lunes, julio 15, 2013

DISEÑOS HUMANOS vs. DISEÑOS DIVINOS

“No tiene sentido que me honren, si sus enseñanzas son mandamientos humanos”
(Marcos 7:7, RVC)

Varios pasajes bíblicos, aparte del que encabeza esta reflexión, nos alertan sobre los mandamientos y doctrinas de hombres en clara contraposición a los mandatos escriturales. La Palabra no solamente nos alerta sobre lo vana que es la honra que decimos profesarle al Señor cuando equiparamos los mandamientos humanos a las doctrinas divinas. Colosenses 2:21-22 y Tito 1:14 hacen referencia a lo efímero de estas prescripciones y a lo apartadas de la verdad que se encuentran.

El problema es que en la iglesia contempóranea se pretende imponer los diseños humanos sobre los que realmente provienen del Señor.

El diseño humano no proviene de la inspiración del Espíritu Santo sino de las reglas que los hombres hemos establecido para que las cosas funcionen de la manera en la que nos parece que deberían funcionar. A esta categoría pertenecen todo tipo de fórmulas litúrgicas, rituales y cultuales así como los formatos estandarizados que claman ser los únicos genuinos que cuentan con el aval del cielo. Pero también el legalismo, que yendo más allá de la Escritura, impone procedimientos y protocolos que están bien lejos de la adoración pura, fruto de la verdadera comunión, que Jesucristo quiso establecer en la iglesia con una motivación centrada en el amor.

Es igualmente diseño humano el espectáculo, hecho para atraer multitudes que se enganchan más fácilmente con las señales externas que con Aquel que puede ir más allá de ese tipo de manifestaciones y transformar vidas…los mismos signos que produjeron la áspera expresión en labios de Jesús “esta generación perversa demanda señal”. En el espectáculo se refleja también la manifestación enfermiza de la autopropaganda espiritual que hace alarde de una pretendida unción al mismo tiempo que el orgullo que esta despierta pone a sus supuestos poseedores al borde del abismo. Pretender monopolizar el verdadero poder de Dios no es solamente una evidencia categórica de la soberbia humana sino que tristemente conduce con frecuencia a arrancar de raíz el fruto de la siembra que otros han intentado hacer.

“Que coman pasteles”, dijo María Antonieta. “Pan y circo”, afirmaban los emperadores romanos. Y es que el show tiene que ver con el impulso de dar a la congregación aquello que la satisface. Cuando se busca la aprobación humana, las iglesias estarán llenas de predicadores políticamente correctos que hablan de temas agradables que la gente quiere oír, que evitan a toda costa la confrontación y hablar del pecado.

Pariente del fenómeno anterior es la “revelación” sin sustento bíblico. Dios nunca dará una palabra que contradiga el espíritu de la Escritura ni mucho menos que vaya frontalmente en contra de ella. Pero más de un siervo del Altísimo se empeña en torcer la verdad bíblica para acomodarla a sus intereses tratando de paso de extender a su congregación esta distorsión empeñándose en afirmar su veracidad. O en relajar la Palabra haciéndola flexible y acomodándola a los intereses de la mayoría. Como si se tratara de agradar al hombre, no a Dios.

Todo lo anterior demuestra un espíritu de manipulación pastoral, en la que se busca retener a la grey no mediante los lazos del amor y el compañerismo promovidos por el Señor sino a través de mecanismos absolutamente mundanos e incluso mezquinos con los que se busca evitar el éxodo del pueblo hacia manantiales más refrescantes.

Los celos, rivalidades y envidias ministeriales son caldo de cultivo de Satanás. Pero muchos creyentes, aún en posiciones de liderazgo, pasan más tiempo tratando de desacreditar a sus consiervos y de buscar con lupa el más mínimo error que les permita señalar públicamente sus falencias que buscando ganar almas para Cristo. No aprendimos de Pablo y Apolos y en lugar de trabajar unidos en lo esencial proclamando el Reino de Dios y anunciando las buenas nuevas de salvación, nos dedicamos al fuego amigo que produce bajas en nuestras propias filas, aterra a quienes aún no son creyentes y llena de satisfacción al diablo. Esta práctica va acompañada con frecuencia de un análisis minucioso del estilo de vida, vestimenta, palabras y un largo etcétera de líderes cristianos visibles (y otros no tanto) que se supone deben conducir a sesudas demostraciones de la falsedad de su fe. ¿Puede alguien creer sinceramente que es la voluntad de Dios perder el tiempo de esta manera en lugar de trabajar para el Cielo? El juicio y la crítica, así entendidos, no provienen del Señor. Aún los mecanismos de confrontación entre creyentes previstos en la Biblia son diferentes en lo más esencial a este tipo de prácticas.

“En nuestra iglesia no lo hacemos así”, es una frase que en ocasiones refleja la manera en que dentro de las congregaciones se le da un portazo en la cara al Espíritu Santo por no permitirle moverse dentro de las paredes de la microdoctrina, los procesos y los procedimientos.

Finalmente, el enfoque moderno que ve la iglesia no como una comunidad de creyentes sino como una estructura de tipo empresarial que apoya su “iglecrecimiento” en planes estratégicos, tácticas y métodos puramente humanos, ayuda a reafirmar la confusión de un pueblo que corre el riesgo de perderse no solo por la falta de conocimiento sino también por la dificultad de discernir lo que realmente proviene de Dios.

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La otra cara de la moneda son los diseños divinos. Dios es un Dios de orden pero también de revelación, sin comillas, reservada para los verdaderos adoradores, quienes le buscan en espíritu y en verdad. Aquellos que van a los pies del Maestro dispuestos a llevarse la mejor parte. Aquellos que de corazón Le dicen “habla, Señor, que tu siervo escucha” y que están de verdad dispuestos a meterse en lo profundo del corazón de Dios para conocer y vivir Su voluntad. Aquellos que se desprenden de todo esquema humano para buscar el Reino y cuyo afán principal es saber qué es lo que el Señor quiere. Aquellos que saben que la dirección del Espíritu Santo siempre se vive en un armonioso e inigualable equilibrio con la Palabra, que nunca va a ser rebatida por el Dios que la inspiró.

Los íntimos, los que buscan intensamente al Señor motivados por el Espíritu pero también por la Escritura, con un corazón enseñable y con la valentía de dejarse guiar por Dios andando un paso a la vez, son los llamados a ejecutar el soberano y maravilloso plan divino disfrutando de la plenitud de las bendiciones sin cortapisas humanas.

Estos son los que saben que hay que pagar un precio, que como alguien dijo son conscientes de que no pueden llegar a la cima sin haber escalado antes la montaña, y que la unción es ciertamente con frecuencia el fruto de una vida volcada en adoración a Jesucristo.

Los diseños divinos reconocen que en cualquier tipo de reunión entre creyentes el director es Dios mismo y que no hay mejor fórmula que ser sensible al Espíritu Santo y a lo que Él quiere hacer en una comunidad de discípulos. Saben  que el espíritu se mueve libremente, pero que siempre el centro y eje de la reunión es Dios y nunca sus servidores. Aceptan que no hay mandamiento más perfecto que el que está contenido en la Santa Biblia, y que a las reglas humanas nunca debe dárseles un estatus que no tienen ni menos aún equiparárseles con los mandatos escriturales. Rechazan el espíritu de complacencia y el deseo de quedar bien con todo el mundo y se focalizan en agradar a Dios. Y dejan que sea Él quien obre, quien dirija, quien ministre, quien enseñe.

Un elemento esencial de la manera correcta de hacer las cosas tiene que ver con honrar a los siervos de Dios y aprender a recibir lo que el Señor tiene para enseñarnos a través de ellos en lugar de ensañarnos con su humanidad y buscar descalificarlos con base en sus imperfecciones. No solo por la autoridad espiritual que Dios les ha conferido, sino por el lugar que ocupan en el Reino y por su testimonio de vida, merecen ser respetados y amados. A la manera de Jesús, por supuesto.

Pidamos al Espíritu Santo que nos guíe a vivir una fe genuina, no esquematizada. Que nos de la libertad de aprender de cada hermano en la fe, de cada siervo que lleva Su Palabra, de lo que otros tienen para compartirnos. Que sepamos al mismo tiempo movernos dentro de los límites que la Escritura nos fija pero sin atarnos a reglas y preceptos humanos. Que disfrutemos de Su compañía, Su presencia y Su gracia adentrándonos en la comunión perfecta que solo da la verdadera adoración. 

Bendiciones sobreabundantes.

JORGE HERNÁN






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