"Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe" (Hebreos 12:2a, RVC)
¿En quién tenemos puestos los ojos? Yo, por lo menos, he afirmado muchas veces que la respuesta es única e inequívoca: en Jesús. Sin embargo, cuando confronto esta afirmación con la realidad encuentro que esta es diferente, porque con frecuencia mi referente es mucho más terrenal. Como humano que soy, tengo una concepción de la realidad que tiende a aferrarse a lo físico más que a lo espiritual, así que mi pastor se convierte en una sensatamente adecuada referencia material y tangible al Dios que representa.
Así pues, mil veces me he sentido defraudado porque mi líder espiritual, pastor o consejero, no ha respondido a mis expectativas cuando yo sentía que más lo necesitaba. Esto se traduce en que no acudió a mi llamado, o no fue sensible a mi necesidad, o simplemente no dispuso del tiempo o no tuvo la voluntad de atenderme.
Dice Darío Silva-Silva: "El Señor es mi pastor, el pastor NO es mi señor". Independientemente del nivel de crecimiento, autoridad y/o cercanía de mi líder, él es simplemente un ministro que cumple la tarea que Dios le encargó desarrollando su actividad con los dones que el Espíritu Santo le entregó. Pero no está capacitado para darme lo que solo Dios puede darme y que yo debo buscar en la Fuente.
Jeremías 17:5 (NTV) dice: "Esto dice el Señor: «Malditos son los que ponen su confianza en simples seres humanos, que se apoyan en la fuerza humana y apartan el corazón del Señor.». De nuevo, los líderes que Dios me ha puesto como guía y referencia son simples seres humanos, y no puedo exigir de ellos lo que solamente mi Señor da. Es básicamente la misma idea del salmista, cuando dice: "No pongan su confianza en hombres importantes, en simples hombres que no pueden salvar" (Salmos 146:3, DHH). En la perspectiva divina, todos los mortales entramos en esa categoría y el Señor nos advierte claramente que nuestra confianza únicamente en Él.
Igual ocurre con mi esperanza. Cuando Job decía "Aunque él me mate, en él esperaré" (Job 13:5, RVC) estaba reflejando el tipo de relación que solo Dios puede brindarme. La esperanza en Dios siempre está ligada a la certeza de que Su propósito es bendecirme, y que aunque yo no entienda lo que está ocurriendo a mi alrededor, mi Señor está obrando activamente.
Así pues, cuando nos distraemos y ponemos los ojos, la confianza y la esperanza en simples mortales, no solamente estamos desatendiendo a lo que la Divina Palabra establece sino que muy probablemente vamos a sentirnos, más temprano que tarde, defraudados, tristes y decepcionados con estos líderes, tal vez con la iglesia y de pronto hasta con Dios por cuenta de un error de apreciación de la verdad escritural que se materializa en un pecado: hacer de la carne nuestra fortaleza (cfr. Jer 17:5 LBLA).
A Dios no podemos culparlo de lo que Sus siervos hacen o dejan de hacer, ni responsabilizarlo por lo que dicen o por lo que callan. El que se equivoca demandando de ellos lo que debo buscar en Dios soy yo. Y esta falla no va a corregirse cambiando de líder ni trastéandome de iglesia ni menos aún dándole la espalda al Señor.
Reconozco y acepto que debo fijar la mirada en Jesús, no en los hombres. Pido perdón a Dios por haberme distraído de Su perfecta voluntad. Y, de paso, decido perdonar a los líderes y pastores que alguna vez - o quizás muchas - no respondieron a mis expectativas generándome frustración, dolor y hasta ira.
JORGE HERNÁN