“Así dice el Señor, tu Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña lo que te conviene, que te guía por el camino en que debes andar.”
(Isaías 48:17, NVI)
Leo una reflexión de Jill Caratini (ministerios Ravi Zacharias) a propósito del año nuevo, en la que nos recuerda que siempre que empieza un año de una u otra manera avivamos nuestras más hondas esperanzas, refrescamos sueños y reelaboramos planes. Pero ni las mañanas ni los años son realmente nuevos si no se los entregamos a aquel que tiene la capacidad de hacer nuevas todas las cosas. Su escrito termina diciendo: “Este día es nuevo porque lo hizo el Dios de los nuevos comienzos, el Dios que vino a vivir entre mortales. Cristo es la poción que Dios extiende cada mañana. Míralo venir, porque Él hará todas las cosas nuevas”.
Tengo buenos y firmes propósitos de año nuevo, tal vez el principal tiene que ver con la disciplina. Sé que esta palabra está ligada estrechamente con el término “discípulo” y puedo ver con facilidad cómo estoy fallando en cosas aparentemente simple como los hábitos de alimentación, ejercicio y sueño. Entiendo igualmente que si no puedo manejar apropiadamente la disciplina necesaria en el campo físico, evidentemente tendré que hacer un esfuerzo extra en lo que tiene que ver con lo emocional, y ni hablar de la esfera espiritual. Sé, pues, que se trata de un objetivo noble y sano a todas luces. Pero... ¿puedo acaso lograrlo solo?
También tengo anhelos. Sueño con ver mi matrimonio resplandeciendo de nuevo, con una segunda gloria “mayor que la primera”, anhelo ver mi hogar consolidado, y a mis hijos desarrollando todo el potencial que Dios puso en sus manos. Deseo experimentar restauración en cada área de mi vida que de una u otra forma ha sido fragmentada, y constatar que el Señor ha sanado mis múltiples heridas emocionales. Quiero ver cómo Dios obra milagrosamente en mi vida de forma que yo pueda proyectarme a otros y ser sal y luz para ellos. Pero... ¿va acaso el Señor a obrar si yo no pongo de mi parte?
El nuevo año exige de mi que entienda que separado de Dios, nada puedo hacer. Que todo está en Sus manos y que por ende necesito interiorizar que todo depende de Él. Pero que así como un día Cristo llamó a Pedro a caminar sobre las aguas hoy me llama a la acción. Esperar en Él no significa pasividad o estancamiento, sino más bien actividad dirigida. Significa que yo debo dar cada paso en dirección a donde Él me guía a hacerlo. Yo propongo, Él dispone y me orienta. Me muestra el camino a seguir.
Al final, el Señor me deja en libertad de soñar y planear. Pero si esto no lo hago dirigido por el Espíritu de Dios y mis acciones no son concordantes con mis oraciones, todo es vano. Sé que aún para actuar voy a necesitar disciplina y voluntad, y mi oración hoy es para pedirle a Dios que me las dé ambas, que me dote del equipaje necesario para abordar el 2010 a Su manera.
Bendiciones en Cristo,
JORGE HERNÁN
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