"...porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo."
(1 Timoteo 5:8, RV60)
Cuando leo este versículo, recuerdo vívidamente a una amada sierva de Dios que en cada servicio insistía en la importancia del altar familiar. Pero también me viene a la mente un hermano preocupado porque entendía que esta cita se refería a la necesidad imperiosa de que el varón fuera el responsable del sustento económico del hogar. Y, finalmente, recuerdo una historia sobre un hombre que, quizás como muchos, se cuestionaba si podía hacerse cargo de una responsabilidad ministerial si su iglesia doméstica, es decir, su hogar, no estaba viviendo al 100% el fluir del Espíritu de Dios. Por algo Pablo instaba a Timoteo que los que anhelaran ser obispos debían gobernar bien su casa y hacer que sus hijos les obedecieran con el debido respeto (1 Timoteo 3:4).
Proveer para los nuestros efectivamente va mucho más allá de lo que desde el punto de vista financiero debemos hacer. Sin embargo, algunos son muy generosos con terceros mientras en sus propios hogares se viven estrecheces y aún sus padres afrontan penurias por la escasez de dinero; cualquiera que viva esta situación está indudablemente por fuera de la voluntad de Dios.
Pero, ¿qué podemos decir sobre la necesidad de proveer amor? Nuestra familia es lo más importante que tenemos después de Dios y debería ser, después de Él, la prioridad inmediata en nuestra vida. Muchos anteponen el trabajo, o la iglesia o incluso la diversión, a esta prioridad, y hacen mal cualquiera que sea la excusa que utilicen. Dios necesita gente consagrada a Él, pero también personas que le den a la unidad familiar el sentido que Él siempre quiso que tuviera. Se dice que la familia es el núcleo de la sociedad, y es verdad. Por eso Satanás golpea esta institución con tanta sevicia. Hay, sin embargo, una forma de enfrentar este ataque, y es haciendo lo que nos corresponde, y lo primero en este orden de ideas es ser un instrumento del amor de Dios para nuestra pareja y nuestros hijos. Y también para nuestros padres, estemos o no solteros. Todos ellos necesitan ser amados, especialmente cuando menos lo merecen, y Dios nos ha colocado en medio de ellos para ser ministros de Su amor y Su reconciliación. Vivámoslo entonces, vivámoslo más aunque lo prediquemos menos.
Seamos ejemplo. Seamos testimonio. Seamos proveedores de cariño, de ternura, de comprensión, de tolerancia. No neguemos la fe. Permitamos que Dios sea una realidad cotidiana en nuestro hogar, mucho más que un formalismo. Oremos unos por otros. Pasemos tiempo con Dios e invitemos a nuestra familia a hacerlo. Que al vernos en la iglesia que es nuestra casa, los nuestros se sientan motivados a seguir el ejemplo.
Ese es hoy mi reto para tí. Y sobre todo, para mí. Que el Señor nos ayude a cumplirlo con éxito.
Bendiciones,
JORGE HERNÁN
(1 Timoteo 5:8, RV60)
Cuando leo este versículo, recuerdo vívidamente a una amada sierva de Dios que en cada servicio insistía en la importancia del altar familiar. Pero también me viene a la mente un hermano preocupado porque entendía que esta cita se refería a la necesidad imperiosa de que el varón fuera el responsable del sustento económico del hogar. Y, finalmente, recuerdo una historia sobre un hombre que, quizás como muchos, se cuestionaba si podía hacerse cargo de una responsabilidad ministerial si su iglesia doméstica, es decir, su hogar, no estaba viviendo al 100% el fluir del Espíritu de Dios. Por algo Pablo instaba a Timoteo que los que anhelaran ser obispos debían gobernar bien su casa y hacer que sus hijos les obedecieran con el debido respeto (1 Timoteo 3:4).
Proveer para los nuestros efectivamente va mucho más allá de lo que desde el punto de vista financiero debemos hacer. Sin embargo, algunos son muy generosos con terceros mientras en sus propios hogares se viven estrecheces y aún sus padres afrontan penurias por la escasez de dinero; cualquiera que viva esta situación está indudablemente por fuera de la voluntad de Dios.
Pero, ¿qué podemos decir sobre la necesidad de proveer amor? Nuestra familia es lo más importante que tenemos después de Dios y debería ser, después de Él, la prioridad inmediata en nuestra vida. Muchos anteponen el trabajo, o la iglesia o incluso la diversión, a esta prioridad, y hacen mal cualquiera que sea la excusa que utilicen. Dios necesita gente consagrada a Él, pero también personas que le den a la unidad familiar el sentido que Él siempre quiso que tuviera. Se dice que la familia es el núcleo de la sociedad, y es verdad. Por eso Satanás golpea esta institución con tanta sevicia. Hay, sin embargo, una forma de enfrentar este ataque, y es haciendo lo que nos corresponde, y lo primero en este orden de ideas es ser un instrumento del amor de Dios para nuestra pareja y nuestros hijos. Y también para nuestros padres, estemos o no solteros. Todos ellos necesitan ser amados, especialmente cuando menos lo merecen, y Dios nos ha colocado en medio de ellos para ser ministros de Su amor y Su reconciliación. Vivámoslo entonces, vivámoslo más aunque lo prediquemos menos.
Seamos ejemplo. Seamos testimonio. Seamos proveedores de cariño, de ternura, de comprensión, de tolerancia. No neguemos la fe. Permitamos que Dios sea una realidad cotidiana en nuestro hogar, mucho más que un formalismo. Oremos unos por otros. Pasemos tiempo con Dios e invitemos a nuestra familia a hacerlo. Que al vernos en la iglesia que es nuestra casa, los nuestros se sientan motivados a seguir el ejemplo.
Ese es hoy mi reto para tí. Y sobre todo, para mí. Que el Señor nos ayude a cumplirlo con éxito.
Bendiciones,
JORGE HERNÁN
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