“Otros experimentaron vituperios y azotes, y hasta cadenas y prisiones. Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra. Y todos éstos, habiendo obtenido aprobación por su fe, no recibieron la promesa, porque Dios había provisto algo mejor para nosotros, a fin de que ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros”
(Hebreos 11:36-42)
Hay una parte de las Escrituras en la que no todo es felicidad, prosperidad, gozo y armonía, al menos en este mundo. Es la otra cara de la moneda. La de aquellos hombres y mujeres de fe que no tuvieron un final color de rosa, cuyas vidas desde el punto de vista de cualquier ser humano estuvieron marcadas por la tragedia. Creyentes firmes que nos dejaron como legado su testimonio aunque nunca recibieron la promesa. Valientes de Dios que padecieron enormemente y sin embargo nunca flaquearon en su fe. Ejemplos vivos de perseverancia en el Señor.
A veces compramos la imagen de un Evangelio facilista donde todo son bendiciones, en el que Deuteronomio 28 termina en el versículo 14 y en el que nuestra mente suprime los párrafos que no nos convienen, los que terminamos por establecer que no son tan importantes ya que no nos garantizan una vida sin contratiempos. Nada más distinto de la vida real. La cruda y real imagen de Jesucristo, el Siervo Sufriente de Isaías 53, es la muestra de la otra cara de la moneda. Refleja claramente una vida con propósito en la que lo más importante es el propósito, no la vida como tal. En la que la Gloria de Dios prima sobre cualquier otra consideración y todo se mueve con ese fin, aún en contra de mi propio bienestar.
La Palabra me enseña que amar es renunciar más que exigir, dar más que recibir, estar dispuesto al propio sacrificio más que a extender las manos para que lluevan bendiciones sobre mi vida. Tras bambalinas, un Dios amoroso me mira sonriente y dulcemente pero me pide que Lo busque y que lo haga de todo corazón para que aprenda a conocerlo, a discernir Su voluntad y a profundizar en ella en lugar de crearme un mundo de falsas expectativas en relación con lo que dice la Biblia. Me enseña que en el jardín de rosas me lastimo los pies con las espinas que brotan en medio de la belleza y que al final lo que verdaderamente tiene significado es que yo logre encontrar el sentido de mi vida a ojos de mi Creador.
Finalmente, como me compartía ayer un amigo, todo lo que Dios hace está motivado por su enorme amor hacia mí. Por extraño que me parezca, aún las tormentas más azarosas de la vida nacen en un corazón fundamentalmente amoroso que desea lo mejor para mí y que sabe que es lo que me conviene en aras de que se cumpla Su propósito perfecto. El Señor ha de ser glorificado, y la adoración ideal brota dulce y naturalmente de una comunión plena.
Tengo que buscarle, es su anhelo, su más íntimo deseo y también su amorosa sugerencia. Me llama al lugar secreto, donde me espera para darse a conocer y para que yo Le conozca realmente. Espera cada instante que yo dedico a la oración para disfrutarlo conmigo...Y yo a veces, más de las que debiera, solo le doy migajas, restos...y nada más. No obstante, Él aún me dice que me ama y que quiere que yo goce de Su presencia. No es momento para divagaciones ni elucubraciones de ningún tipo, solo para correr a Su encuentro....
Allá voy, Señor. ¿Vas también tú?
En el amor de Cristo,
JORGE HERNÁN
(Hebreos 11:36-42)
Hay una parte de las Escrituras en la que no todo es felicidad, prosperidad, gozo y armonía, al menos en este mundo. Es la otra cara de la moneda. La de aquellos hombres y mujeres de fe que no tuvieron un final color de rosa, cuyas vidas desde el punto de vista de cualquier ser humano estuvieron marcadas por la tragedia. Creyentes firmes que nos dejaron como legado su testimonio aunque nunca recibieron la promesa. Valientes de Dios que padecieron enormemente y sin embargo nunca flaquearon en su fe. Ejemplos vivos de perseverancia en el Señor.
A veces compramos la imagen de un Evangelio facilista donde todo son bendiciones, en el que Deuteronomio 28 termina en el versículo 14 y en el que nuestra mente suprime los párrafos que no nos convienen, los que terminamos por establecer que no son tan importantes ya que no nos garantizan una vida sin contratiempos. Nada más distinto de la vida real. La cruda y real imagen de Jesucristo, el Siervo Sufriente de Isaías 53, es la muestra de la otra cara de la moneda. Refleja claramente una vida con propósito en la que lo más importante es el propósito, no la vida como tal. En la que la Gloria de Dios prima sobre cualquier otra consideración y todo se mueve con ese fin, aún en contra de mi propio bienestar.
La Palabra me enseña que amar es renunciar más que exigir, dar más que recibir, estar dispuesto al propio sacrificio más que a extender las manos para que lluevan bendiciones sobre mi vida. Tras bambalinas, un Dios amoroso me mira sonriente y dulcemente pero me pide que Lo busque y que lo haga de todo corazón para que aprenda a conocerlo, a discernir Su voluntad y a profundizar en ella en lugar de crearme un mundo de falsas expectativas en relación con lo que dice la Biblia. Me enseña que en el jardín de rosas me lastimo los pies con las espinas que brotan en medio de la belleza y que al final lo que verdaderamente tiene significado es que yo logre encontrar el sentido de mi vida a ojos de mi Creador.
Finalmente, como me compartía ayer un amigo, todo lo que Dios hace está motivado por su enorme amor hacia mí. Por extraño que me parezca, aún las tormentas más azarosas de la vida nacen en un corazón fundamentalmente amoroso que desea lo mejor para mí y que sabe que es lo que me conviene en aras de que se cumpla Su propósito perfecto. El Señor ha de ser glorificado, y la adoración ideal brota dulce y naturalmente de una comunión plena.
Tengo que buscarle, es su anhelo, su más íntimo deseo y también su amorosa sugerencia. Me llama al lugar secreto, donde me espera para darse a conocer y para que yo Le conozca realmente. Espera cada instante que yo dedico a la oración para disfrutarlo conmigo...Y yo a veces, más de las que debiera, solo le doy migajas, restos...y nada más. No obstante, Él aún me dice que me ama y que quiere que yo goce de Su presencia. No es momento para divagaciones ni elucubraciones de ningún tipo, solo para correr a Su encuentro....
Allá voy, Señor. ¿Vas también tú?
En el amor de Cristo,
JORGE HERNÁN
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