ganador, con el Dios de los ejércitos de nuestra parte.

La victoria es nuestra hoy. Sí, tuya y mía. El Señor ha entregado a ese enemigo en nuestras manos para que Su nombre resplandezca. Desde su punto de vista, es un problema superado. En sus registros el partido ya se jugó y ya tiene un ganador: Dios. El diablo ya fue avergonzado en la Cruz, solo tenemos que hacer conciencia de ello y dejar de actuar como si hiciéramos parte del equipo perdedor.

La batalla no es mía ni tuya, dice la Escritura que es del Señor. Pero cuando nos empeñamos en lucharla en nuestras propias fuerzas y con nuestros limitados recursos, indefectiblemente vamos a tener que reconocer que no somos gigantes, que estamos pobremente armados y que no tenemos las destrezas necesarias para lograr superarla. Solo cuando entramos en la presencia de Dios, aceptamos nuestras limitaciones y declaramos que es Él quien se encarga de guerrear y, sobre todo, le hacemos entrega real de la situación, estamos en la posibilidad cierta de disfrutar de la victoria que el Señor ha planeado.

Salgamos de la guarida y enfrentemos a Goliat. Hagamos nuestras las palabras de David y que el Espíritu Santo que lo dirigió nos dirija y encamine también a nosotros para que todos sepan que el Señor no salva con espada ni con lanza.

Bendiciones sobreabundantes en Cristo,

JORGE HERNÁN

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