Hace unos días tuve el privilegio de escuchar en la iglesia una hermosa prédica de Sung Hwan Kim sobre la respiración espiritual. Basado en Hechos 22:6-10 decía que las dos grandes preguntas de la vida son: “Quién es Jesús para mí?” y “Qué haré?”. Lo primero se relaciona con la inhalación espiritual, estar en la presencia de Dios, acercarnos al trono de la gracia para recibir de Él. Lo segundo, con la exhalación espiritual, es decir, lo que hacemos para el Reino usando los dones que nos han sido entregados.
Inhalar nos permite deleitarnos y regocijarnos en la presencia del Señor, de modo que la salvación se convierte en algo real y vivencial que transforma nuestra manera de vivir y nos genera una responsabilidad para con Cristo impulsándonos a participar en la gran comisión (cfr. Mateo 28:18-20). Cuando cumplimos la tarea que Jesús nos asignó estamos exhalando.
Así como una persona saludable inhala y exhala, un cristiano saludable no puede arriesgarse a vivir una vida espiritual inoperante por razones de asfixia (no poder inhalar bien o inhalar sustancias tóxicas) o dificultades para exhalar. La cruz tiene dos sentidos: uno vertical, que apunta hacia el cielo, y que refleja de alguna manera la necesidad de desarrollar intimidad con Dios; pero también uno horizontal que señala la imperiosa necesidad de extenderme y alcanzar a otros para Cristo.
En la cómoda tibieza de nuestras vidas olvidamos con frecuencia que tenemos una tarea que cumplir. Preferimos no pararnos frente al Señor y decirle “Heme aquí, envíame a mí” (cfr. Isaías 6:8) porque de alguna manera escogemos pensar que esa tarea les compete a otros. Suponemos que si no estamos en un ministerio que se encargue de llevar la Palabra a quienes tienen vacío de Cristo en sus corazones, entonces no es nuestra responsabilidad exhalar espiritualmente. Nos desligamos inadvertidamente de una tarea que nos ha sido encomendada porque ciertamente hemos sido bendecidos para poder bendecir a otros.
El reto es entonces salir de la zona de confort. Oseas 4:6 muestra el reclamo desgarrado del corazón de Dios, porque Su pueblo está expuesto a perderse, a ser destruido, a ir cautivo, por falta de conocimiento. Y nuestra tarea es abrirnos al mundo para compartir el conocimiento que nos ha sido dado. Talvez sea momento de pararnos de nuestras butacas y abandonar la cálida modorra que produce el sentarse solamente a recibir, para ir a dar. Quizás ha llegado la hora de ir a la presencia de Dios para recibir instrucciones. “Qué haré, Señor?”, preguntó Pablo. El que da las órdenes es Dios, yo soy simplemente un soldado que disciplinadamente me dispongo a atender el llamado de mi Señor. No se trata de lo que yo quiero hacer para Él, sino de lo que Él ha dispuesto que yo haga a Su servicio. Lo importante es que Su sueño para mí se haga realidad, no que se cumpla mi voluntad.
Samuel aprendió a decirle “Habla Señor que tu siervo escucha” (cfr. 1 Samuel 3), y probablemente este sea un buen momento para refrescar nuestra vida de oración reduciendo el tiempo de las peticiones y ampliando el que tenemos destinado a oír Su voz para poder poner en práctica sus mandatos e instrucciones.
Bendiciones,
JORGE HERNÁN
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