"Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto"
(Colosenses 3:14, NVI)
Hace un par de días mi esposa y yo cumplimos veinte años de matrimonio, y el regalo que me dio tocó sensiblemente mi corazón. Sin adornos, sin lazos, sin empaques de ningún tipo, me entregó una hermosa planta de hojas multicolores acompañada de una tarjeta que decía más o menos: "el nombre lo pones tú...es tu regalo, y está en tí el cuidarla y verla florecer o marchitarse....solo necesita un poco de agua, luz y viento...no mucho, solo lo necesario...de tí depende que la veas sonreir o marchitarse...tú eliges".
Estas palabras son mucho más allá que una hermosa metáfora de la relación matrimonial. Aprendí hace años que el amor se construye y desde el púlpito más de una vez exhorté a quienes me escuchaban a cultivar diariamente la relación de pareja alimentándola con cariño y delicadeza; sin embargo, en lo personal debo reconocer que me veo confrontado y que debo revisar mi actitud pero sobre todo mi corazón.
Sin embargo, recuerdo también que la relación matrimonial es un tipo o un modelo de la relación de Jesús con su iglesia. Me tardó años interiorizar la expresión "bodas del Cordero" pero finalmente comprendí que, al igual que cualquier enamorado, el anhelo máximo del Señor es compartir una intensa relación de amor con su novia, la iglesia de Cristo, por toda la eternidad. Y que nuestra parte es cultivar diariamente esa relación, respondiendo al amor que Jesús muestra por nosotros cada día. "El amor de Cristo nos obliga" dice Pablo en 2 Corintios 5:14 (NVI).
La planta que me regaló mi esposa es un croton. Y dicen los entendidos que es una planta más bien delicada, que requiere un especial cuidado. Así, en cuanto a luz, la iluminación debe ser intensa para mantener vivos los colores. Mi relación con Dios me exige apartarme de la oscuridad y procurar claridad y transparencia en mis actos cotidianos. La falta de luz hace palidecer las hojas del croton, y también mi vínculo con el Señor.
Es importante también que no se produzcan cambios bruscos de temperatura. La clave del éxito, dicen, reside en una temperatura uniforme. Los vaivenes en mi comunión diaria afectan la relación. Cuando me dejo llevar por las circunstancias y son las emociones las que gobiernan la relación, el efecto es el mismo que tienen las corrientes fuertes de aire sobre los crotones. La planta se daña. La intimidad con Cristo se ve socavada. Pierde fuerza y vigor.
Pero el croton necesita también mucha humedad y riego. Puede marchitarse y aún arrugarse fácilmente si se expone a ambientes secos y si no es irrigado. Igual sucede cuando mi relación con Dios se vuelve desértica, seca. Aún cuando se torna religiosa, lo cual es un enorme peligro latente para cualquier creyente. Caemos con facilidad en los ritualismos y olvidamos que un Dios vivo demanda una interacción viva.
La planta debe ser fertilizada también desde el comienzo, y de manera regular. Así como la relación de pareja se abona con detalles, caricias, palabras, tiempo y actos serviciales, mi intimidad con Dios implica una decisión activa de amar de parte mía que se traduzca en manifestaciones semejantes. Esperamos con frecuencia que el Señor sea "especial" con nosotros, pero olvidamos que el tema es bidireccional.
Necesitamos aprender muchas cosas en cuanto a nuestra relación con Dios. Estamos llamados a revestirnos de amor, el vínculo perfecto, para que sea el amor el que rija nuestra relación con Dios y a partir de ella, todas nuestras demás relaciones. Alguna versión de la Biblia dice en el versículo que encabeza esta reflexión que el amor "es el mejor lazo de unión". Pero vivirlo realmente exige todo de nosotros, no simple palabrería ni rutinas vacías. El cuidado deliberado e inteligente no es solo una opción si realmente nos interesa mantener viva la llama.
Que Dios nos permita revestirnos verdaderamente de amor.
JORGE HERNÁN
(Colosenses 3:14, NVI)
Hace un par de días mi esposa y yo cumplimos veinte años de matrimonio, y el regalo que me dio tocó sensiblemente mi corazón. Sin adornos, sin lazos, sin empaques de ningún tipo, me entregó una hermosa planta de hojas multicolores acompañada de una tarjeta que decía más o menos: "el nombre lo pones tú...es tu regalo, y está en tí el cuidarla y verla florecer o marchitarse....solo necesita un poco de agua, luz y viento...no mucho, solo lo necesario...de tí depende que la veas sonreir o marchitarse...tú eliges".
Estas palabras son mucho más allá que una hermosa metáfora de la relación matrimonial. Aprendí hace años que el amor se construye y desde el púlpito más de una vez exhorté a quienes me escuchaban a cultivar diariamente la relación de pareja alimentándola con cariño y delicadeza; sin embargo, en lo personal debo reconocer que me veo confrontado y que debo revisar mi actitud pero sobre todo mi corazón.
Sin embargo, recuerdo también que la relación matrimonial es un tipo o un modelo de la relación de Jesús con su iglesia. Me tardó años interiorizar la expresión "bodas del Cordero" pero finalmente comprendí que, al igual que cualquier enamorado, el anhelo máximo del Señor es compartir una intensa relación de amor con su novia, la iglesia de Cristo, por toda la eternidad. Y que nuestra parte es cultivar diariamente esa relación, respondiendo al amor que Jesús muestra por nosotros cada día. "El amor de Cristo nos obliga" dice Pablo en 2 Corintios 5:14 (NVI).
La planta que me regaló mi esposa es un croton. Y dicen los entendidos que es una planta más bien delicada, que requiere un especial cuidado. Así, en cuanto a luz, la iluminación debe ser intensa para mantener vivos los colores. Mi relación con Dios me exige apartarme de la oscuridad y procurar claridad y transparencia en mis actos cotidianos. La falta de luz hace palidecer las hojas del croton, y también mi vínculo con el Señor.
Es importante también que no se produzcan cambios bruscos de temperatura. La clave del éxito, dicen, reside en una temperatura uniforme. Los vaivenes en mi comunión diaria afectan la relación. Cuando me dejo llevar por las circunstancias y son las emociones las que gobiernan la relación, el efecto es el mismo que tienen las corrientes fuertes de aire sobre los crotones. La planta se daña. La intimidad con Cristo se ve socavada. Pierde fuerza y vigor.
Pero el croton necesita también mucha humedad y riego. Puede marchitarse y aún arrugarse fácilmente si se expone a ambientes secos y si no es irrigado. Igual sucede cuando mi relación con Dios se vuelve desértica, seca. Aún cuando se torna religiosa, lo cual es un enorme peligro latente para cualquier creyente. Caemos con facilidad en los ritualismos y olvidamos que un Dios vivo demanda una interacción viva.
La planta debe ser fertilizada también desde el comienzo, y de manera regular. Así como la relación de pareja se abona con detalles, caricias, palabras, tiempo y actos serviciales, mi intimidad con Dios implica una decisión activa de amar de parte mía que se traduzca en manifestaciones semejantes. Esperamos con frecuencia que el Señor sea "especial" con nosotros, pero olvidamos que el tema es bidireccional.
Necesitamos aprender muchas cosas en cuanto a nuestra relación con Dios. Estamos llamados a revestirnos de amor, el vínculo perfecto, para que sea el amor el que rija nuestra relación con Dios y a partir de ella, todas nuestras demás relaciones. Alguna versión de la Biblia dice en el versículo que encabeza esta reflexión que el amor "es el mejor lazo de unión". Pero vivirlo realmente exige todo de nosotros, no simple palabrería ni rutinas vacías. El cuidado deliberado e inteligente no es solo una opción si realmente nos interesa mantener viva la llama.
Que Dios nos permita revestirnos verdaderamente de amor.
JORGE HERNÁN
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