"Dios no tiene museos. El único objetivo de la vida es que Su Hijo se pueda manifestar. Y cuando esto ocurre, dejamos de darle órdenes...Estamos aquí para someternos a Su voluntad de tal forma que Su deseo se cumpla por medio de nosotros"
Oswald Chambers, En pos de lo Supremo
Como creyentes, debemos estar atentos a que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. Somos vasos de barro en manos del alfarero y en tal condición debemos estar dispuestos a dejar que Él nos moldee y nos talle conforme a Su perfecta voluntad. No se trata de ver qué puede hacer Dios por nosotros sino de encontrar - en comunión con Él - cuál es el lugar que nos ha llamado a ocupar en el Reino. Y esto exige que nos desprendamos de nuestros propios deseos para buscar convertirnos realmente en un instrumento Suyo.
Estamos hablando de una decisión cotidiana, de algo que exige de parte nuestra una rendición diaria, un continuo morir a la carne para que el Espíritu brille. Y de una absoluta honestidad al pararnos frente al Señor para reconocer nuestras faltas y buscar la restauración.
"Pedro le dijo:
—¡Jamás permitiré que me laves los pies!
Respondió Jesús:
—Si no te los lavo, no podrás ser de los míos."
(Juan 13:8, DHH)
Necesitamos ir todo el tiempo a la presencia del Señor para ser lavados de lo que nos ha enlodado en nuestro caminar diario. Porque es necesario que aceptemos que seguimos durante toda nuestra vida terrenal en un proceso continuo de transformación y restauración. A veces creemos efectivamente que Dios tiene museos y nos deleitamos en glorias pasadas, cuando el Señor obró prodigios en nuestras vidas o a través de ellas. Pero estas experiencias simplemente deben servirnos como recordatorio de que el poder y el amor de Dios son reales y han dejado una huella, y como señal de que pueden manifestarse de nuevo de una manera completamente diferente y quizás imprevisible.
En lo cotidiano necesitamos recibir toda la sabiduría de lo Alto para entender la dirección y el propósito de Dios. Y muy seguramente para discernirlos es preciso que vayamos a buscar Su presencia con un corazón humilde, dispuesto y enseñable que entienda que es imprescindible partir de nuestra propia fragilidad e impotencia para dejarse moldear y tallar por la mano del Maestro.
Estamos hablando de intimidad, no de un ejercicio de aprendizaje intelectual ni de la búsqueda frenética de una experiencia sobrenatural de alto impacto que nos derribe como a Pablo para lograr comprender la esencia del Evangelio.
En la sencillez del amor del Padre, en Su abrazo amoroso que encuentro cuando Lo busco, allí es donde están las respuestas.
Que Dios siga guiando nuestros pasos hoy y siempre.
JORGE HERNÁN
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