martes, enero 27, 2015

YO CREO EN EL DIOS DE LOS MILAGROS

"Yo creo en el Dios de los milagros, yo creo en el Dios Alto y Sublime, en el Dios que lo imposible lo hace posible....creo en Dios"

Estas palabras no son mías, sino que las tomé prestadas de "Creo en Dios" de Sheila Romero, pero reflejan exactamente lo que pienso. Sin ánimo de entrar con mis hermanos que tienen una posición teológica y doctrinal diferente, no comparto las ideas cesacionistas ni dispensacionalistas que pretenden hablarnos de un Dios que se hizo hombre hace dos milenios y cuyo Santo Espíritu desplegó una intensa actividad en la iglesia primitiva y luego se retiró a Sus santos cuarteles. Un Dios así me recuerda el que me enseñaron en mis ya remotas clases de Historia Sagrada cuyos libros de texto lo mostraban como un viejito bondadoso de larga cabellera y barba blanca que gobernaba sereno y distante desde el Cielo.

Creo en el Dios de Números 23:19, que "no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer" (NVI)....es inmutable e inmanente y no lanza ráfagas de gracia privando a Su iglesia de una comunión viva.

Creo en  Dios "el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica" (2 Corintios 3:6, RV60). Y por lo tanto creo en un Espíritu Santo poderoso y activo que se sigue moviendo hoy en la iglesia y dando a los creyentes herramientas eficaces a través de las cuales la Gloria de Dios se hace manifiesta y evidente (cfr. 1 Tesalonicenses 1:5). Y, desde luego, estoy convencido de que el Santo Espíritu de Dios se contrista cuando lo tratamos como a un personaje de segunda categoría que no está ejerciendo plenamente Su divinidad.



Y creo en el Jesucristo del que habla el autor de Hebreos, cuando dice que "es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hebreos 13:8, DHH).

Adoro a un Dios Triuno, gran soberano y fiel que se manifiesta a los creyentes y escucha la oración que brota de nuestros corazones, sabiendo lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos...adoro al Dios de las Escrituras, al Dios de mi historia, al que he visto obrar a lo largo de mi vida en muchas maneras, con frecuencia sorprendentes y asombrosas...adoro al Dios vivo con el que me encuentro cada mañana en oración y que guía mi camino de un modo absolutamente real y categórico.

Pero no creo en milagreros ni en vendedores de vanas ilusiones, ni en falsos profetas o falsos maestros que comunican lo que Dios no les mandó para ganarse el corazón de los incautos. Jeremías 23:16 dice de estos habladores de falacias: "Así ha dicho el Señor de los ejércitos:No hagan caso de las palabras que los profetas les anuncian. Sólo alimentan en ustedes vanas esperanzas. Sus visiones nacen de su propio corazón, y no de mis labios."  Por eso necesitamos confrontar cada enseñanza que recibimos y cada mensaje que se nos entrega con la Santa Biblia, la "palabra profética más segura", de acuerdo con 2 Pedro 1.19. 

No importa cuál sea la fuente, si no tiene un sustento escritural sólido y coherente, si no resiste el cedazo de la Palabra de Dios o si de alguna manera es una añadidura extrabíblica acomodada y doctrinalmente débil (cfr. Apocalipsis 22:18) debemos rechazarla con vehemencia y vigor. Como lo señaló Pablo en su carta a los Gálatas. "Pero si alguien les anuncia un evangelio distinto del que ya les hemos anunciado, que caiga sobre él la maldición de Dios, no importa si se trata de mí mismo o de un ángel venido del cielo." (Gálatas 1:8, DHH, el subrayado es mío). Las fábulas no pierden su esencia por el hecho de que provengan de alguien que tiene una autoridad aparente.

Entonces....lo importante es que creo en el Dios de la Biblia, El que hace tiempo empezó en mí Su buena obra y será fiel en completarla.

Y lo hará en ti también.

Bendiciones en Cristo,

JORGE HERNÁN


miércoles, noviembre 05, 2014

UNA FORMA DE AUTOENGAÑO

"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros."
(1 Juan 1:8, RVC)

Negar la realidad del pecado en nuestras vidas es autoengaño. Lo dice la Palabra y lo afirma sin matices. Hemos aprendido que Cristo vino para redimirnos, que por nosotros se hizo pecado y que cargó con nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Pero esto no significa que tengamos licencia para pecar. Pablo lo expresa de una manera categórica: " Entonces, ¿qué diremos? ¿Seguiremos pecando, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?"  (Romanos 6:1-2, RVC). Esto significa que tenemos como creyentes la responsabilidad de mantenernos atentos siendo instrumentos vivos de justicia y santidad, de acuerdo con nuestro llamado.

Es verdad que cuando aceptamos genuina y realmente a Jesucristo como nuestro Señor y suficiente Salvador pasamos de ser pecadores a “santos que ocasionalmente pecamos” pero no podemos bajar la guardia frente a lo que es la voluntad de Dios con respecto a nuestro caminar diario, según lo expresa 2 Corintios 7:1 (RVC): “Amados míos, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, y perfeccionémonos en la santidad y en el temor de Dios.

Negamos la realidad del pecado, y por lo tanto, nos autoengañamos, cuando usamos eufemismos para referirnos a él.

Dicen los estudiosos que el pecado es cualquier desviación moral por parte del ser humano con respecto a la voluntad revelada de Dios, que lo lleva a no hacer deliberadamente lo que él ha ordenado con claridad y precisión, o a realizar lo que específicamente ha prohibido, constituyendo en todo caso una conducta ofensiva a los ojos de Dios. El pecado por lo tanto implica el rechazo de la voluntad de Dios, el vivir a espaldas de Dios, y la disposición que lleva al ser humano a hacer la propia voluntad en oposición a la de Dios.

Pero nosotros eludimos el término pecado porque nos incomoda, porque el estilo de vida mundano lo hace parecer desueto y anacrónico. Porque con la excusa de un Dios de gracia y amor nos saltamos los principios éticos y morales que no se acomodan a nuestro pensamiento postmodernista y afirmamos ser genuinos. Decimos que así somos, que así nos ama Dios, que si pensáramos, habláramos o nos comportáramos de una manera diferente estaríamos siendo hipócritas…así que sacamos la bandera de una falsa – y arrogante – autenticidad para excusar nuestro pecado.

Y lo llamamos de otras maneras. Es más fácil decir: “me equivoqué”, “la embarré”, “metí la pata”, “cometí un error”, “tuve un desliz” o utilizar incluso expresiones coloquiales un poco más gráficas, antes que llamar las cosas por su nombre y decir a secas: “Pequé”. Y al usar eufemismos contribuimos a profundizar aún más el autoengaño, porque ya no nos parece tan grave. Y por lo tanto, le restamos importancia. Le quitamos el efecto nocivo de afectar nuestra relación con Dios, de poner una barrera entre nosotros y Él, olvidando que para Dios no hay tal cosa como un pecadito o un pecadillo. Todos se interponen en nuestra comunión con Él, todos minan nuestra santidad, todos impactan nuestro caminar en Cristo.

La mala noticia es que para el Señor los eufemismos no son excusa. Ya lo había dicho el apóstol Santiago: “El que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, comete pecado” (Santiago 4:17, RVC). Y unas páginas atrás en la Biblia, en uno de sus confrontaciones con los fariseos, “Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado; pero ahora, como dicen que ven, su pecado permanece.» (Juan 9:41).

El Señor nos ha entregado su Palabra, y la guía del Espíritu Santo, para discernir lo bueno de lo malo, para entender lo que le agrada y lo que le ofende. Cuando pasamos por encima de Su voluntad para imponer la nuestra, lo contristamos porque le quitamos valor a Su sacrificio en la cruz.

Personalmente me inquieta pensar en todas las ocasiones en las que he sido laxo con el pecado en mi vida, en las que de una u otra manera lo he cohonestado, justificado, excusado o simplemente me he “hecho el loco” mirando para otra parte como si no estuviera allí. Y le pido al Señor sabiduría y entendimiento para mantenerme alejado de la tentación y recibir de Él el dominio propio que necesito para reafirmarme en Su camino. Le pido, como el salmista, “Sostén mis pasos en tus sendas para que mis pies no resbalen.” (Salmos 17:5, RVC).
Dentro del maravilloso regalo que recibí de Dios, la libertad de elegir, hoy y todos los días de mi vida, tengo la oportunidad y la posibilidad de tomar decisiones correctas. Y quiero hacerlo.
¿Cuál es tu elección? ¿Cómo vas a vivir la nueva vida de Cristo en ti enfrentando al pecado?

Bendiciones,

JORGE HERNÁN

lunes, julio 14, 2014

AYUDA MI INCREDULIDAD

“Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente.”
(Marcos 5:36, RV60)

Me encanta esta cita bíblica. Creo que Jesús me la recuerda de cuando en cuando para que no me desanime. La historia de Jairo, dignatario de la sinagoga, puede tener muchas similitudes con la tuya o la mía. Su hija enfermó gravemente, y este hombre fue a buscar a Jesús a la orilla del lago donde se encontraba predicándole a una multitud. Seguramente se encontraba desesperado y fue a postrarse a los pies de Aquel en quien estaba la solución. Talvez fue su último recurso. La Palabra no lo dice, pero es posible que Jairo hubiera tratado de agotar todas las posibilidades humanamente a su alcance antes de ir en pos del Maestro.

Lo cierto es que Jesús accede a acompañarlo. De camino se detiene un momento por causa de una mujer enferma y en el entretanto la hija de Jairo muere. O eso parece. Porque las realidades físicas no siempre corresponden a las verdades espirituales. Y en este caso, donde todos veían una jovencita difunta Jesucristo veía una niña dormida. Por eso “entró y preguntó: « ¿Por qué tanto alboroto y llanto? La niña no está muerta; sólo duerme»” (Marcos 5:39, NTV). La historia nos dice que los padres, entre asombrados y regocijados, vieron a su hija levantarse a una orden de Jesús, quien les pidió darle comida y guardar absoluto silencio. ¡El milagro había ocurrido y era real! El relato de la hija de Jairo concluye aquí para nosotros pero para ellos la historia apenas empezaba. Ni siquiera la muerte está por encima del Rey de Reyes. ¿No es maravilloso?

No sé cuáles sean tus circunstancias hoy. A lo mejor estás viviendo en un remanso, una época tranquila de tu vida, sin mayores sobresaltos. O de pronto estás atravesando por un momento difícil y complejo, de esos que son como una larga pesadilla que parece no tener fin. O un juego del cual ni siquiera es posible salirse. Esos tiempos de prueba, a través de los cuales el Señor moldea nuestro carácter, son los mejores para afianzar nuestra fe. Y es cuando Jesús nos mira a los ojos, nos sonríe amorosamente y nos dice: “No tienes que hacer nada. Solamente deja a un lado el miedo. Confía en mí. No temas. Cree solamente”.

A veces me cuestiono a mí mismo y me pregunto qué tan sencillo es tener fe cuando la tormenta arrecia, cuando todo parece a punto de desplomarse, cuando las circunstancias adversas parecen monstruos gigantes a punto de devorarnos. Y entonces caigo en la cuenta de que confiar en el Señor, creerle, creer en Su Palabra, tener fe, son cuestiones que simplemente apuntan a una actitud y una decisión del corazón.

Quizás hayas clamado, a veces con lágrimas en tus ojos, y tal vez sientas que no estás siendo escuchado. Pero cuando el salmista dijo “Cuando te llamé, me respondiste, y mi alma desfallecida se llenó de vigor” (Salmo 138:3, RVC) no estaba hablando simplemente de su experiencia particular sino revelándonos un secreto espiritual relacionado con lo que ocurre en la intimidad con Dios. Él me dijo que no tengo porque vivir esclavizado del miedo porque me ha dado un espíritu de adopción (cfr. Romanos 8:15) que me permite llamar Papito a Dios y estar seguro de que mi Padre amoroso que sabe lo que es mejor para mí y tiene el poder para hacer que me ocurra.

En un relato anterior del Evangelio de San Marcos, Jesús increpa a los discípulos por su falta de fe. Y al releerlo, me siento exhortado. Me parece que me está hablando a mí. Que me está recordando que Él es el Todopoderoso y que no pide de mí sino un acto de mi voluntad: creerle. Y que está recordándome con firmeza las palabras que un día escuchó el profeta Isaías: “No tengas miedo, que yo estoy contigo; no te desanimes, que yo soy tu Dios. Yo soy quien te da fuerzas, y siempre te ayudaré; siempre te sostendré con mi justiciera mano derecha.” (Isaías 41:10).

Así que no tengo otra alternativa que pedirle que me ayude a superar mi incredulidad. Y elegir en mi corazón la mejor opción: tener fe en Él.


JORGE HERNÁN

viernes, julio 11, 2014

CRISTO EN LO COTIDIANO

"Dios no tiene museos. El único objetivo de la vida es que Su Hijo se pueda manifestar. Y cuando esto ocurre, dejamos de darle órdenes...Estamos aquí para someternos a Su voluntad de tal forma que Su deseo se cumpla por medio de nosotros"

Oswald Chambers, En pos de lo Supremo


Como creyentes, debemos estar atentos a que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. Somos vasos de barro en manos del alfarero y en tal condición debemos estar dispuestos a dejar que Él nos moldee y nos talle conforme a Su perfecta voluntad. No se trata de ver qué puede hacer Dios por nosotros sino de encontrar - en comunión con Él - cuál es el lugar que nos ha llamado a ocupar en el Reino. Y esto exige que nos desprendamos de nuestros propios deseos para buscar convertirnos realmente en un instrumento Suyo.

Estamos hablando de una decisión cotidiana, de algo que exige de parte nuestra una rendición diaria, un continuo morir a la carne para que el Espíritu brille. Y de una absoluta honestidad al pararnos frente al Señor para reconocer nuestras faltas y buscar la restauración.

"Pedro le dijo:
—¡Jamás permitiré que me laves los pies!
Respondió Jesús:
—Si no te los lavo, no podrás ser de los míos."
(Juan 13:8, DHH)

Necesitamos ir todo el tiempo a la presencia del Señor para ser lavados de lo que nos ha enlodado en nuestro caminar diario. Porque es necesario que aceptemos que seguimos durante toda nuestra vida terrenal en un proceso continuo de transformación y restauración. A veces creemos efectivamente que Dios tiene museos y nos deleitamos en glorias pasadas, cuando el Señor obró prodigios en nuestras vidas o a través de ellas. Pero estas experiencias simplemente deben servirnos como recordatorio de que el poder y el amor de Dios son reales y han dejado una huella, y como señal de que pueden manifestarse de nuevo de una manera completamente diferente y quizás imprevisible.

En lo cotidiano necesitamos recibir toda la sabiduría de lo Alto para entender la dirección y el propósito de Dios. Y muy seguramente para discernirlos es preciso que vayamos a buscar Su presencia con un corazón humilde, dispuesto y enseñable que entienda que es imprescindible partir de nuestra propia fragilidad e impotencia para dejarse moldear y tallar por la mano del Maestro.

Estamos hablando de intimidad, no de un ejercicio de aprendizaje intelectual ni de la búsqueda frenética de una experiencia sobrenatural de alto impacto que nos derribe como a Pablo para lograr comprender la esencia del Evangelio.
En la sencillez del amor del Padre, en Su abrazo amoroso que encuentro cuando Lo busco, allí es donde están las respuestas.

Como dice la canción de Hillsong: "en reposo, en silencio, sé que tú eres Señor. Al estar en tu presencia, sé que hay restauración." 

Que Dios siga guiando nuestros pasos hoy y siempre.

JORGE HERNÁN

martes, marzo 18, 2014

VIVIR EN CRISTO


Venimos en uno de tantos procesos educativos con el Señor, viviendo el módulo “fe y confianza”. Y como no obtenemos las respuestas que queremos en el tiempo que queremos, le preguntamos qué puede estar pasando. Y, entre otros, nos lleva a este terrible pasaje (Proverbios 1:24-31): "Pero yo los llamé, y nadie quiso oírme; les tendí la mano, y nadie me hizo caso; Al contrario, desecharon todos mis consejos y no quisieron recibir mi reprensión. Por eso, yo me burlaré de ustedes cuando les sobrevenga la temida calamidad, cuando la calamidad que tanto temen les sobrevenga como un torbellino; cuando les sobrevengan tribulaciones y angustias. Entonces me llamarán, y no les responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán. Puesto que aborrecen la sabiduría, y no optaron por temer al Señor ni quisieron seguir mis consejos, sino que menospreciaron todas mis reprensiones, comerán los frutos de sus andanzas y se hartarán con sus propios consejos."

Es un pasaje duro pero nos confronta con la terrible realidad que viven muchas personas que dicen ser cristianas pero cuyas palabras y actitudes cotidianas desdicen lo que profesan. A veces, porque simplemente usan el rótulo como parte de una moda pasajera. A veces, porque persisten en vivir una doble vida obedeciendo al Señor solamente en lo que les conviene o en aquellas cosas que no contravienen sus “pasiones carnales, turbios deseos y ostentación orgullosa” (cfr. 1 Juan 2:16, BLPH). Y a veces porque tienen hábitos ocultos que son abiertamente contrarios a las enseñanzas del Evangelio. En cualquier caso, ocurre lo mismo: falta de integridad, incoherencia manifiesta, desconocimiento de la sacralidad del templo del Espíritu Santo que dice la Biblia que somos. Y cuando uno lleva una doble vida así, de esa manera, se convierte en un cristiano tibio. De esos que el Apocalipsis (3:16) advierte que serán vomitados de la boca del Señor.

Releer el pasaje de arriba genera cuestionamientos. Nos familiarizamos con un Dios misericordioso y lleno de gracia que escucha nuestras peticiones y nunca nos abandona. Pero, ¿qué ocurre cuando somos nosotros los que persistimos vivir una vida apartada de los cánones establecidos en las Escrituras y decidimos hacer del pecado una práctica habitual sin escuchar los consejos ni las reprensiones de Dios? Que Dios nos lleva a “comer de los frutos de nuestras andanzas” porque nuestro andar demuestra que aborrecemos la sabiduría divina y que en el día a día hemos dado prioridad a nuestro propio plan de vuelo aunque este implique la separación real de Dios. Y si este es nuestro caso, bien vale la pena que nos autoexaminemos. Nuestra responsabilidad es mantenernos limpios en nuestro caminar diario y purificarnos de toda contaminación de manera tal que mi espíritu se conserve en armónica concordancia como el suyo. Como dijo Oswald Chambers hace cerca de cien años: “Debes tener seriedad en tu compromiso con Dios y dejar con gusto todo lo demás. Literalmente, coloca a Dios en primer lugar”.

Tenemos que decidirnos. Cortar por completo con el pecado, someternos al Señor en todas las esferas de nuestra vida pública y privada y desechar todo hábito que no honre y glorifique Su Santo Nombre. Es el momento de optar por ser verdaderos discípulos, ovejas que oímos Su voz y Le seguimos (cfr. Juan 10:27).

Escribe Dante Gebel, a propósito: “O eres cristiano o no lo eres, no hay término medio. No hay espiritualidad prestada. Dios no tiene nietos. El Evangelio no tiene primos. Si no tomas una decisión, tarde o temprano, todos sabrán que eres un fraude.”

Me emociona pensar que en la libertad que Dios me dio tengo la opción de decidir vivir en Cristo una espiritualidad propia y genuina. Y tú también puedes elegirla. Si hay cosas qué dejar atrás, es el tiempo para hacerlo.

Bendiciones,


JORGE HERNÁN

martes, diciembre 17, 2013

AMOR EN ACCIÓN

"Amados hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo demuestra con sus acciones? ¿Puede esa clase de fe salvar a alguien? Supónganse que ven a un hermano o una hermana que no tiene qué comer ni con qué vestirse y uno de ustedes le dice: «Adiós, que tengas un buen día; abrígate mucho y aliméntate bien», pero no le da ni alimento ni ropa. ¿Para qué le sirve? Como pueden ver, la fe por sí sola no es suficiente. A menos que produzca buenas acciones, está muerta y es inútil. Ahora bien, alguien podría argumentar: «Algunas personas tienen fe; otras, buenas acciones». Pero yo les digo: «¿Cómo me mostrarás tu fe si no haces buenas acciones? Yo les mostraré mi fe con mis buenas acciones»"

Santiago 2:14-18

Iba a escribir sobre el cáncer, esa devastadora enfermedad que acaba con millones de vidas cada año. Pero por alguna razón el Señor me ha inquietado a reflexionar sobre otro cáncer diferente que está carcomiendo a Su iglesia, y es el desamor. Releo la cita que encabeza este artículo y pienso que si cambiamos la palabra"fe" por la palabra "amor" encontraría un sentido similar. Cuando el apóstol Pablo nos remarcaba que sin amor nada somos, estaba hablando del distintivo que se supone debe diferenciarnos a los cristianos de todos los demás. Lo que Jesús quería imprimir como una marca indeleble en cada uno de sus seguidores. Hechos 4:13 dice que a Pedro y Juan se les notaba que eran discípulos de Jesús por la forma en que hablaban, a nosotros debe notársenos por la manera en que amamos.

El domingo fuimos a un baby shower en el que nos leyeron una reflexión sobre el pasaje del buen samaritano. Ni el sacerdote ni el levita, hombres profundamente religiosos, atendieron al herido; lo hizo un samaritano, movido por la compasión, a pesar de todas las barreras culturales que lo separaban de los judíos. No le predicó, quizás no oró por él ni tampoco hizo una apología de la enseñanza bíblica. Pero curó sus heridas, lo vendó, lo llevó a un alojamiento, cuidó de él y pagó la cuenta. Sus hechos demostraron más amor que la palabrería de los líderes.

Y el Señor nos exhortó a comportarnos como el buen samaritano, "Ve y haz tú lo mismo" (Lucas 10:37). A pesar de eso, muchas veces nuestros actos en la cotidaneidad no reflejan amor en acción ni compasión por el prójimo sino que a veces nos conformamos con ser cordialmente indiferentes. Pareceríamos decir: "¿Estás enfermo? Que te mejores....¿Tienes hambre? Come bien...." y así por el estilo. Proyectamos muchas veces la imagen de comunidad amorosa e incluyente pero nos comportamos como si estuviéramos en un club social y no en la iglesia del Señor, evidenciando desinterés, falta de preocupación y un cariño superficial por quienes están a nuestro alrededor experimentando necesidades de todo tipo. A veces un abrazo, una visita, una llamada, un correo o quizás un simple mensaje de texto pueden hacer por nuestro prójimo mucho más de lo que imaginamos. Enseñamos sobre un Dios que se interesa por nosotros, luego al reflejar Su santa imagen debemos extendernos hacia los demás y mostrarles al menos un atisbo del interés que el Señor siente por ellos. Somos sus ministros y como tal debemos actuar.

¿De qué nos sirve decir que tenemos amor si nuestras acciones no lo demuestran?  La indolencia se contrapone abiertamente a la compasión que Jesucristo nos ha demandado. Si el amor no se demuestra con buenas acciones, también está muerto y en consecuencia es inútil. Estamos llamados a evidenciar este amor con pequeños y grandes actos que permitan a los que están cerca, a nuestros prójimos, que Dios es real y los ama desinteresadamente. Pero esto nos implica salir de nuestra zona de comodidad, dejar de conformarnos con lo que recibimos (más que con lo que damos) en nuestras reuniones de compañerismo y proyectarnos como un reflejo de la luz de Dios. Como dice la canción de Marcos Witt: "Enciende una luz, déjala brillar, la luz de Jesús que brille en todo lugar". Si no vivimos de esta manera, estaremos desatendiendo la recomendación del apóstol en Romanos 12:9 (NTV), cuando dijo: "No finjan amar a los demás; ámenlos de verdad".

Pido al Señor que erradique de la iglesia el cáncer del desamor disfrazado de amor fingido, pero sobre todo le clamo que lo destierre de mi propio corazón. El cambio empieza por mí.

Bendiciones decembrinas.

JORGE HERNÁN

domingo, noviembre 24, 2013

SOBRE LOS TIEMPOS DIFÍCILES

"Jesús lloró"
(Juan 11:35)

Este versículo toca mi corazón, no por ser el más corto de las Escrituras, sino porque muestra el corazón compasivo de Cristo. Tres versículos atrás vemos al Señor conmovido frente al dolor de María de Betania y los judíos que la acompañaban. Y aquí lo encontramos condoliéndose con ellos.

Llevo algunos meses acompañando a amigos entrañables a sepelios inexplicables. La muerte accidental de un hijo o la partida rápida y súbita de una esposa joven sacuden nuestra vida y nos confrontan con la realidad de la muerte. Aparte de despertarnos sentimientos de solidaridad nos llevan a preguntarnos si estamos preparados para partir, si hemos hecho la tarea, si hemos vivido en el centro de la voluntad de Dios y hemos cumplido Su propósito a cabalidad.

Pero estas experiencias también nos llevan a preguntarnos qué tan focalizados estamos en el Señor, hasta dónde dependemos de Él y cuánto estamos dispuestos a acatar Su voluntad aunque no nos parezca buena, agradable ni perfecta desde nuestro limitado punto de vista. Nos impulsan a preguntarnos en quién hemos creído y qué tan fuerte es nuestra fe.

Creo que cuando Jesús ve nuestra tristeza, llora con nosotros. Es el único capaz, de hecho, de comprender lo que pasa por nuestra mente, nuestras emociones y nuestros anhelos. Y es el único que lo hace con verdadera misericordia, sin ningún tipo de juicio y con el simple deseo de que vayamos a Su presencia para ser consolados y abrazados por Él.

Las experiencias dolorosas tienen la capacidad de forjar nuestro carácter de manera significativa. Aprendimos intelectualmente, hace tiempo, a buscar el propósito antes que la causa, de cada vivencia adversa que hemos tenido que enfrentar en la vida. Pero con frecuencia nuestra mente divaga razonando equivocadamente en busca de explicaciones que tal vez nunca encontraremos para sentir que hemos hallado por fin una respuesta satisfactoria a nuestros cuestionamientos, Nunca será sencillo pasar una crisis familiar, la enfermedad de un hijo o una quiebra económica, cada uno de estos procesos entraña un duelo indudablemente menor que el de la muerte de un ser querido pero en todo caso confrontante y en ocasiones devastador. Como cuando extraviamos la mirada que debería estar puesta en Jesús. Sin embargo, Él es soberano y debemos acogernos a Su carácter amoroso y misericordioso entendiendo que Su panorámica de nuestra vida le permite discernir con total claridad ese propósito que a veces no logramos captar por más que oremos.

Necesitamos fe. Que el Señor nos ayude a confiar más en Él (Mc 9:24, TLA). Que nos de la fuerza y la fortaleza para salir adelante en cada prueba. Y que nunca perdamos de vista que Él entiende nuestro dolor y está a nuestro lado para ayudarnos a superarlo. Aunque estemos en valle de sombra de muerte, como dice el salmista, el Buen Pastor está a nuestro lado para infundirnos aliento. Y siempre después de la noche, por larga que sea, vendrá un nuevo amanecer.

Alabo a Cristo por Su infinito amor.

JORGE HERNÁN