“Por el camino de la sabiduría te he encaminado, y por veredas derechas te he hecho andar” (Proverbios 4:9)
Parece que hay una sutil diferencia de percepciones entre el Señor y nosotros, al menos si nos atenemos a lo que Él afirma en este versículo. Nos dice Dios que nos ha hecho andar por veredas derechas, y cuando leemos esta expresión pensamos sin duda en lo que aprendimos en el colegio sobre la línea recta: “la distancia más corta entre dos puntos”. Pero esa no es la misma concepción de Dios. Para Él las veredas derechas no son siempre las más cortas ni mucho menos están exentas de obstáculos. De hecho, a veces son largas y a nuestro modo de parecer, tortuosas.
Atravesar pruebas nunca será fácil, y aunque nos lo digan una y mil veces, siempre será complejo asimilar que todo responde a un propósito divino superior, que está fuera del alcance de nuestros sentidos e incluso de nuestra percepción. Sabemos que Dios tiene el control, que todo se mueve dentro de su buena, agradable y perfecta voluntad, y que le hecho de que sus tiempos no coincidan con los nuestros no significa en modo alguno que el Señor se haya ausentado.
Decía Margaret Manning en una reflexión que compartí en días pasados que realmente Dios nunca nos abandona, pero sí las expectativas que tenemos de Él. Hace tiempo aprendí que expectativas no resueltas generan primero frustración y luego ira; y eso es exactamente lo que a veces nos ocurre con nuestro Señor: nos sentimos frustrados y enojados porque la respuesta no ocurre cuando queremos y porque los senderos que siempre entendimos que eran derechos, ahora nos parecen absolutamente torcidos.
Pero si nos apegamos a la Escritura y creemos en el Dios que proclama la Biblia debemos entender que estamos frente al Santo, Justo, Misericordioso y Todopoderoso y que estos atributos suyos nos garantizan que al final el resultado será el que Dios espera.
Y Él nunca, nunca se equivoca. Felizmente.
Aguantar en el tiempo de prueba jamás será sencillo, pero si sabemos en quién hemos puesto nuestra confianza, al menos será menos duro.
Dios nos siga bendiciendo,
JORGE HERNÁN
____________________________
COROLARIO
"Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan"
Parece que hay una sutil diferencia de percepciones entre el Señor y nosotros, al menos si nos atenemos a lo que Él afirma en este versículo. Nos dice Dios que nos ha hecho andar por veredas derechas, y cuando leemos esta expresión pensamos sin duda en lo que aprendimos en el colegio sobre la línea recta: “la distancia más corta entre dos puntos”. Pero esa no es la misma concepción de Dios. Para Él las veredas derechas no son siempre las más cortas ni mucho menos están exentas de obstáculos. De hecho, a veces son largas y a nuestro modo de parecer, tortuosas.
Atravesar pruebas nunca será fácil, y aunque nos lo digan una y mil veces, siempre será complejo asimilar que todo responde a un propósito divino superior, que está fuera del alcance de nuestros sentidos e incluso de nuestra percepción. Sabemos que Dios tiene el control, que todo se mueve dentro de su buena, agradable y perfecta voluntad, y que le hecho de que sus tiempos no coincidan con los nuestros no significa en modo alguno que el Señor se haya ausentado.
Decía Margaret Manning en una reflexión que compartí en días pasados que realmente Dios nunca nos abandona, pero sí las expectativas que tenemos de Él. Hace tiempo aprendí que expectativas no resueltas generan primero frustración y luego ira; y eso es exactamente lo que a veces nos ocurre con nuestro Señor: nos sentimos frustrados y enojados porque la respuesta no ocurre cuando queremos y porque los senderos que siempre entendimos que eran derechos, ahora nos parecen absolutamente torcidos.
Pero si nos apegamos a la Escritura y creemos en el Dios que proclama la Biblia debemos entender que estamos frente al Santo, Justo, Misericordioso y Todopoderoso y que estos atributos suyos nos garantizan que al final el resultado será el que Dios espera.
Y Él nunca, nunca se equivoca. Felizmente.
Aguantar en el tiempo de prueba jamás será sencillo, pero si sabemos en quién hemos puesto nuestra confianza, al menos será menos duro.
Dios nos siga bendiciendo,
JORGE HERNÁN
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COROLARIO
"Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan"
(1 Tesalonicenses 5:12)
A Rafael Cantor, in memoriam
Anteayer estuve en el servicio fúnebre de un tremendo hombre de Dios. Rafael Cantor llevó a cientos de personas a los pies de Cristo y fue un pastor y un evangelista en toda la extensión de la palabra. Fogoso en sus primeros años de ministerio, alcanzó una madurez notable con el correr del tiempo y terminó sus días amando a su familia y al cuerpo de Cristo al cual siempre sirvió.
Escuchar el testimonio de su hijo, que solo pudo vernos a unos pocos de sus discípulos, cosecha de más de treinta años de servicio a Jesús de Nazareth, pero que entendió la razón de ser de la vida de su padre, obsesionado por su trabajo y empeñado en extender cada día más y más el Evangelio del Reino. Toda una generación de pastores, líderes y siervos fuimos edificados por las enseñanzas profundas de Rafael. Quizás para muchas personas fuera un desconocido, pero sin duda en los cielos (donde ahora disfruta de la presencia del Padre) y en los infiernos era ampliamente conocido.
Tuvo aciertos y errores, como todos nosotros, pero siempre estuvo dispuesto a aprender de estos últimos y capitalizarlos en su continuo proceso de aprendizaje y peregrinación, pues su corazón siempre estaba dispuesto a asimilar cosas nuevas y hacerlas vida en su vida.
Tengo en mente la calidez de su sonrisa, la misma que seguramente está disfrutando el Creador justo ahora. Siempre estará presente en nuestro recuerdo, e indirectamente, en nuestro ministerio. Y como dijo el pastor Aicardo Beltrán en el servicio, ahora nos corresponde a nosotros – sus discípulos, sus amigos, sus consiervos – recibir la posta y continuar la carrera llevando a otros a conocer al Señor y a crecer en Él cada día.
A Rafael Cantor, in memoriam
Anteayer estuve en el servicio fúnebre de un tremendo hombre de Dios. Rafael Cantor llevó a cientos de personas a los pies de Cristo y fue un pastor y un evangelista en toda la extensión de la palabra. Fogoso en sus primeros años de ministerio, alcanzó una madurez notable con el correr del tiempo y terminó sus días amando a su familia y al cuerpo de Cristo al cual siempre sirvió.
Escuchar el testimonio de su hijo, que solo pudo vernos a unos pocos de sus discípulos, cosecha de más de treinta años de servicio a Jesús de Nazareth, pero que entendió la razón de ser de la vida de su padre, obsesionado por su trabajo y empeñado en extender cada día más y más el Evangelio del Reino. Toda una generación de pastores, líderes y siervos fuimos edificados por las enseñanzas profundas de Rafael. Quizás para muchas personas fuera un desconocido, pero sin duda en los cielos (donde ahora disfruta de la presencia del Padre) y en los infiernos era ampliamente conocido.
Tuvo aciertos y errores, como todos nosotros, pero siempre estuvo dispuesto a aprender de estos últimos y capitalizarlos en su continuo proceso de aprendizaje y peregrinación, pues su corazón siempre estaba dispuesto a asimilar cosas nuevas y hacerlas vida en su vida.
Tengo en mente la calidez de su sonrisa, la misma que seguramente está disfrutando el Creador justo ahora. Siempre estará presente en nuestro recuerdo, e indirectamente, en nuestro ministerio. Y como dijo el pastor Aicardo Beltrán en el servicio, ahora nos corresponde a nosotros – sus discípulos, sus amigos, sus consiervos – recibir la posta y continuar la carrera llevando a otros a conocer al Señor y a crecer en Él cada día.
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