Dice el refrán popular que no hay peor sordo que el que no quiere oir ni peor ciego que el que no quiere ver. Es decir, la enfermedad es más grave cuando responde a un mero acto de la voluntad. Sordos y ciegos por elección, por conveniencia. Es preferible hacer de cuenta que no oímos antes que reconocer que lo que nos están diciendo nos confronta y nos sacude.
El Chavo del Ocho repetía incesantemente "Yo no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado", cuando no quería ser molestado con las palabras agresivas de los habitantes de la vecindad. El problema es que aún hoy parecería que nosotros seguimos enarbolando esta frase como estandarte cuando nos empeñamos en caminar confome a nuestra voluntad y en contravía de lo que Dios realmente quiere y sueña para nuestra vida.
El anhelo de cualquier creyente debería ser vivir en el centro de la santa, perfecta y agradable voluntad de Dios. Pero el deber ser se estrella crudamente con la realidad. El Padrenuestro, en su más degradada y egoísta versión, suplica: "Hágase mi voluntad en la tierra como en el cielo". Quisiéramos que el Dios bombero al que acudimos en medio del incendio acudiera presuroso a satisfacer nuestros caprichos, olvidando lo que el memorable tío de "La vida es bella" interpretado magistralmente por Giustino Durano, dijo en la película: "Servir es el arte supremo, Dios sirve al hombre, pero no es su sirviente".
Contrario al ideal, el ser humano se empeña en vivir a su manera. Aunque no sea santa, pero sí imperfecta y aún a veces desagradable. Y Dios nos habla de todas las formas posibles, a través de su Palabra, de las circunstancias, de terceros, esperando una respuesta positiva de parte nuestra que con frecuencia tarda mucho en oir. Nos llama, susurra dulcemente nuestro nombre pero las orejas de pescado nos inducen a escuchar solo lo que queremos oir, lo que absurdamente creemos que nos conviene. Como si el que realmente lo supiera no fuera Él.
Cuando me miro al espejo, tengo que reconocer que padezco de sordera selectiva, que he tomado la decisión de hacerme el loco y no escuchar muchas cosas que Él me ha querido decir, incluso a gritos. Me ha hablado, incansablemente, pero yo he persistido en mi terquedad y he hecho de cuenta que no me está diciendo nada. Total, es preferible autoengañarme diciendo que no he obrado porque nadie me ha dicho que lo haga. Santiago 4:17 (LBLS) dice: "Si ustedes saben hacer lo bueno y no lo hacen, ya están pecando", así que cuando yo elijo la opción de las orejas de pescado estoy no solamente endureciendo mi corazón y oscureciendo mi entendimiento, también estoy pecando por omisión. Al no querer oir a Dios, me estoy apartando de Su voluntad y empeñándome en transitar por un camino que no es el Suyo.
"Me dice que me ama" es una preciosa canción de Jesús Adrián Romero en la que nos comparte cómo el Señor se esmera en hacernos saber de mil maneras cuánto nos ama. De esa misma forma, cada vez que nos tiene que decir algo, el Señor se encarga de expresárnoslo a través de los canales adecuados. Y nos lo dice. Sin palabras o con ellas. A veces de labios de quien menos lo esperamos. O en medio de una canción. O de una película. Él sabe como hacerlo. Pero tenemos un Dios increíblemente respetuoso del libre albedrío que nos regaló. Y no va a forzarnos a obedecerlo, ni siquiera a escucharlo si no queremos hacerlo. Así que cuando tomamos la decisión de cerrar nuestros oídos, Él la respeta y nos deja actuar en consecuencia. Inclusive nos permite equivocarnos, así las consecuencias de nuestras erradas decisiones sean dolorosas y sea más difícil rehacer el camino. Son las reglas del juego de nuestro Amado Creador.
Pero hay algo peor, cuando optamos por taparnos los oídos, como dice Zacarías 7:11, y es que corremos el riesgo de que, como hizo el Señor con el terco pueblo de Israel, algún día escuchemos la advertencia: "Como no me escuchaste cuando te llamé, tampoco te escucharé cuando me llames"...Talvez la mejor alternativa sea despojarnos de las orejas de pescado y decidirnos de una buena vez, no solo a escucharlo sino a obedecerlo. A poner en práctica Sus enseñanzas. A actuar.
Siempre es un buen momento para el arrepentimiento genuino y sincero, para enderezar nuestros pasos, para quebrarle el espinazo a la tibieza, para arrancar la maleza que brotó por causa de las malas semillas que una vez sembramos y disponernos a recibir el perdón sanador de Dios, Su limpieza y restauración.
Sólo Dios sabe si has estado "haciéndote el loco", o tapándote los oídos para no oir lo que Él quiere decirte con respecto a tu vida en general o a alguna situación en particular. Pero quizás hoy es el momento para que dejes de hacerlo, vayas a Su presencia, te postres y reconozcas tu terrible error. Sus brazos amorosos están esperándote para decirte que te ama, una y otra vez, a pesar de tus fallas y desaciertos, de tus pecados y tus equivocaciones. Yo voy a hacerlo. Creo, como David, que aun corazón contrito y humillado Dios no lo despecia (Salmo 51:17), y que hoy es el día para empezar a vivir la mitad de mi vida. La mejor mitad. Probablemente sea el día para tí también. Si es así, dondequiera que estés, acepta esta invitación al reencuentro.
Recibe un enorme abrazo de bendición,
JORGE HERNÁN