"Jesús lloró"
(Juan 11:35)
Este versículo toca mi corazón, no por ser el más corto de las Escrituras, sino porque muestra el corazón compasivo de Cristo. Tres versículos atrás vemos al Señor conmovido frente al dolor de María de Betania y los judíos que la acompañaban. Y aquí lo encontramos condoliéndose con ellos.
Llevo algunos meses acompañando a amigos entrañables a sepelios inexplicables. La muerte accidental de un hijo o la partida rápida y súbita de una esposa joven sacuden nuestra vida y nos confrontan con la realidad de la muerte. Aparte de despertarnos sentimientos de solidaridad nos llevan a preguntarnos si estamos preparados para partir, si hemos hecho la tarea, si hemos vivido en el centro de la voluntad de Dios y hemos cumplido Su propósito a cabalidad.
Pero estas experiencias también nos llevan a preguntarnos qué tan focalizados estamos en el Señor, hasta dónde dependemos de Él y cuánto estamos dispuestos a acatar Su voluntad aunque no nos parezca buena, agradable ni perfecta desde nuestro limitado punto de vista. Nos impulsan a preguntarnos en quién hemos creído y qué tan fuerte es nuestra fe.
Creo que cuando Jesús ve nuestra tristeza, llora con nosotros. Es el único capaz, de hecho, de comprender lo que pasa por nuestra mente, nuestras emociones y nuestros anhelos. Y es el único que lo hace con verdadera misericordia, sin ningún tipo de juicio y con el simple deseo de que vayamos a Su presencia para ser consolados y abrazados por Él.
Las experiencias dolorosas tienen la capacidad de forjar nuestro carácter de manera significativa. Aprendimos intelectualmente, hace tiempo, a buscar el propósito antes que la causa, de cada vivencia adversa que hemos tenido que enfrentar en la vida. Pero con frecuencia nuestra mente divaga razonando equivocadamente en busca de explicaciones que tal vez nunca encontraremos para sentir que hemos hallado por fin una respuesta satisfactoria a nuestros cuestionamientos, Nunca será sencillo pasar una crisis familiar, la enfermedad de un hijo o una quiebra económica, cada uno de estos procesos entraña un duelo indudablemente menor que el de la muerte de un ser querido pero en todo caso confrontante y en ocasiones devastador. Como cuando extraviamos la mirada que debería estar puesta en Jesús. Sin embargo, Él es soberano y debemos acogernos a Su carácter amoroso y misericordioso entendiendo que Su panorámica de nuestra vida le permite discernir con total claridad ese propósito que a veces no logramos captar por más que oremos.
Necesitamos fe. Que el Señor nos ayude a confiar más en Él (Mc 9:24, TLA). Que nos de la fuerza y la fortaleza para salir adelante en cada prueba. Y que nunca perdamos de vista que Él entiende nuestro dolor y está a nuestro lado para ayudarnos a superarlo. Aunque estemos en valle de sombra de muerte, como dice el salmista, el Buen Pastor está a nuestro lado para infundirnos aliento. Y siempre después de la noche, por larga que sea, vendrá un nuevo amanecer.
Alabo a Cristo por Su infinito amor.
JORGE HERNÁN