“Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne”
(Cantares 2:15, RVR 1960).
El Señor nos ha llamado a vivir en santidad (1 Pedro 1:15-16). Y la santidad implica consagración total, exige que no nos demos licencias, que renunciemos voluntaria y decididamente a no vivir un cristianismo mediocre lleno de fisuras en su testimonio sino que por el contrario tengamos un compromiso total con Cristo, con todo lo que ello implica y supone.
La Palabra nos advierte “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12, RVR 60), y usualmente los creyentes mantenemos razonablemente la guardia frente a lo que creemos que son “grandes” pecados. Creemos equivocadamente que, siguiendo la cita del autor de Cantares, si las zorras grandes no están acechando nuestro viñedo no tenemos nada que tener así que procuramos cuidarnos de lo que pensamos que puede corrompernos. Pero nos olvidamos de las pequeñas, las que realmente pueden echarlo todo a perder, e incluso somos complacientes, falsamente tolerantes con ellas cuando las vemos pasar. Atentos a los grandes depredadores, dejamos colar a los pequeños pero destructivos microbios que inoculan virus en nuestras vidas espirituales. Y lo que empieza a ocurrir es un fenómeno de corrosión, demoledor, que ataca todas las áreas de nuestra vida. Por ello tenemos que estar alerta frente a este tipo de amenazas.
Las zorras pequeñas se atacan en su guarida, que es la mente. Allí es donde empieza la tentación, para luego afectar las emociones y sacudir la voluntad. Las influencias espirituales negativas normalmente encuentran un buen caldo de cultivo en un alma enferma y dispuesta a transar aún en materia de principios y valores.
Una mirada indiscreta, una palabra vulgar, una respuesta grosera, un chisme, una mentira “piadosa”, una caricia indebida… pecados que minan nuestro carácter y gangrenan lentamente nuestra comunión con Dios, en especial cuando nos permitimos tolerarlos porque “todo el mundo lo hace”, “eso no tiene nada” y mil excusas semejantes. Nos auto-engañamos solo para justificar nuestros errores y complacientemente decimos que son solo “pecaditos”, como si el diminutivo les restara gravedad.
A veces son aspectos cuya inconveniencia nos incomoda, malos hábitos que nos resistimos a dejar porque nos repetimos una y otra vez que Dios nos ama como somos, olvidando que tal vez porque nos ama tanto no quiere que permanezcamos en lo que a Él no le agrada. Bien dijo Pablo que todo nos es lícito, pero no todo nos conviene (1 Corintios 6:12) y hay acciones, actitudes y comportamientos que con toda franqueza en nuestro corazón sabemos que no glorifican al Señor sino que más bien le desagradan.
Otras veces son pecados que no queremos abandonar, torciéndole el espinazo a las Escrituras aunque ellas nos adviertan que se trata de cosas que el Señor francamente aborrece, como la altivez, las maquinaciones, o la cizaña (ver Proverbios 6:15-17).
Vivir en santidad significa que debo tener cuidado con el uso que le doy a mis sentidos corporales porque ellos son la puerta que pone a trabajar el alma. Por ver lo que no debo, por oír lo que no debo, por tocar lo que no debo, por oler lo que no debo, por palpar lo que no debo es que mi mente empieza a funcionar indebidamente, no para rendir alabanza al Creador sino para responder a los estímulos externos con los que Satanás busca distraernos de nuestro propósito. Y la combinación de lo sensorial con los pensamientos inapropiados sacude en nosotros las emociones, que en ellas mismas no son buenas ni malas pero manipuladas por el enemigo se convierten en una bomba de tiempo que hace estallar la voluntad en mil pedazos. Por eso al final terminamos haciendo lo que en lo más profundo de nuestro ser sabemos que no conviene.
Dice Sergio Scataglini que fuimos “creados para ser la foto de Dios”. Hechos a imagen y semejanza Suya, nuestro deber es llevar en alto Su nombre. Por algo cuando el Señor trazó los diez mandamientos advirtió “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano porque no dará Jehová por inocente al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7, RVR 60). Decir que somos cristianos, seguidores de Cristo o discípulos de Cristo entraña una inmensa responsabilidad, por ello no podemos ostentar esta dignidad con ligereza, justamente por eso. Porque es una dignidad y un honor por los que nuestro buen Jesús pagó con Su vida en la cruz del Calvario.
Quiero vivir “a la manera de Cristo” como dice una canción, y el Señor me está inquietando profundamente con relación a lo que representa el llamado a vivir en santidad. En lo personal, estoy trabajando en ello. Hoy oro al Padre pidiendo que el Espíritu Santo te ilumine a ti, que lees estas líneas, y te ayude a vivir por fuera de las zonas grises, lejos de la tibieza y la mediocridad, comprometido con el propósito de Dios para tu vida.
Bendiciones,
JORGE HERNÁN
(Cantares 2:15, RVR 1960).
El Señor nos ha llamado a vivir en santidad (1 Pedro 1:15-16). Y la santidad implica consagración total, exige que no nos demos licencias, que renunciemos voluntaria y decididamente a no vivir un cristianismo mediocre lleno de fisuras en su testimonio sino que por el contrario tengamos un compromiso total con Cristo, con todo lo que ello implica y supone.
La Palabra nos advierte “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12, RVR 60), y usualmente los creyentes mantenemos razonablemente la guardia frente a lo que creemos que son “grandes” pecados. Creemos equivocadamente que, siguiendo la cita del autor de Cantares, si las zorras grandes no están acechando nuestro viñedo no tenemos nada que tener así que procuramos cuidarnos de lo que pensamos que puede corrompernos. Pero nos olvidamos de las pequeñas, las que realmente pueden echarlo todo a perder, e incluso somos complacientes, falsamente tolerantes con ellas cuando las vemos pasar. Atentos a los grandes depredadores, dejamos colar a los pequeños pero destructivos microbios que inoculan virus en nuestras vidas espirituales. Y lo que empieza a ocurrir es un fenómeno de corrosión, demoledor, que ataca todas las áreas de nuestra vida. Por ello tenemos que estar alerta frente a este tipo de amenazas.
Las zorras pequeñas se atacan en su guarida, que es la mente. Allí es donde empieza la tentación, para luego afectar las emociones y sacudir la voluntad. Las influencias espirituales negativas normalmente encuentran un buen caldo de cultivo en un alma enferma y dispuesta a transar aún en materia de principios y valores.
Una mirada indiscreta, una palabra vulgar, una respuesta grosera, un chisme, una mentira “piadosa”, una caricia indebida… pecados que minan nuestro carácter y gangrenan lentamente nuestra comunión con Dios, en especial cuando nos permitimos tolerarlos porque “todo el mundo lo hace”, “eso no tiene nada” y mil excusas semejantes. Nos auto-engañamos solo para justificar nuestros errores y complacientemente decimos que son solo “pecaditos”, como si el diminutivo les restara gravedad.
A veces son aspectos cuya inconveniencia nos incomoda, malos hábitos que nos resistimos a dejar porque nos repetimos una y otra vez que Dios nos ama como somos, olvidando que tal vez porque nos ama tanto no quiere que permanezcamos en lo que a Él no le agrada. Bien dijo Pablo que todo nos es lícito, pero no todo nos conviene (1 Corintios 6:12) y hay acciones, actitudes y comportamientos que con toda franqueza en nuestro corazón sabemos que no glorifican al Señor sino que más bien le desagradan.
Otras veces son pecados que no queremos abandonar, torciéndole el espinazo a las Escrituras aunque ellas nos adviertan que se trata de cosas que el Señor francamente aborrece, como la altivez, las maquinaciones, o la cizaña (ver Proverbios 6:15-17).
Vivir en santidad significa que debo tener cuidado con el uso que le doy a mis sentidos corporales porque ellos son la puerta que pone a trabajar el alma. Por ver lo que no debo, por oír lo que no debo, por tocar lo que no debo, por oler lo que no debo, por palpar lo que no debo es que mi mente empieza a funcionar indebidamente, no para rendir alabanza al Creador sino para responder a los estímulos externos con los que Satanás busca distraernos de nuestro propósito. Y la combinación de lo sensorial con los pensamientos inapropiados sacude en nosotros las emociones, que en ellas mismas no son buenas ni malas pero manipuladas por el enemigo se convierten en una bomba de tiempo que hace estallar la voluntad en mil pedazos. Por eso al final terminamos haciendo lo que en lo más profundo de nuestro ser sabemos que no conviene.
Dice Sergio Scataglini que fuimos “creados para ser la foto de Dios”. Hechos a imagen y semejanza Suya, nuestro deber es llevar en alto Su nombre. Por algo cuando el Señor trazó los diez mandamientos advirtió “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano porque no dará Jehová por inocente al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7, RVR 60). Decir que somos cristianos, seguidores de Cristo o discípulos de Cristo entraña una inmensa responsabilidad, por ello no podemos ostentar esta dignidad con ligereza, justamente por eso. Porque es una dignidad y un honor por los que nuestro buen Jesús pagó con Su vida en la cruz del Calvario.
Quiero vivir “a la manera de Cristo” como dice una canción, y el Señor me está inquietando profundamente con relación a lo que representa el llamado a vivir en santidad. En lo personal, estoy trabajando en ello. Hoy oro al Padre pidiendo que el Espíritu Santo te ilumine a ti, que lees estas líneas, y te ayude a vivir por fuera de las zonas grises, lejos de la tibieza y la mediocridad, comprometido con el propósito de Dios para tu vida.
Bendiciones,
JORGE HERNÁN
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