lunes, marzo 26, 2007

VIVIENDO LA PALABRA

“Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.”
(1 Tesalonicenses 2:13, RV60)


Cuando en nuestro corazón discernimos la Palabra de Dios como ella en verdad es, la consecuencia natural es que haya una transformación profunda en nuestras vidas. No es posible que nuestra manera de pensar siga siendo la misma si en verdad entendemos lo que la Biblia significa y representa.

No estoy hablando de su valor literario, ni de lo sorprendente que resulta el hecho de que un documento escrito a tantas manos durante tantos siglos y por autores tan variados sea tan consistente desde el punto de vista del plan de salvación o de cualquier otro asunto inclusive menos teológico. Me refiero a que la misma Escritura declara ser inspirada por Dios, y mientras nosotros no lo creamos así en lo profundo de nuestro corazón seguiremos tratándola como un libro más, que expresa simples opiniones personales de sus autores humanos y no la cosmovisión observada desde la perspectiva divina.

Necesitamos entender la Palabra como lo que realmente es, para poderla interiorizar y hacerla vida en nuestra vida. De lo contrario, seguiremos viviendo mediocremente, aunque nos autoproclamemos cristianos, manejando un código ético y moral propio matizado por nuestra propia conveniencia. Ese actuar de la Palabra en nosotros no va a producirse mientras degrademos su valor y la recibamos simplemente como un lindo mensaje humano.

¿Cuál es tu sentir hacia la Palabra realmente? ¿La lees y la vives “según es en verdad” o se ha vuelto un referente como tantos? Hoy te invito a que reflexiones seriamente sobre esto y a que le pidas a Dios la dirección que necesitas para interactuar con Su Palabra en tu tiempo devocional.

Un abrazo de bendición,

JORGE HERNÁN

jueves, marzo 08, 2007

RINDIENDO CUENTAS

"Después de mucho tiempo volvió el señor de aquellos siervos y arregló cuentas con ellos."
(Mateo 25:19, NVI)


Hace varios años, mi esposa se hizo el firme propósito de enseñar a mis hijos a administrar bien el dinero. Decidió asignarles una mesada con la cual podían comprar cosas durante el recreo escolar o ahorrar para darse gusto con algo más grande o más costoso. Para ello, les enseñó a manejar un libro de cuentas a cada uno donde debían anotar todo lo que recibían y todo lo que gastaban. Y hasta el día e hoy, no les entrega la siguiente mesada si antes no le entregan el libro de cuentas. Quiere estar segura de que están manejando correctamente sus finanzas y que tienen plena conciencia del destino que le dan al dinero que reciben.

Hay varias partes de las Escrituras en las que el Señor se presenta como un hombre poderoso y rico que ha dejado a unos servos a cargo de sus posesiones o su dinero, y luego los llama a que le rindan cuentas. Cuando leo, por ejemplo, la parábola de los talentos, en el Evangelio de Mateo, pienso que si esos hombres llevaran un registro detallado de sus cuentas, les sería más fácil explicarle el Señor cómo invirtieron su dinero. Y entiendo que en nuestra relación cotidiana con Dios debemos acostumbrarnos a mantener un proceso continuo y honesto de rendición de cuentas a Él.

Aquí no estoy hablando del principio bíblico de rendición de cuentas, que se haya ampliamente sustentado en el Nuevo Testamento, y que consiste en que busquemos el compañerismo de un creyente maduro al cual podamos compartirle cómo va nuestro caminar, pedirle su apoyo intercesor en oración y acaso un consejo. Me estoy refiriendo más bien a la interacción permanente con Dios, que no puede ni debe limitarse a una lista de peticiones sino que debe incluir un tiempo de arrepentimiento en el que podamos con un corazón abierto y sincero reconocer nuestras fallas y contarle a Él qué estamos haciendo con los dones, habilidades y talentos que nos confió para que los usáramos y los multiplicáramos en provecho del Reino.

No sé tú, pero yo quisiera saber que tengo mi vida en orden cuando el Señor me llame a cuentas.

"Dichoso el siervo cuando su señor, al regresar, lo encuentra cumpliendo con su deber."
(Mateo 24:46, NVI)

Bendiciones,

JORGE HERNÁN