"Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas"
(2 Corintios 4:16-18, RVR60)
Leo en la página web de Dante Gebel un relato que me impacta, es una antigua leyenda acerca de un rey que decidió reunir a sus principales sabios y eruditos para solicitarles un favor: “Acabo de traer un gran anillo de mi última conquista - dijo el monarca- Es muy valioso y además me da la posibilidad que puedo guardar algo más valioso aun, en su interior. Necesito que ustedes, al final del día, me den una frase que sea lo más sabio que ningún mortal haya escuchado jamás. Quiero que arriben a una conclusión de sabiduría y luego lo escriban en un papel diminuto. Luego, yo guardaré esa frase en mi anillo. Y si algún día, el infortunio permitiera que me encuentre en medio de una crisis muy profunda, abriré mi anillo y estoy seguro que esa frase me ayudara en el peor momento de mi vida.”
Así que los sabios pasaron el resto del día debatiendo cuál sería esa frase que resumiría toda la sabiduría que ningún humano había oído jamás. Al caer la noche uno de los eruditos del reino, en representación de todos los demás, se acerco al rey con una frase escrita en un pequeño papel indicándole que lo guardara en su anillo y lo leyera en caso que una gran crisis golpeara su vida y su reino.
Algunos años después, el reino fue saqueado y el palacio reducido a escombros. El rey logró escapar entre las sombras y se ocultó entre unas rocas, en las afueras de la ciudad. Allí, observando un precipicio, consideró la posibilidad de quitarse la vida arrojándose al vacío, antes de caer en manos enemigas. Fue entonces cuando recordó que aún conservaba el anillo, decidió abrirlo, desenroscó el diminuto papel y leyó: “Esto también pasara”. El rey sonrió en silencio, y cobró ánimo para ocultarse en una cueva, en medio de la oscuridad, hasta que ya no corriera peligro.
La leyenda dice que veinte años después, el rey había recuperado todo su esplendor, a fuerza de nuevas batallas y conquistas. El trago amargo había quedado atrás, y ahora regresaba triunfante de la guerra, en medio de vítores y palmas de una multitud que no dejaba de ovacionarlo. Uno de los antiguos sabios que caminaba al lado del carruaje real le sugirió al rey que volviera a mirar el interior de su anillo: “Es que esa frase no solo fue escrita para los momentos difíciles, sino también para cuando crea que todo lo bueno pareciera que ha de perdurar por la eternidad.”
El rey, en medio de los aplausos, abrió el anillo y volvió a leer: “Esto también pasará”, y descubrió en ese instante que sentía la misma paz que tuvo cuando estaba a punto de quitarse la vida. Ese día comprendió que la frase que los sabios le habían entregado era para leerla en las derrotas y, por sobre todo, en los tiempos de victoria.
Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, habla de "leve tribulación momentánea" y esta expresión es tremendamente consoladora cuando enfrentamos situaciones difíciles. Al igual que los momentos gloriosos, son temporales y por ende pasajeras. Si bien cuando estamos sorteándolas nos parecería que no tienen fin (y a veces tampoco comienzo) la realidad nos indica que en algún instante van a terminar. Por eso nuestra mirada debe estar puesta en la eternidad y en lo que verdaderamente tiene un propósito significativo en nuestra vida, en lugar de perder el tiempo y las energías en detalles marginales que mañana no tendrán ningún sentido.
Cuando volvemos la vista a nuestros tiempos de niñez, recordamos fácilmente cuánto nos preocupaban cosas que hoy con el lente de los años nos parecen triviales, pero con frecuencia nos encargamos nosotros mismos de engrandecer nuestros problemas, mirándolos con lentes de aumento que solo generan en nosotros angustia, temor, incertidumbre. Desde el cielo la óptica cambia, y lo que de tan cerca parece enorme en la perspectiva celestial luce demasiado pequeño, incluso microscópico.
Anoche tuve la oportunidad de escuchar a Manuel Zárate hablando de cómo se fortalece el carácter en momentos de éxito pero también en momentos de crisis. Una lección bien importante es que ambos son justamente eso, momentos. También pasarán. La otra tiene que ver con la forma de enfocarlos, ladrillos que Dios está usando para levantar el muro de nuestro carácter: algunos son dorados y brillantes, otros son opacos y de colores tristes, pero todos están cumpliendo una misma finalidad y a través de ellos Dios está completando en nosotros una obra maravillosa.
(2 Corintios 4:16-18, RVR60)
Leo en la página web de Dante Gebel un relato que me impacta, es una antigua leyenda acerca de un rey que decidió reunir a sus principales sabios y eruditos para solicitarles un favor: “Acabo de traer un gran anillo de mi última conquista - dijo el monarca- Es muy valioso y además me da la posibilidad que puedo guardar algo más valioso aun, en su interior. Necesito que ustedes, al final del día, me den una frase que sea lo más sabio que ningún mortal haya escuchado jamás. Quiero que arriben a una conclusión de sabiduría y luego lo escriban en un papel diminuto. Luego, yo guardaré esa frase en mi anillo. Y si algún día, el infortunio permitiera que me encuentre en medio de una crisis muy profunda, abriré mi anillo y estoy seguro que esa frase me ayudara en el peor momento de mi vida.”
Así que los sabios pasaron el resto del día debatiendo cuál sería esa frase que resumiría toda la sabiduría que ningún humano había oído jamás. Al caer la noche uno de los eruditos del reino, en representación de todos los demás, se acerco al rey con una frase escrita en un pequeño papel indicándole que lo guardara en su anillo y lo leyera en caso que una gran crisis golpeara su vida y su reino.
Algunos años después, el reino fue saqueado y el palacio reducido a escombros. El rey logró escapar entre las sombras y se ocultó entre unas rocas, en las afueras de la ciudad. Allí, observando un precipicio, consideró la posibilidad de quitarse la vida arrojándose al vacío, antes de caer en manos enemigas. Fue entonces cuando recordó que aún conservaba el anillo, decidió abrirlo, desenroscó el diminuto papel y leyó: “Esto también pasara”. El rey sonrió en silencio, y cobró ánimo para ocultarse en una cueva, en medio de la oscuridad, hasta que ya no corriera peligro.
La leyenda dice que veinte años después, el rey había recuperado todo su esplendor, a fuerza de nuevas batallas y conquistas. El trago amargo había quedado atrás, y ahora regresaba triunfante de la guerra, en medio de vítores y palmas de una multitud que no dejaba de ovacionarlo. Uno de los antiguos sabios que caminaba al lado del carruaje real le sugirió al rey que volviera a mirar el interior de su anillo: “Es que esa frase no solo fue escrita para los momentos difíciles, sino también para cuando crea que todo lo bueno pareciera que ha de perdurar por la eternidad.”
El rey, en medio de los aplausos, abrió el anillo y volvió a leer: “Esto también pasará”, y descubrió en ese instante que sentía la misma paz que tuvo cuando estaba a punto de quitarse la vida. Ese día comprendió que la frase que los sabios le habían entregado era para leerla en las derrotas y, por sobre todo, en los tiempos de victoria.
Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, habla de "leve tribulación momentánea" y esta expresión es tremendamente consoladora cuando enfrentamos situaciones difíciles. Al igual que los momentos gloriosos, son temporales y por ende pasajeras. Si bien cuando estamos sorteándolas nos parecería que no tienen fin (y a veces tampoco comienzo) la realidad nos indica que en algún instante van a terminar. Por eso nuestra mirada debe estar puesta en la eternidad y en lo que verdaderamente tiene un propósito significativo en nuestra vida, en lugar de perder el tiempo y las energías en detalles marginales que mañana no tendrán ningún sentido.
Cuando volvemos la vista a nuestros tiempos de niñez, recordamos fácilmente cuánto nos preocupaban cosas que hoy con el lente de los años nos parecen triviales, pero con frecuencia nos encargamos nosotros mismos de engrandecer nuestros problemas, mirándolos con lentes de aumento que solo generan en nosotros angustia, temor, incertidumbre. Desde el cielo la óptica cambia, y lo que de tan cerca parece enorme en la perspectiva celestial luce demasiado pequeño, incluso microscópico.
Anoche tuve la oportunidad de escuchar a Manuel Zárate hablando de cómo se fortalece el carácter en momentos de éxito pero también en momentos de crisis. Una lección bien importante es que ambos son justamente eso, momentos. También pasarán. La otra tiene que ver con la forma de enfocarlos, ladrillos que Dios está usando para levantar el muro de nuestro carácter: algunos son dorados y brillantes, otros son opacos y de colores tristes, pero todos están cumpliendo una misma finalidad y a través de ellos Dios está completando en nosotros una obra maravillosa.
Entender que en las épocas en las que la vida parece sonreírnos especialmente tenemos la misma oportunidad de crecer que en los tiempos de tormenta requiere de una dosis especial de fe pero sobre todo de una comprensión cabal de la naturaleza del maravilloso y bondadoso Dios que está tratando con nosotros. Lo importante es aprender a extraer enseñanzas a cada paso que demos. Dice la Palabra en Filipenses 1:6 que el que comenzó la buena obra en nosotros será fiel en completarla, así que el temor al futuro debería reducirse sustancialmente sabiendo en manos de Quién estamos. Por curiosidad, lee Jeremías 29:11 para que veas qué tipo de planes tiene Dios para tu vida.
Y en cuanto a lo que estás pasando hoy, sea lo que sea, recuerda simplemente: "Esto también pasará".
Dios te siga bendiciendo,
JORGE HERNÁN
Y en cuanto a lo que estás pasando hoy, sea lo que sea, recuerda simplemente: "Esto también pasará".
Dios te siga bendiciendo,
JORGE HERNÁN
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