"Yo creo en el Dios de los milagros, yo creo en el Dios Alto y Sublime, en el Dios que lo imposible lo hace posible....creo en Dios"
Estas palabras no son mías, sino que las tomé prestadas de "Creo en Dios" de Sheila Romero, pero reflejan exactamente lo que pienso. Sin ánimo de entrar con mis hermanos que tienen una posición teológica y doctrinal diferente, no comparto las ideas cesacionistas ni dispensacionalistas que pretenden hablarnos de un Dios que se hizo hombre hace dos milenios y cuyo Santo Espíritu desplegó una intensa actividad en la iglesia primitiva y luego se retiró a Sus santos cuarteles. Un Dios así me recuerda el que me enseñaron en mis ya remotas clases de Historia Sagrada cuyos libros de texto lo mostraban como un viejito bondadoso de larga cabellera y barba blanca que gobernaba sereno y distante desde el Cielo.
Creo en el Dios de Números 23:19, que "no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer" (NVI)....es inmutable e inmanente y no lanza ráfagas de gracia privando a Su iglesia de una comunión viva.
Creo en Dios "el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica" (2 Corintios 3:6, RV60). Y por lo tanto creo en un Espíritu Santo poderoso y activo que se sigue moviendo hoy en la iglesia y dando a los creyentes herramientas eficaces a través de las cuales la Gloria de Dios se hace manifiesta y evidente (cfr. 1 Tesalonicenses 1:5). Y, desde luego, estoy convencido de que el Santo Espíritu de Dios se contrista cuando lo tratamos como a un personaje de segunda categoría que no está ejerciendo plenamente Su divinidad.
Y creo en el Jesucristo del que habla el autor de Hebreos, cuando dice que "es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hebreos 13:8, DHH).
Adoro a un Dios Triuno, gran soberano y fiel que se manifiesta a los creyentes y escucha la oración que brota de nuestros corazones, sabiendo lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos...adoro al Dios de las Escrituras, al Dios de mi historia, al que he visto obrar a lo largo de mi vida en muchas maneras, con frecuencia sorprendentes y asombrosas...adoro al Dios vivo con el que me encuentro cada mañana en oración y que guía mi camino de un modo absolutamente real y categórico.
Pero no creo en milagreros ni en vendedores de vanas ilusiones, ni en falsos profetas o falsos maestros que comunican lo que Dios no les mandó para ganarse el corazón de los incautos. Jeremías 23:16 dice de estos habladores de falacias: "Así ha dicho el Señor de los ejércitos:No hagan caso de las palabras que los profetas les anuncian. Sólo alimentan en ustedes vanas esperanzas. Sus visiones nacen de su propio corazón, y no de mis labios." Por eso necesitamos confrontar cada enseñanza que recibimos y cada mensaje que se nos entrega con la Santa Biblia, la "palabra profética más segura", de acuerdo con 2 Pedro 1.19.
No importa cuál sea la fuente, si no tiene un sustento escritural sólido y coherente, si no resiste el cedazo de la Palabra de Dios o si de alguna manera es una añadidura extrabíblica acomodada y doctrinalmente débil (cfr. Apocalipsis 22:18) debemos rechazarla con vehemencia y vigor. Como lo señaló Pablo en su carta a los Gálatas. "Pero si alguien les anuncia un evangelio distinto del que ya les hemos anunciado, que caiga sobre él la maldición de Dios, no importa si se trata de mí mismo o de un ángel venido del cielo." (Gálatas 1:8, DHH, el subrayado es mío). Las fábulas no pierden su esencia por el hecho de que provengan de alguien que tiene una autoridad aparente.
Entonces....lo importante es que creo en el Dios de la Biblia, El que hace tiempo empezó en mí Su buena obra y será fiel en completarla.
Y lo hará en ti también.
Bendiciones en Cristo,
JORGE HERNÁN