miércoles, julio 13, 2011

APRENDIENDO CADA DÍA

“El crisol es para la plata y el horno para el oro, pero Jehová es quien prueba los corazones”
 (Proverbios 17:3, RV95)

Quisiera que realmente cada experiencia de vida fuera un aprendizaje. Dios está obrando todo el tiempo, lo sé, y es Su voluntad enseñarme a través del peregrinaje por esta tierra. Quizás el ritmo cotidiano no me permita abordar cada cuestión como una oportunidad de crecer emocional y espiritualmente pero finalmente quien se lo pierde soy yo.

Desde el punto de vista del Maestro, las clases son todos los días y a todas las horas. Un discípulo inquieto repasa cada instante vivido, lo pasa por el tamiz de la oración y busca extraer de allí un aprendizaje que le sirva para encaminarse en el proceso de maduración en el Señor que lo lleve a “la plena y completa medida de Cristo” (Efesios 4:13, NTV).

Alguna vez escuché una anécdota sobre un virtuoso del violín al cual le preguntaron dónde había aprendido a tocar el instrumento con tal maestría y sublimidad. “En el violín”, respondió el músico con naturalidad. Somos transeúntes en la tierra, es verdad, simples caminantes, pero en el camino nos vamos formando y a través de esa formación Dios nos pone a punto para que seamos quienes Él necesita que seamos, al servicio de Sus planes perfectos. Cada módulo del pensum celestial está diseñado para que aprendamos, para que sometamos a prueba nuestro corazón de manera que sea evidente qué tan permeable es y ha sido frente a la Palabra que hemos oído y leído. Nos ejercitamos en la vida viviendo y desarrollamos nuestros dones poniéndolos en práctica en situaciones en las cuales requerimos de ellos. Así como un deportista tiene que practicar ardua y constantemente para lograr la excelencia, la cual nunca va a alcanzar simplemente leyendo las reglas del deporte respectivo, nosotros tenemos que experimentar para ser formados de la mano de Dios.

Nos volvemos pacientes ejercitándonos en ocasiones que requieren de toda nuestra paciencia, nos volvemos amorosos amando a aquellos que parecen merecerlo menos pero que lo necesitan más, nos volvemos mansos cuando nos vemos forzados a mantener la templanza y ser humildes en circunstancias en las que quizás normalmente seríamos agresivos. Y prácticamente cada fruto del Espíritu brota en nosotros cuando nuestro corazón ha pasado por el crisol de los momentos difíciles y por el horno de las situaciones adversas.

Las parábolas de Jesús se basaban en hechos cotidianos, en cosas que eran lugares comunes para quienes Lo escuchaban. Él sabía sacarle el jugo a las vivencias más simples y más corrientes, y al hacerlo nos estaba enseñando que la vida hay que leerla entre líneas, que Dios está escribiendo para nosotros los mensajes más profundos en medio de las circunstancias más prosaicas. Y desde allí está hablando a nuestros corazones. “El que tenga oídos para oír, que oiga”.

Repasa tu día. Piensa qué aprendiste hoy. Y luego revísalo una vez más, pero ahora hazlo en Su presencia y pidiéndole que arroje Su luz sobre cada experiencia, de modo que sientas que estás siendo edificado, que estás creciendo en dirección a la estatura espiritual del varón perfecto que es Cristo.

Con un corazón agradecido por lo que el Señor me ha enseñado hoy,


JORGE HERNÁN

sábado, julio 02, 2011

CUESTIÓN DE FOCO

"Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra."
(Colosenses 3:2)

Creo haber leído esta cita infinidad de veces, pero cada vez que lo hago me cuestiono acerca de qué tanto la pongo en práctica. Se supone que como hijo de Dios, y a semejanza de Jesús, debo ocuparme en las cosas de mi Padre (cfr. Lc 2:49) que ya mi Padre se ocupará de las mías. Lo aprendí hace tiempo pero debo confesar que no lo vivo como el Señor lo espera. Pierdo demasiado tiempo ocupado de las situaciones cotidianas en lugar de centrarme en mi relación con Dios. Me estoy pareciendo más a Marta de Betania, permitiendo que las horas se escurran en medio de los quehaceres diarios en vez de ocuparme en cultivar mi comunión con Dios. Esto afecta mi vida de oración, que se vuelve reactiva cuando debiera ser proactiva, ya que por naturaleza en caso de emergencia tiendo a buscar el interruptor que activa mi relación vertical. Pero, así como una planta que solo se riega de vez en cuando tiende a marchitarse o por lo menos a no florecer como debiera, lo mismo empieza a ocurrirle a mi vida espiritual.

"Las semillas que cayeron entre los espinos representan a los que oyen la palabra de Dios, pero muy pronto el mensaje queda desplazado por las preocupaciones de esta vida y el atractivo de la riqueza, así que no se produce ningún fruto" (Mateo 13:22, NTV). Esta explicación, dada por Jesús con relación a uno de los aspectos de la parábola del sembrador, parece calar profundamente en muchos de nosotros. Cuando dejamos que la Palabra se pierda, ahogada por las preocupaciones cotidianas, estamos reflejando que nuestro corazón no es terreno fértil para que germine la semilla que ha sido sembrada, y evidenciando la enorme necesidad que tenemos de trabajar en él para adecuarlo y prepararlo apropiadamente para la siembra. Tendremos que abonarlo, fertilizarlo y regarlo reacondicionando nuestra vida espiritual y fortaleciéndola en la disciplina de la lectura de la Biblia y la oración constante. Y esto es así porque necesitamos poner nuestro corazón a punto para que Dios obre. De lo contrario seguiremos desenfocados, poniendo la mira en las cosas de abajo, en los asuntos mundanos que nos distraen de lo esencial.

Al reconocer que mi mente divaga en medio del tiempo de adoración, pensando en cómo resolver las más irrelevantes pequeñeces, es cuando entiendo qué tan lejos he permitido que mi alma se distancie de mi espíritu. Y solo puedo corregir el enfoque agarrando de nuevo con fuerza la mano de mi Señor.

En Cristo Jesús,

JORGE HERNÁN




OTRA VEZ GOLIAT


"Entonces dijo David al filisteo:

--Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.

Jehová te entregará hoy en mis manos, yo te venceré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo entregaré tu cuerpo y los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios en Israel.

Y toda esta congregación sabrá que Jehová no salva con espada ni con lanza, porque de Jehová es la batalla y él os entregará en nuestras manos."

(1 Samuel 17:45-47, RV95)"


No sé cuántas prédicas he escuchado sobre Goliat, ni cuántas canciones alusivas he tarareado, ni cuántas películas he visto, ni cuántos artículos he leído. Lo que sí sé es que hay muchos Goliats en mi vida que siguen paseándose desafiantes amenazando mi tranquilidad e insinuándome que son invencibles.

Parecen inderrotables y adquieren numerosas apariencias: una adicción, un problema, una atadura....se ven como gigantes y llaman nuestra atención sobre ellos. A veces nos quitan el sueño y son nuestra preocupación cotidiana más recurrente. Buscamos mil maneras de atacarlos pero la experiencia, casi siempre basada en nuestras fuerzas, apunta hacia nuestra debilidad y hacia lo frágiles que somos para vencerlos. De hecho, con frecuencia los evitamos y optamos por evadirlos ante la silenciosa certeza de que si tratamos de combatirlos llevamos las de perder. Nos hemos resignado a su presencia, que aceptamos calladamente, y preferimos elaborar un catálogo de justificaciones con las cuales podamos autoconvencernos del statu quo.

Pero David no veía al gigante sino a Dios. Desestimó sus armas terrenales y su evidente respaldo físico. Sabía que el Señor y él siempre serían mayoría. Declaró que al retarlo estaba realmente provocando a Dios y se lo enrostró con claridad. Resaltó que estaba en mejor posición que Goliat, con el Señor y los ejércitos celestiales a su lado.

Igual que tú y yo, ciertamente. No hay diferencia entre la escena bíblica y la que nosotros afrontamos cada día, salvo quizás porque no hemos identificado cuál es nuestra verdadera posición en el campo de batalla. Privilegiados, del lado ganador, con el Dios de los ejércitos de nuestra parte.

La victoria es nuestra hoy. Sí, tuya y mía. El Señor ha entregado a ese enemigo en nuestras manos para que Su nombre resplandezca. Desde su punto de vista, es un problema superado. En sus registros el partido ya se jugó y ya tiene un ganador: Dios. El diablo ya fue avergonzado en la Cruz, solo tenemos que hacer conciencia de ello y dejar de actuar como si hiciéramos parte del equipo perdedor.

La batalla no es mía ni tuya, dice la Escritura que es del Señor. Pero cuando nos empeñamos en lucharla en nuestras propias fuerzas y con nuestros limitados recursos, indefectiblemente vamos a tener que reconocer que no somos gigantes, que estamos pobremente armados y que no tenemos las destrezas necesarias para lograr superarla. Solo cuando entramos en la presencia de Dios, aceptamos nuestras limitaciones y declaramos que es Él quien se encarga de guerrear y, sobre todo, le hacemos entrega real de la situación, estamos en la posibilidad cierta de disfrutar de la victoria que el Señor ha planeado.

Salgamos de la guarida y enfrentemos a Goliat. Hagamos nuestras las palabras de David y que el Espíritu Santo que lo dirigió nos dirija y encamine también a nosotros para que todos sepan que el Señor no salva con espada ni con lanza.

Bendiciones sobreabundantes en Cristo,

JORGE HERNÁN