lunes, julio 26, 2010

EL PECADO DE DEPENDER DEL FUTURO

"No te jactes del día de mañana, porque no sabes lo que el día traerá"
(Proverbios 27:1, NVI)


Escucho una prédica en mi iglesia sobre la mujer que padecía de un flujo de sangre. El pastor llama la atención sobre el hecho de que esta mujer aprovechó la oportunidad en cuanto la tuvo. No esperó un día más, sino que se abrió paso entre la multitud y buscó a Jesús. "Un día de estos", dijo el pastor, "no existe en el calendario. No es uno de los días de la semana." Nos llamó la atención sobre el hecho de que no debemos postergar lo importante, el día es hoy. Vivimos en tiempo presente. Ayer ya pasó y mañana no ha llegado.

Existe un famoso sermón de Dante Gebel llamado "Una noche más con las ranas". Habla del relato de Éxodo 8 cuando Moisés, a instancias del faraón, que estaba desesperado con la plaga de ranas que el Señor había enviado a Egipto, le dice "Dígnate indicarme cuándo debo orar por ti, por tus siervos y por tu pueblo, para que las ranas sean quitadas de ti y de tus casas, y que solamente queden en el río" (Ex 8:9, RV60). La sorprendente respuesta del faraón fue: "Mañana" (Ex 8:10). Ni la fetidez del olor de las ranas que estaban por todas partes, aún en los aposentos reales (¡sobre la cama misma del faraón!), ni los miles de ranas muertas a golpes o simplemente estripadas hicieron que el gobernante egipcio clamara: "¡Ya mismo!". Esa actitud, clásica del ser humano, se constituye en un pecado terrible: la posposición, dejar para mañana lo que podemos hacer hoy.

Como el faraón, que decidió pasar una noche más con las ranas, nos quedamos cómodos consintiendo nuestros pecados, nuestros vicios, nuestras debilidades, prometiendo siempre que mañana, un día de estos, vamos a cambiar. Nos relajamos y nos autoengañamos asegurándonos a nosotros mismos que ya pronto terminaremos de despojarnos del viejo hombre. Como en la canción, "a partir de mañana" empezaremos una nueva dieta, una nueva disciplina espiritual, una nueva rutina de ejercicios. A partir de mañana, nos decimos a nosotros mismos y a todo el que quiera oírnos, todo será distinto. No importa que mañana no esté en nuestras manos, insistimos en que es posible el cambio. O talvez lo hagamos "un día de estos"... así de vago, así de impreciso. Olvidamos que no podemos jactarnos de un futuro que solo depende de Dios y que hablar de mañana, desde el punto de vista del Señor, es un comportamiento soberbio, malo y jactancioso (Santiago 4:16).

¿Por qué esperar? Hace tiempos quería escribir sobre este tema pero consideré que mejor lo hacía después, en un futuro... Existe un anglicismo para definir esta conducta: "procrastinación", y los psicólogos lo definen como la tendencia recurrente a evitar o postergar conscientemente lo que se percibe como desagradable o incómodo. Parecería ser el mal de nuestros tiempos, sobre todo porque al menos a nivel consciente no lo asociamos con una molestia. Dejamos para mañana la búsqueda de una mejor oportunidad laboral, postergamos el juego con nuestros hijos, aplazamos la decisión de estudiar algo que nos mejore el perfil profesional, posponemos una cita médica, dejamos para "después" una labor que nos encomendaron, retrasamos aún el cumplimiento del llamado que Dios nos hizo. En este último sentido, de una manera particular, muchos quieren esperar el instante en que sean cegados por un rayo celestial y caigan del caballo, o el momento en que se abran los cielos y se despliegue una luz de lo alto acompañada de una voz en off que les indique el camino a seguir. La otra opción, la que se desecha, es hacerlo ya.

Posponer las cosas es malversar el tiempo, un recurso precioso que nos dio el Señor, pero que no es acumulable ni reemplazable. Y nosotros disfrazamos este desperdicio diciéndonos a nosotros mismos que no tenemos tiempo, que estamos demasiado ocupados, que tenemos otras cosas que atender. El problema es que colamos el mosquito y nos tragamos el camello, como advierte la Escritura porque con frecuencia nuestro sistema de prioridades está trastocado frente a los patrones bíblicos, así que no ordenamos esas prioridades como lo haría Dios.

Decía Lord Chesterfield Stanhope en las Cartas a su hijo: "Conoce el verdadero valor del tiempo; no lo dejes pasar, aprovéchalo y disfruta cada momento. Nada de ociosidad, nada de pereza, nada de dilaciones: nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Y en la misma sección en la que Santiago está hablando de nuestra jactancia con relación al futuro concluye diciendo "...Si ustedes saben hacer lo bueno y no lo hacen, ya están pecando" (Stg 4:17, TLA). Así que si sabemos que debemos hacer algo hoy, aprovechar la oportunidad, no dejar pasar el momento pero no lo hacemos estamos pecando. Como dice un viejo chiste, en nuestro vocabulario cotidiano "mañana" significa simplemente "hoy no".

Debo confesar que, al igual que muchos cristianos, necesito batallar arduamente contra este pecado en mi vida. Y hoy quiero alentarte a que hagas lo mismo. Empezando desde ya. Porque la tentación a mantenerme en él es fuerte, mi vieja naturaleza me susurra: "Oye, sí, desde mañana tienes que trabajar en eso". Y es entonces cuando entiendo la importancia de no seguir dependiendo del futuro.

Bendiciones sobreabundantes en Cristo,

JORGE HERNÁN

lunes, julio 12, 2010

MI AMIGO JESÚS

"Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer"
(Juan 15:15, RV60)


Hace unos días una muy querida amiga me escribió pidiéndome consejo acerca de cómo orar. Más allá de la respuesta a la pregunta, sin embargo, el Señor la utilizó como instrumento para hacerme ver cuánto se había enfriado mi relación con Él. Al leerla vinieron a mi mente otras épocas en las que mi comunión con Dios era intensa y estrecha, entendí aquella parte de la parábola del sembrador que está en Lucas 8:14, y me dí cuenta cuán fácil es que lo cotidiano nos distraiga de Él. La Palabra ahogada entre espinos...

Lo cierto es que compartía con mi amiga sobre Ricardo, un hombre de mi edad quien casualmente figura en mis registros como mi más antiguo amigo: ¡¡¡aparece en las fotos de mi primer cumpleaños!!! Lo quiero con toda mi alma pero lo veo poco, una vez al año o a veces menos, pero para mí es una experiencia sumamente grata reencontrarme con él, desatrasarnos de los acontecimientos que han marcado nuestras vidas e incluso de vez en cuando recibir un consejo. Le decía que creo que es la fuerza del cariño la que mantiene viva nuestra amistad.
Y este ejemplo me ilustra perfectamente la manera en qué funciona mi amistad con Dios.

He aprendido que Dios ama incondicionalmente, sacrificialmente, incansablemente, y proactivamente. Y que por eso cada vez que recurro a Él en oración me encuentro a Alguien muy bien dispuesto a seguir creciendo en Su relación conmigo, la que el mismo Autor de la Creación, respetando mi libre albedrío, decidió dejar en mis manos. Cuando ha pasado un tiempo en el que la relación se enfriado por mi cuenta, reduciendo y espaciando el tiempo dedicado a Él, conversando simplemente sobre cosas superficiales o pidiéndole cosas de acuerdo a mis necesidades más elementales, no me encuentro del otro lado con un interlocutor disgustado que me reprocha - aunque podría con toda justicia - por mi ingratitud, mi inconstancia y mi silencio sino que antes bien se deleita con mi compañía como yo debiera deleitarme en la Suya. Siento que cuando Lo busco, Él sonríe dulcemente y me invita a pasar a Su mesa.

Hace tiempo escuché a alguien que predicaba sobre la oración y decía que pasar tiempo con Dios requiere de nosotros que existan el deseo, la disciplina y el deleite, y parte de nuestro tiempo de oración mismo debe ser pidiéndole al Señor que avive estos tres elementos en nosotros, para que no nos rutinicemos, para que no nos aburramos, para que no desfallezcamos.

Me digo a mí mismo que por causa del pecado de posponer las cosas he dejado siempre para "después" el retomar con fuerza el hecho de cultivar mi amistad con Dios. Él me enseñó que para construir una amistad se requiere de dos personas y que por muchos esfuerzos que haga una de ellas la relación no fluirá mientras no haya una decisión conjunta de cimentarla, construirla y edificarla cada día. Lo mejor es que Él ya hizo su parte "por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es de su carne" (Hebreos 10:20, RV60) a través del cual nos invita a acercarnos confiadamente a Su presencia. La mía, simplemente, es buscarlo.

Ver al Señor en su dimensión como "amigo" es lo que nos permite acudir ante Él en oración conversando de una manera natural y espontánea. Sin tapujos, caretas ni máscaras. Sin preparación ni formalismos, tal como soy. Simplemente hablo, como me sale del corazón, digo las cosas como las pienso y las siento, sin adornos ni disimulos. Y de vez en cuando hago una pausa para escuchar. Con el Señor, aquieto mi alma y le pido que hable a mi corazón, que me responda de alguna manera que yo pueda entender y me preparo y dispongo para hacerlo.

A ese Amigo es al que quiero reencontrar. Y te invito a que si has bajado la guardia en tu tiempo con Él, hagas lo mismo. Al final, es el único amigo que nunca te va a fallar. Y si tu vida de oración, por el contrario, va en espiral ascendente, no te descuides, recuerda que cuando creemos estar más firmes mayor cuidado tenemos que tener para no caer.

Dios te siga bendiciendo,

JORGE HERNÁN