"Amados hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo demuestra con sus acciones? ¿Puede esa clase de fe salvar a alguien? Supónganse que ven a un hermano o una hermana que no tiene qué comer ni con qué vestirse y uno de ustedes le dice: «Adiós, que tengas un buen día; abrígate mucho y aliméntate bien», pero no le da ni alimento ni ropa. ¿Para qué le sirve? Como pueden ver, la fe por sí sola no es suficiente. A menos que produzca buenas acciones, está muerta y es inútil. Ahora bien, alguien podría argumentar: «Algunas personas tienen fe; otras, buenas acciones». Pero yo les digo: «¿Cómo me mostrarás tu fe si no haces buenas acciones? Yo les mostraré mi fe con mis buenas acciones»"
Santiago 2:14-18
Iba a escribir sobre el cáncer, esa devastadora enfermedad que acaba con millones de vidas cada año. Pero por alguna razón el Señor me ha inquietado a reflexionar sobre otro cáncer diferente que está carcomiendo a Su iglesia, y es el desamor. Releo la cita que encabeza este artículo y pienso que si cambiamos la palabra"fe" por la palabra "amor" encontraría un sentido similar. Cuando el apóstol Pablo nos remarcaba que sin amor nada somos, estaba hablando del distintivo que se supone debe diferenciarnos a los cristianos de todos los demás. Lo que Jesús quería imprimir como una marca indeleble en cada uno de sus seguidores. Hechos 4:13 dice que a Pedro y Juan se les notaba que eran discípulos de Jesús por la forma en que hablaban, a nosotros debe notársenos por la manera en que amamos.
El domingo fuimos a un baby shower en el que nos leyeron una reflexión sobre el pasaje del buen samaritano. Ni el sacerdote ni el levita, hombres profundamente religiosos, atendieron al herido; lo hizo un samaritano, movido por la compasión, a pesar de todas las barreras culturales que lo separaban de los judíos. No le predicó, quizás no oró por él ni tampoco hizo una apología de la enseñanza bíblica. Pero curó sus heridas, lo vendó, lo llevó a un alojamiento, cuidó de él y pagó la cuenta. Sus hechos demostraron más amor que la palabrería de los líderes.
Y el Señor nos exhortó a comportarnos como el buen samaritano, "Ve y haz tú lo mismo" (Lucas 10:37). A pesar de eso, muchas veces nuestros actos en la cotidaneidad no reflejan amor en acción ni compasión por el prójimo sino que a veces nos conformamos con ser cordialmente indiferentes. Pareceríamos decir: "¿Estás enfermo? Que te mejores....¿Tienes hambre? Come bien...." y así por el estilo. Proyectamos muchas veces la imagen de comunidad amorosa e incluyente pero nos comportamos como si estuviéramos en un club social y no en la iglesia del Señor, evidenciando desinterés, falta de preocupación y un cariño superficial por quienes están a nuestro alrededor experimentando necesidades de todo tipo. A veces un abrazo, una visita, una llamada, un correo o quizás un simple mensaje de texto pueden hacer por nuestro prójimo mucho más de lo que imaginamos. Enseñamos sobre un Dios que se interesa por nosotros, luego al reflejar Su santa imagen debemos extendernos hacia los demás y mostrarles al menos un atisbo del interés que el Señor siente por ellos. Somos sus ministros y como tal debemos actuar.
¿De qué nos sirve decir que tenemos amor si nuestras acciones no lo demuestran? La indolencia se contrapone abiertamente a la compasión que Jesucristo nos ha demandado. Si el amor no se demuestra con buenas acciones, también está muerto y en consecuencia es inútil. Estamos llamados a evidenciar este amor con pequeños y grandes actos que permitan a los que están cerca, a nuestros prójimos, que Dios es real y los ama desinteresadamente. Pero esto nos implica salir de nuestra zona de comodidad, dejar de conformarnos con lo que recibimos (más que con lo que damos) en nuestras reuniones de compañerismo y proyectarnos como un reflejo de la luz de Dios. Como dice la canción de Marcos Witt: "Enciende una luz, déjala brillar, la luz de Jesús que brille en todo lugar". Si no vivimos de esta manera, estaremos desatendiendo la recomendación del apóstol en Romanos 12:9 (NTV), cuando dijo: "No finjan amar a los demás; ámenlos de verdad".
Pido al Señor que erradique de la iglesia el cáncer del desamor disfrazado de amor fingido, pero sobre todo le clamo que lo destierre de mi propio corazón. El cambio empieza por mí.
Bendiciones decembrinas.
JORGE HERNÁN