"Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado."
(Romanos 14:23, RVR60)
Aunque parezca increíble, los cristianos transitamos con frecuencia y de manera por demás peligrosa en la frontera del pecado. Dice la Palabra que los seres humanos reflejamos en nuestro andar cotidiano lo que pensamos en nuestro corazón. Y lo más grave de ésto es que muchas veces nos devanamos los sesos pensando hasta dónde nos resulta legítimo ir en determinados asuntos. El cuestionamiento frontal parecería ser cuál es el límite aceptado para nuestras actitudes, conductas, comportamientos y actos para que no se consideren como violatorios de la ley divina. De hecho, los pastores de jovenes se encuentran cada rato con la pregunta de qué tipo de besos y caricias son permitidos en el noviazgo cristiano, y en la misma dirección están, por citar solamente un par de ejemplos, las inquietudes que a veces escucha uno en los empresarios con respecto a la evasión fiscal o en los adultos solteros acerca del mal llamado "amor libre" (la Biblia le da un nombre más certero: fornicación).
Pablo, inspirado por el Espíritu y respondiendo a una pregunta que ya los creyentes de entonces debían formular con frecuencia, decía sabiamente "todo me es lícito pero no todo conviene" (1 Corintios 10:23a), sin embargo no podemos perder de vista que el solo hecho de que nuestra mente se ocupe de pensar cuál es el límite ya nos está dejando en una posición bien peligrosa: al borde de la transgresión.
Y, como me compartía una muy querida amiga hace algunos días, en lugar de preocuparnos qué tanto podemos acercarnos al borde del abismo deberíamos más bien ocuparnos de mantenernos lejos de él. Esa es nuestra responsabilidad.
"A ver, muéstreme dónde dice en la Biblia que eso es pecado", es una frase que escuchamos con más frecuencia de la que quisiéramos. Y el Señor se ocupó de responderla con el versículo que encabeza esta reflexión, que en alguna traducción dice que pecado es "todo lo que no se hace con la convicción que da la fe". Si no estoy absolutamente seguro de que lo que estoy pensando pasa por el filtro de Filipenses 4:8, que en la Nueva Versión Internacional corresponde a "todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio"...si no pasa por ese filtro, decía, si se trata de algo que yo no diría o haría abiertamente si viera con mis propios ojos a Jesús de Nazaret delante de mí, es entonces porque se trata de algo que es mejor dejar de lado. No proviene de fe, luego es pecado. Y me aparta de Dios.
Entiendo la extraña fascinación que a veces sentimos por los precipicios, pero en la vida espiritual definitivamente lo más sabio es mantenernos a muchos metros de distancia de ellos.
Bendiciones en Cristo,
JORGE HERNÁN
(Romanos 14:23, RVR60)
Aunque parezca increíble, los cristianos transitamos con frecuencia y de manera por demás peligrosa en la frontera del pecado. Dice la Palabra que los seres humanos reflejamos en nuestro andar cotidiano lo que pensamos en nuestro corazón. Y lo más grave de ésto es que muchas veces nos devanamos los sesos pensando hasta dónde nos resulta legítimo ir en determinados asuntos. El cuestionamiento frontal parecería ser cuál es el límite aceptado para nuestras actitudes, conductas, comportamientos y actos para que no se consideren como violatorios de la ley divina. De hecho, los pastores de jovenes se encuentran cada rato con la pregunta de qué tipo de besos y caricias son permitidos en el noviazgo cristiano, y en la misma dirección están, por citar solamente un par de ejemplos, las inquietudes que a veces escucha uno en los empresarios con respecto a la evasión fiscal o en los adultos solteros acerca del mal llamado "amor libre" (la Biblia le da un nombre más certero: fornicación).
Pablo, inspirado por el Espíritu y respondiendo a una pregunta que ya los creyentes de entonces debían formular con frecuencia, decía sabiamente "todo me es lícito pero no todo conviene" (1 Corintios 10:23a), sin embargo no podemos perder de vista que el solo hecho de que nuestra mente se ocupe de pensar cuál es el límite ya nos está dejando en una posición bien peligrosa: al borde de la transgresión.
Y, como me compartía una muy querida amiga hace algunos días, en lugar de preocuparnos qué tanto podemos acercarnos al borde del abismo deberíamos más bien ocuparnos de mantenernos lejos de él. Esa es nuestra responsabilidad.
"A ver, muéstreme dónde dice en la Biblia que eso es pecado", es una frase que escuchamos con más frecuencia de la que quisiéramos. Y el Señor se ocupó de responderla con el versículo que encabeza esta reflexión, que en alguna traducción dice que pecado es "todo lo que no se hace con la convicción que da la fe". Si no estoy absolutamente seguro de que lo que estoy pensando pasa por el filtro de Filipenses 4:8, que en la Nueva Versión Internacional corresponde a "todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio"...si no pasa por ese filtro, decía, si se trata de algo que yo no diría o haría abiertamente si viera con mis propios ojos a Jesús de Nazaret delante de mí, es entonces porque se trata de algo que es mejor dejar de lado. No proviene de fe, luego es pecado. Y me aparta de Dios.
Entiendo la extraña fascinación que a veces sentimos por los precipicios, pero en la vida espiritual definitivamente lo más sabio es mantenernos a muchos metros de distancia de ellos.
Bendiciones en Cristo,
JORGE HERNÁN