“El crisol es para la plata y el horno para el oro, pero Jehová es quien prueba los corazones”
(Proverbios 17:3, RV95)
Quisiera que realmente cada experiencia de vida fuera un aprendizaje. Dios está obrando todo el tiempo, lo sé, y es Su voluntad enseñarme a través del peregrinaje por esta tierra. Quizás el ritmo cotidiano no me permita abordar cada cuestión como una oportunidad de crecer emocional y espiritualmente pero finalmente quien se lo pierde soy yo.
Desde el punto de vista del Maestro, las clases son todos los días y a todas las horas. Un discípulo inquieto repasa cada instante vivido, lo pasa por el tamiz de la oración y busca extraer de allí un aprendizaje que le sirva para encaminarse en el proceso de maduración en el Señor que lo lleve a “la plena y completa medida de Cristo” (Efesios 4:13, NTV).
Alguna vez escuché una anécdota sobre un virtuoso del violín al cual le preguntaron dónde había aprendido a tocar el instrumento con tal maestría y sublimidad. “En el violín”, respondió el músico con naturalidad. Somos transeúntes en la tierra, es verdad, simples caminantes, pero en el camino nos vamos formando y a través de esa formación Dios nos pone a punto para que seamos quienes Él necesita que seamos, al servicio de Sus planes perfectos. Cada módulo del pensum celestial está diseñado para que aprendamos, para que sometamos a prueba nuestro corazón de manera que sea evidente qué tan permeable es y ha sido frente a la Palabra que hemos oído y leído. Nos ejercitamos en la vida viviendo y desarrollamos nuestros dones poniéndolos en práctica en situaciones en las cuales requerimos de ellos. Así como un deportista tiene que practicar ardua y constantemente para lograr la excelencia, la cual nunca va a alcanzar simplemente leyendo las reglas del deporte respectivo, nosotros tenemos que experimentar para ser formados de la mano de Dios.
Nos volvemos pacientes ejercitándonos en ocasiones que requieren de toda nuestra paciencia, nos volvemos amorosos amando a aquellos que parecen merecerlo menos pero que lo necesitan más, nos volvemos mansos cuando nos vemos forzados a mantener la templanza y ser humildes en circunstancias en las que quizás normalmente seríamos agresivos. Y prácticamente cada fruto del Espíritu brota en nosotros cuando nuestro corazón ha pasado por el crisol de los momentos difíciles y por el horno de las situaciones adversas.
Las parábolas de Jesús se basaban en hechos cotidianos, en cosas que eran lugares comunes para quienes Lo escuchaban. Él sabía sacarle el jugo a las vivencias más simples y más corrientes, y al hacerlo nos estaba enseñando que la vida hay que leerla entre líneas, que Dios está escribiendo para nosotros los mensajes más profundos en medio de las circunstancias más prosaicas. Y desde allí está hablando a nuestros corazones. “El que tenga oídos para oír, que oiga”.
Repasa tu día. Piensa qué aprendiste hoy. Y luego revísalo una vez más, pero ahora hazlo en Su presencia y pidiéndole que arroje Su luz sobre cada experiencia, de modo que sientas que estás siendo edificado, que estás creciendo en dirección a la estatura espiritual del varón perfecto que es Cristo.
Con un corazón agradecido por lo que el Señor me ha enseñado hoy,
JORGE HERNÁN
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