“Pero
Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No
temas, cree solamente.”
(Marcos
5:36, RV60)
Me encanta esta cita bíblica. Creo que Jesús me la recuerda
de cuando en cuando para que no me desanime. La historia de Jairo,
dignatario de la sinagoga, puede tener muchas similitudes con la tuya o la mía.
Su hija enfermó gravemente, y este hombre fue a buscar a Jesús a la orilla del
lago donde se encontraba predicándole a una multitud. Seguramente se encontraba
desesperado y fue a postrarse a los pies de Aquel en quien estaba la solución.
Talvez fue su último recurso. La Palabra no lo dice, pero es posible que Jairo
hubiera tratado de agotar todas las posibilidades humanamente a su alcance
antes de ir en pos del Maestro.
Lo cierto es que Jesús accede a acompañarlo. De camino se detiene un momento por causa de una mujer enferma y en el entretanto la hija de Jairo muere. O eso parece. Porque las realidades físicas no siempre corresponden a las verdades espirituales. Y en este caso, donde todos veían una jovencita difunta Jesucristo veía una niña dormida. Por eso “entró y preguntó: « ¿Por qué tanto alboroto y llanto? La niña no está muerta; sólo duerme»” (Marcos 5:39, NTV). La historia nos dice que los padres, entre asombrados y regocijados, vieron a su hija levantarse a una orden de Jesús, quien les pidió darle comida y guardar absoluto silencio. ¡El milagro había ocurrido y era real! El relato de la hija de Jairo concluye aquí para nosotros pero para ellos la historia apenas empezaba. Ni siquiera la muerte está por encima del Rey de Reyes. ¿No es maravilloso?
No sé cuáles sean tus circunstancias hoy. A lo mejor estás viviendo en un remanso, una época tranquila de tu vida, sin mayores sobresaltos. O de pronto estás atravesando por un momento difícil y complejo, de esos que son como una larga pesadilla que parece no tener fin. O un juego del cual ni siquiera es posible salirse. Esos tiempos de prueba, a través de los cuales el Señor moldea nuestro carácter, son los mejores para afianzar nuestra fe. Y es cuando Jesús nos mira a los ojos, nos sonríe amorosamente y nos dice: “No tienes que hacer nada. Solamente deja a un lado el miedo. Confía en mí. No temas. Cree solamente”.
A veces me cuestiono a mí mismo y me pregunto qué tan sencillo es tener fe cuando la tormenta arrecia, cuando todo parece a punto de desplomarse, cuando las circunstancias adversas parecen monstruos gigantes a punto de devorarnos. Y entonces caigo en la cuenta de que confiar en el Señor, creerle, creer en Su Palabra, tener fe, son cuestiones que simplemente apuntan a una actitud y una decisión del corazón.
Quizás hayas clamado, a veces con lágrimas en tus ojos, y tal vez sientas que no estás siendo escuchado. Pero cuando el salmista dijo “Cuando te llamé, me respondiste, y mi alma desfallecida se llenó de vigor” (Salmo 138:3, RVC) no estaba hablando simplemente de su experiencia particular sino revelándonos un secreto espiritual relacionado con lo que ocurre en la intimidad con Dios. Él me dijo que no tengo porque vivir esclavizado del miedo porque me ha dado un espíritu de adopción (cfr. Romanos 8:15) que me permite llamar Papito a Dios y estar seguro de que mi Padre amoroso que sabe lo que es mejor para mí y tiene el poder para hacer que me ocurra.
En un relato anterior del Evangelio de San Marcos, Jesús
increpa a los discípulos por su falta de fe. Y al releerlo, me siento
exhortado. Me parece que me está hablando a mí. Que me está recordando que Él
es el Todopoderoso y que no pide de mí sino un acto de mi voluntad: creerle. Y
que está recordándome con firmeza las palabras que un día escuchó el profeta
Isaías: “No tengas miedo, que yo estoy contigo; no te desanimes, que yo soy tu
Dios. Yo soy quien te da fuerzas, y siempre te ayudaré; siempre te sostendré
con mi justiciera mano derecha.” (Isaías 41:10).
Así que no tengo otra alternativa que pedirle que me ayude a superar mi incredulidad. Y elegir en mi corazón la mejor opción: tener fe en Él.
Lo cierto es que Jesús accede a acompañarlo. De camino se detiene un momento por causa de una mujer enferma y en el entretanto la hija de Jairo muere. O eso parece. Porque las realidades físicas no siempre corresponden a las verdades espirituales. Y en este caso, donde todos veían una jovencita difunta Jesucristo veía una niña dormida. Por eso “entró y preguntó: « ¿Por qué tanto alboroto y llanto? La niña no está muerta; sólo duerme»” (Marcos 5:39, NTV). La historia nos dice que los padres, entre asombrados y regocijados, vieron a su hija levantarse a una orden de Jesús, quien les pidió darle comida y guardar absoluto silencio. ¡El milagro había ocurrido y era real! El relato de la hija de Jairo concluye aquí para nosotros pero para ellos la historia apenas empezaba. Ni siquiera la muerte está por encima del Rey de Reyes. ¿No es maravilloso?
No sé cuáles sean tus circunstancias hoy. A lo mejor estás viviendo en un remanso, una época tranquila de tu vida, sin mayores sobresaltos. O de pronto estás atravesando por un momento difícil y complejo, de esos que son como una larga pesadilla que parece no tener fin. O un juego del cual ni siquiera es posible salirse. Esos tiempos de prueba, a través de los cuales el Señor moldea nuestro carácter, son los mejores para afianzar nuestra fe. Y es cuando Jesús nos mira a los ojos, nos sonríe amorosamente y nos dice: “No tienes que hacer nada. Solamente deja a un lado el miedo. Confía en mí. No temas. Cree solamente”.
A veces me cuestiono a mí mismo y me pregunto qué tan sencillo es tener fe cuando la tormenta arrecia, cuando todo parece a punto de desplomarse, cuando las circunstancias adversas parecen monstruos gigantes a punto de devorarnos. Y entonces caigo en la cuenta de que confiar en el Señor, creerle, creer en Su Palabra, tener fe, son cuestiones que simplemente apuntan a una actitud y una decisión del corazón.
Quizás hayas clamado, a veces con lágrimas en tus ojos, y tal vez sientas que no estás siendo escuchado. Pero cuando el salmista dijo “Cuando te llamé, me respondiste, y mi alma desfallecida se llenó de vigor” (Salmo 138:3, RVC) no estaba hablando simplemente de su experiencia particular sino revelándonos un secreto espiritual relacionado con lo que ocurre en la intimidad con Dios. Él me dijo que no tengo porque vivir esclavizado del miedo porque me ha dado un espíritu de adopción (cfr. Romanos 8:15) que me permite llamar Papito a Dios y estar seguro de que mi Padre amoroso que sabe lo que es mejor para mí y tiene el poder para hacer que me ocurra.
Así que no tengo otra alternativa que pedirle que me ayude a superar mi incredulidad. Y elegir en mi corazón la mejor opción: tener fe en Él.
JORGE HERNÁN