Las Escrituras nos presentan dos prototipos antagónicos de los discípulos de Jesús. De un lado, los seguidores secretos como José de Arimatea; de otro, los que abiertamente proclamaban Su mensaje, como Pablo.
Del primero dice la Biblia que era un miembro noble del concilio, que era rico, y también que era bueno y justo. Solo tenía un inconveniente: que ocultaba su fe “por miedo de los judíos” (Juan 19:38). Del segundo, el apóstol de los gentiles, dice que estuvo encarcelado, fue azotado y apedreado varias veces y pasó grandes dificultades (véase 2 Corintios 11:16 y siguientes). Sin embargo, hasta su muerte, hizo pública su fe y fue quizás el principal artífice humano de la expansión del cristianismo en los primeros años de nuestra era.
En el tránsito está Pedro, uno de los hombres más cercanos a Jesucristo, quien después de negarlo tres veces fue restaurado por el Señor y pasó a compartir el mensaje de salvación con denuedo. Cuando a Pedro y Juan se les prohibió hablar de Jesús a las multitudes, respondieron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19b-20). De hombres como estos, que se sostuvieron en su fe a pesar de la adversidad, dice la Biblia que “alcanzaron buen testimonio mediante la fe” (Hebreos 11:39).
A veces el temor a los hombres es superior a nuestra fe en Dios. En ocasiones callamos por temor a las represalias, a las burlas, al desprecio, al rechazo, al qué dirán. Nos preocupan más las consecuencias de nuestras palabras y de nuestros actos aquí en la tierra que la recompensa grande y poderosa que viene de lo alto cuando nos atrevemos a ser testigos, a ser ejemplo, a llevar una vida comprometida con la causa del Señor. Olvidamos fácilmente que aún si los cristianos decidiéramos unánimemente guardar silencio, las piedras clamarían (Lucas 19:40).
Se atribuye a Francisco de Asís la frase: “Predica el Evangelio en todo momento, y de ser necesario, usa palabras…”, con lo cual este varón instaba a los seguidores de Cristo a compartir su fe, más que con palabras, con su propio testimonio de vida. Los cristianos estamos llamados a ser sal y luz, a ser un foco de atracción para los no creyentes, quienes deberían admirarse de nuestro estilo de vida y de lo que reflejan nuestros comportamientos y actitudes. Necesitamos ser personas esforzadas y valientes para responder abiertamente al llamado de Dios sin tapujos, sin esconder nada, guardando el pacto y siendo fieles a nuestros ideales, principios y creencias.
Hace unos días nos confrontaban en la iglesia con respecto al valor que algunos grupos tienen para exponer su credo aunque vayan en contravía del statu quo. Sostienen y defienden sus creencias y aún su modo de vida aunque no responda a los cánones socialmente aceptados. Tristemente, los cristianos a veces olvidamos el principio de que “Dios y yo somos mayoría” y nos dejamos amedrentar por las personas y también por las circunstancias.
Mi invitación de hoy es a que nos preguntemos cómo estamos viviendo y proyectando a otros el Evangelio del Reino. ¿Somos discípulos secretos o faros de luz? ¿Es nuestra vida un ejemplo edificante para quienes viven a nuestro alrededor? Si carecemos del valor para ser artífices del crecimiento del reino y alcanzar a las naciones para Jesús, quizás necesitemos pasar un tiempo a solas con Dios, pidiéndole que nos llene del fuego de Su Santo Espíritu para tener el privilegio de ser artífices de Su obra. Bendiciones.
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”
(2 Timoteo 1:7)
Del primero dice la Biblia que era un miembro noble del concilio, que era rico, y también que era bueno y justo. Solo tenía un inconveniente: que ocultaba su fe “por miedo de los judíos” (Juan 19:38). Del segundo, el apóstol de los gentiles, dice que estuvo encarcelado, fue azotado y apedreado varias veces y pasó grandes dificultades (véase 2 Corintios 11:16 y siguientes). Sin embargo, hasta su muerte, hizo pública su fe y fue quizás el principal artífice humano de la expansión del cristianismo en los primeros años de nuestra era.
En el tránsito está Pedro, uno de los hombres más cercanos a Jesucristo, quien después de negarlo tres veces fue restaurado por el Señor y pasó a compartir el mensaje de salvación con denuedo. Cuando a Pedro y Juan se les prohibió hablar de Jesús a las multitudes, respondieron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19b-20). De hombres como estos, que se sostuvieron en su fe a pesar de la adversidad, dice la Biblia que “alcanzaron buen testimonio mediante la fe” (Hebreos 11:39).
A veces el temor a los hombres es superior a nuestra fe en Dios. En ocasiones callamos por temor a las represalias, a las burlas, al desprecio, al rechazo, al qué dirán. Nos preocupan más las consecuencias de nuestras palabras y de nuestros actos aquí en la tierra que la recompensa grande y poderosa que viene de lo alto cuando nos atrevemos a ser testigos, a ser ejemplo, a llevar una vida comprometida con la causa del Señor. Olvidamos fácilmente que aún si los cristianos decidiéramos unánimemente guardar silencio, las piedras clamarían (Lucas 19:40).
Se atribuye a Francisco de Asís la frase: “Predica el Evangelio en todo momento, y de ser necesario, usa palabras…”, con lo cual este varón instaba a los seguidores de Cristo a compartir su fe, más que con palabras, con su propio testimonio de vida. Los cristianos estamos llamados a ser sal y luz, a ser un foco de atracción para los no creyentes, quienes deberían admirarse de nuestro estilo de vida y de lo que reflejan nuestros comportamientos y actitudes. Necesitamos ser personas esforzadas y valientes para responder abiertamente al llamado de Dios sin tapujos, sin esconder nada, guardando el pacto y siendo fieles a nuestros ideales, principios y creencias.
Hace unos días nos confrontaban en la iglesia con respecto al valor que algunos grupos tienen para exponer su credo aunque vayan en contravía del statu quo. Sostienen y defienden sus creencias y aún su modo de vida aunque no responda a los cánones socialmente aceptados. Tristemente, los cristianos a veces olvidamos el principio de que “Dios y yo somos mayoría” y nos dejamos amedrentar por las personas y también por las circunstancias.
Mi invitación de hoy es a que nos preguntemos cómo estamos viviendo y proyectando a otros el Evangelio del Reino. ¿Somos discípulos secretos o faros de luz? ¿Es nuestra vida un ejemplo edificante para quienes viven a nuestro alrededor? Si carecemos del valor para ser artífices del crecimiento del reino y alcanzar a las naciones para Jesús, quizás necesitemos pasar un tiempo a solas con Dios, pidiéndole que nos llene del fuego de Su Santo Espíritu para tener el privilegio de ser artífices de Su obra. Bendiciones.
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”
(2 Timoteo 1:7)
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