"Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer"
(Juan 15:15, RV60)
Hace unos días una muy querida amiga me escribió pidiéndome consejo acerca de cómo orar. Más allá de la respuesta a la pregunta, sin embargo, el Señor la utilizó como instrumento para hacerme ver cuánto se había enfriado mi relación con Él. Al leerla vinieron a mi mente otras épocas en las que mi comunión con Dios era intensa y estrecha, entendí aquella parte de la parábola del sembrador que está en Lucas 8:14, y me dí cuenta cuán fácil es que lo cotidiano nos distraiga de Él. La Palabra ahogada entre espinos...
Lo cierto es que compartía con mi amiga sobre Ricardo, un hombre de mi edad quien casualmente figura en mis registros como mi más antiguo amigo: ¡¡¡aparece en las fotos de mi primer cumpleaños!!! Lo quiero con toda mi alma pero lo veo poco, una vez al año o a veces menos, pero para mí es una experiencia sumamente grata reencontrarme con él, desatrasarnos de los acontecimientos que han marcado nuestras vidas e incluso de vez en cuando recibir un consejo. Le decía que creo que es la fuerza del cariño la que mantiene viva nuestra amistad.
Y este ejemplo me ilustra perfectamente la manera en qué funciona mi amistad con Dios.
He aprendido que Dios ama incondicionalmente, sacrificialmente, incansablemente, y proactivamente. Y que por eso cada vez que recurro a Él en oración me encuentro a Alguien muy bien dispuesto a seguir creciendo en Su relación conmigo, la que el mismo Autor de la Creación, respetando mi libre albedrío, decidió dejar en mis manos. Cuando ha pasado un tiempo en el que la relación se enfriado por mi cuenta, reduciendo y espaciando el tiempo dedicado a Él, conversando simplemente sobre cosas superficiales o pidiéndole cosas de acuerdo a mis necesidades más elementales, no me encuentro del otro lado con un interlocutor disgustado que me reprocha - aunque podría con toda justicia - por mi ingratitud, mi inconstancia y mi silencio sino que antes bien se deleita con mi compañía como yo debiera deleitarme en la Suya. Siento que cuando Lo busco, Él sonríe dulcemente y me invita a pasar a Su mesa.
Hace tiempo escuché a alguien que predicaba sobre la oración y decía que pasar tiempo con Dios requiere de nosotros que existan el deseo, la disciplina y el deleite, y parte de nuestro tiempo de oración mismo debe ser pidiéndole al Señor que avive estos tres elementos en nosotros, para que no nos rutinicemos, para que no nos aburramos, para que no desfallezcamos.
Me digo a mí mismo que por causa del pecado de posponer las cosas he dejado siempre para "después" el retomar con fuerza el hecho de cultivar mi amistad con Dios. Él me enseñó que para construir una amistad se requiere de dos personas y que por muchos esfuerzos que haga una de ellas la relación no fluirá mientras no haya una decisión conjunta de cimentarla, construirla y edificarla cada día. Lo mejor es que Él ya hizo su parte "por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es de su carne" (Hebreos 10:20, RV60) a través del cual nos invita a acercarnos confiadamente a Su presencia. La mía, simplemente, es buscarlo.
Ver al Señor en su dimensión como "amigo" es lo que nos permite acudir ante Él en oración conversando de una manera natural y espontánea. Sin tapujos, caretas ni máscaras. Sin preparación ni formalismos, tal como soy. Simplemente hablo, como me sale del corazón, digo las cosas como las pienso y las siento, sin adornos ni disimulos. Y de vez en cuando hago una pausa para escuchar. Con el Señor, aquieto mi alma y le pido que hable a mi corazón, que me responda de alguna manera que yo pueda entender y me preparo y dispongo para hacerlo.
A ese Amigo es al que quiero reencontrar. Y te invito a que si has bajado la guardia en tu tiempo con Él, hagas lo mismo. Al final, es el único amigo que nunca te va a fallar. Y si tu vida de oración, por el contrario, va en espiral ascendente, no te descuides, recuerda que cuando creemos estar más firmes mayor cuidado tenemos que tener para no caer.
Dios te siga bendiciendo,
JORGE HERNÁN
(Juan 15:15, RV60)
Hace unos días una muy querida amiga me escribió pidiéndome consejo acerca de cómo orar. Más allá de la respuesta a la pregunta, sin embargo, el Señor la utilizó como instrumento para hacerme ver cuánto se había enfriado mi relación con Él. Al leerla vinieron a mi mente otras épocas en las que mi comunión con Dios era intensa y estrecha, entendí aquella parte de la parábola del sembrador que está en Lucas 8:14, y me dí cuenta cuán fácil es que lo cotidiano nos distraiga de Él. La Palabra ahogada entre espinos...
Lo cierto es que compartía con mi amiga sobre Ricardo, un hombre de mi edad quien casualmente figura en mis registros como mi más antiguo amigo: ¡¡¡aparece en las fotos de mi primer cumpleaños!!! Lo quiero con toda mi alma pero lo veo poco, una vez al año o a veces menos, pero para mí es una experiencia sumamente grata reencontrarme con él, desatrasarnos de los acontecimientos que han marcado nuestras vidas e incluso de vez en cuando recibir un consejo. Le decía que creo que es la fuerza del cariño la que mantiene viva nuestra amistad.
Y este ejemplo me ilustra perfectamente la manera en qué funciona mi amistad con Dios.
He aprendido que Dios ama incondicionalmente, sacrificialmente, incansablemente, y proactivamente. Y que por eso cada vez que recurro a Él en oración me encuentro a Alguien muy bien dispuesto a seguir creciendo en Su relación conmigo, la que el mismo Autor de la Creación, respetando mi libre albedrío, decidió dejar en mis manos. Cuando ha pasado un tiempo en el que la relación se enfriado por mi cuenta, reduciendo y espaciando el tiempo dedicado a Él, conversando simplemente sobre cosas superficiales o pidiéndole cosas de acuerdo a mis necesidades más elementales, no me encuentro del otro lado con un interlocutor disgustado que me reprocha - aunque podría con toda justicia - por mi ingratitud, mi inconstancia y mi silencio sino que antes bien se deleita con mi compañía como yo debiera deleitarme en la Suya. Siento que cuando Lo busco, Él sonríe dulcemente y me invita a pasar a Su mesa.
Hace tiempo escuché a alguien que predicaba sobre la oración y decía que pasar tiempo con Dios requiere de nosotros que existan el deseo, la disciplina y el deleite, y parte de nuestro tiempo de oración mismo debe ser pidiéndole al Señor que avive estos tres elementos en nosotros, para que no nos rutinicemos, para que no nos aburramos, para que no desfallezcamos.
Me digo a mí mismo que por causa del pecado de posponer las cosas he dejado siempre para "después" el retomar con fuerza el hecho de cultivar mi amistad con Dios. Él me enseñó que para construir una amistad se requiere de dos personas y que por muchos esfuerzos que haga una de ellas la relación no fluirá mientras no haya una decisión conjunta de cimentarla, construirla y edificarla cada día. Lo mejor es que Él ya hizo su parte "por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es de su carne" (Hebreos 10:20, RV60) a través del cual nos invita a acercarnos confiadamente a Su presencia. La mía, simplemente, es buscarlo.
Ver al Señor en su dimensión como "amigo" es lo que nos permite acudir ante Él en oración conversando de una manera natural y espontánea. Sin tapujos, caretas ni máscaras. Sin preparación ni formalismos, tal como soy. Simplemente hablo, como me sale del corazón, digo las cosas como las pienso y las siento, sin adornos ni disimulos. Y de vez en cuando hago una pausa para escuchar. Con el Señor, aquieto mi alma y le pido que hable a mi corazón, que me responda de alguna manera que yo pueda entender y me preparo y dispongo para hacerlo.
A ese Amigo es al que quiero reencontrar. Y te invito a que si has bajado la guardia en tu tiempo con Él, hagas lo mismo. Al final, es el único amigo que nunca te va a fallar. Y si tu vida de oración, por el contrario, va en espiral ascendente, no te descuides, recuerda que cuando creemos estar más firmes mayor cuidado tenemos que tener para no caer.
Dios te siga bendiciendo,
JORGE HERNÁN
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