"...Y ustedes bien saben que eso es malo, pues todo lo que se hace en contra de lo que uno cree, es pecado." (Romanos 14:23b, BLS)
En la duda absténte, dice el viejo proverbio. Sin embargo, una y otra vez toleramos zonas grises en nuestra vida. Tratamos de acallar la voz de nuestra conciencia, que no es otra cosa que el susurro del Espíritu Santo hablando a nuestro corazón, y optamos por la comodidad de lo que queremos, en lugar de la verdad de lo que creemos.
Con mediocridad alcahueta, nos permitimos el lujo de hacer cosas en las que no estamos absolutamente convencidos de estar obrando rectamente, y traspasamos la frontera de lo correcto. Nos decimos a nosotros mismos que lo que no está expresamente prohibido seguramente está permitido y tratamos de torcerle el pescuezo a las verdades escriturales para que quepa la mentira.
Pablo nos advirtió en 1 Corintios 3:18 que no nos engáramos a nosotros mismos, Santiago nos dijo que nos cuidáramos de ser simples oidores de la Palabra y Juan nos exhortó diciendo: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Juan 1:8). Los tres apuntaban a una triste realidad, la del autoengaño, la que pretende mostrar la máscara de la perfección, la integridad y la sabiduría y ocultar el feo rostro del pecado. Tratamos de hacer a un lado lo que nos talla e incomoda para que no se note, como si al Señor - Aquel que realmente le importa nuestro corazón - no lo notara aún si permaneciéramos en el más absoluto silencio monacal. A veces olvidamos que Él nos conoce en lo más recóndito de nuestro corazón.
Hoy le pido al Padre que me ayude a quitar las máscaras, a ponerme a cuentas con Él, a ajustar mi vida a Sus santos estándares para poder caminar en integridad. No quiero áreas grises, ni líneas medias. Quiero adorarlo en espíritu pero también en verdad. Anhelo saber que mis tiempos de comunión con Él gozan de la transparencia que solo da un corazón sincero.
En la duda absténte, dice el viejo proverbio. Sin embargo, una y otra vez toleramos zonas grises en nuestra vida. Tratamos de acallar la voz de nuestra conciencia, que no es otra cosa que el susurro del Espíritu Santo hablando a nuestro corazón, y optamos por la comodidad de lo que queremos, en lugar de la verdad de lo que creemos.
Con mediocridad alcahueta, nos permitimos el lujo de hacer cosas en las que no estamos absolutamente convencidos de estar obrando rectamente, y traspasamos la frontera de lo correcto. Nos decimos a nosotros mismos que lo que no está expresamente prohibido seguramente está permitido y tratamos de torcerle el pescuezo a las verdades escriturales para que quepa la mentira.
Pablo nos advirtió en 1 Corintios 3:18 que no nos engáramos a nosotros mismos, Santiago nos dijo que nos cuidáramos de ser simples oidores de la Palabra y Juan nos exhortó diciendo: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Juan 1:8). Los tres apuntaban a una triste realidad, la del autoengaño, la que pretende mostrar la máscara de la perfección, la integridad y la sabiduría y ocultar el feo rostro del pecado. Tratamos de hacer a un lado lo que nos talla e incomoda para que no se note, como si al Señor - Aquel que realmente le importa nuestro corazón - no lo notara aún si permaneciéramos en el más absoluto silencio monacal. A veces olvidamos que Él nos conoce en lo más recóndito de nuestro corazón.
Hoy le pido al Padre que me ayude a quitar las máscaras, a ponerme a cuentas con Él, a ajustar mi vida a Sus santos estándares para poder caminar en integridad. No quiero áreas grises, ni líneas medias. Quiero adorarlo en espíritu pero también en verdad. Anhelo saber que mis tiempos de comunión con Él gozan de la transparencia que solo da un corazón sincero.
Esa es mi oración. Y esa mi invitación para que vayas hoy a la presencia de Dios y busques un nuevo estilo de relación con Él.
Bendiciones,
JORGE HERNÁN