"Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra."
(Colosenses 3:2)
Creo haber leído esta cita infinidad de veces, pero cada vez que lo hago me cuestiono acerca de qué tanto la pongo en práctica. Se supone que como hijo de Dios, y a semejanza de Jesús, debo ocuparme en las cosas de mi Padre (cfr. Lc 2:49) que ya mi Padre se ocupará de las mías. Lo aprendí hace tiempo pero debo confesar que no lo vivo como el Señor lo espera. Pierdo demasiado tiempo ocupado de las situaciones cotidianas en lugar de centrarme en mi relación con Dios. Me estoy pareciendo más a Marta de Betania, permitiendo que las horas se escurran en medio de los quehaceres diarios en vez de ocuparme en cultivar mi comunión con Dios. Esto afecta mi vida de oración, que se vuelve reactiva cuando debiera ser proactiva, ya que por naturaleza en caso de emergencia tiendo a buscar el interruptor que activa mi relación vertical. Pero, así como una planta que solo se riega de vez en cuando tiende a marchitarse o por lo menos a no florecer como debiera, lo mismo empieza a ocurrirle a mi vida espiritual.
"Las semillas que cayeron entre los espinos representan a los que oyen la palabra de Dios, pero muy pronto el mensaje queda desplazado por las preocupaciones de esta vida y el atractivo de la riqueza, así que no se produce ningún fruto" (Mateo 13:22, NTV). Esta explicación, dada por Jesús con relación a uno de los aspectos de la parábola del sembrador, parece calar profundamente en muchos de nosotros. Cuando dejamos que la Palabra se pierda, ahogada por las preocupaciones cotidianas, estamos reflejando que nuestro corazón no es terreno fértil para que germine la semilla que ha sido sembrada, y evidenciando la enorme necesidad que tenemos de trabajar en él para adecuarlo y prepararlo apropiadamente para la siembra. Tendremos que abonarlo, fertilizarlo y regarlo reacondicionando nuestra vida espiritual y fortaleciéndola en la disciplina de la lectura de la Biblia y la oración constante. Y esto es así porque necesitamos poner nuestro corazón a punto para que Dios obre. De lo contrario seguiremos desenfocados, poniendo la mira en las cosas de abajo, en los asuntos mundanos que nos distraen de lo esencial.
Al reconocer que mi mente divaga en medio del tiempo de adoración, pensando en cómo resolver las más irrelevantes pequeñeces, es cuando entiendo qué tan lejos he permitido que mi alma se distancie de mi espíritu. Y solo puedo corregir el enfoque agarrando de nuevo con fuerza la mano de mi Señor.
En Cristo Jesús,
JORGE HERNÁN
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