"Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra."
(Mateo 2:11, RV60)
Hace varios días me viene dando vueltas en la cabeza la adoración de los magos de oriente a Jesús recién nacido. Porque pienso en la actitud de estos hombres sabios. En el versículo 2 del Evangelio de Mateo los magos revelan sus intenciones con respecto al Salvador: "Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle." Guiados por la estrella de Belén, llegaron al pesebre y "se regocijaron con muy grande gozo" cuando ella se detuvo donde estaba el niño.
Lo que había en el corazón de los magos era admirable: un deseo inmenso de adorar a Dios. Por eso lo buscaron aún a costa de emprender un largo viaje. Dice la Escritura que ellos conocían la profecía de Miqueas 5:2: "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad". Estaban buscando al Cristo y la revelación de Dios a sus vidas les decía que la profecía se estaba cumpliendo en aquel niño.
Me sorprende pensar en la manera en que normalmente concebimos a Dios: como un solucionador de problemas, como alguien a quien acudimos muchas veces como última instancia o a cuya presencia entramos para pedirle. A veces nuestro tiempo con el Señor parece más una lista de peticiones que cualquier otra cosa. Vamos a buscarle para decirle "dame, dame" y no con actitud de "aquí estoy...Señor, ¿en qué puedo servirte?". En "La vita e bella" de Roberto Benigni (1997), el tío Eliseo Orefice magistralmente interpretado por Giustino Durano dice: "Servir es el arte supremo. Dios es el primer servidor, pero eso no significa que sea nuestro servidor". Una verdad profunda que muchas veces no comprendemos y por eso lo abordamos de manera utilitarista, esperando saber qué recibiremos a cambio y a veces molestándonos incluso porque la respuesta no es lo que esperábamos.
Los magos, en cambio, estaban resueltos a adorarle. Desde el principio, sabían a qué iban. Los regalos que llevaban eran dignos de un Rey, y reflejaban su corazón de adoradores. Estaban allí para entregar, no para recibir; para dar, no para exigir; para reconocer, no para ser reconocidos. ¡Cuán diferente era su motivación a la que nos impulsa muchas veces a acercarnos a Dios! Tal vez por eso, aunque realmente no sepamos cuántos eran, ni de qué raza, ni si tenían o no determinada jerarquía administrativa, ocupan un lugar especial en la historia del cristianismo y, sin duda, uno más especial aún en el Reino de los Cielos.
Empezando este año, quiero pedirle al Señor que me dé un corazón y una actitud como la que ellos tenían. Que me conmueva y me sacuda el deseo de adorar a Jesús, más que cualquier otra cosa. Que sea Él verdaderamnete mi motivo y mi razón. ¿Quieres pedirle lo mismo? Te invito a que te tomes un par de minutos cuando acabes de leer estas líneas y le pidas Su toque santo en tu vida para que esto también sea una realidad para tí. Y que postrándonos lo adoremos....
Bendiciones,
JORGE HERNÁN
(Mateo 2:11, RV60)
Hace varios días me viene dando vueltas en la cabeza la adoración de los magos de oriente a Jesús recién nacido. Porque pienso en la actitud de estos hombres sabios. En el versículo 2 del Evangelio de Mateo los magos revelan sus intenciones con respecto al Salvador: "Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle." Guiados por la estrella de Belén, llegaron al pesebre y "se regocijaron con muy grande gozo" cuando ella se detuvo donde estaba el niño.
Lo que había en el corazón de los magos era admirable: un deseo inmenso de adorar a Dios. Por eso lo buscaron aún a costa de emprender un largo viaje. Dice la Escritura que ellos conocían la profecía de Miqueas 5:2: "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad". Estaban buscando al Cristo y la revelación de Dios a sus vidas les decía que la profecía se estaba cumpliendo en aquel niño.
Me sorprende pensar en la manera en que normalmente concebimos a Dios: como un solucionador de problemas, como alguien a quien acudimos muchas veces como última instancia o a cuya presencia entramos para pedirle. A veces nuestro tiempo con el Señor parece más una lista de peticiones que cualquier otra cosa. Vamos a buscarle para decirle "dame, dame" y no con actitud de "aquí estoy...Señor, ¿en qué puedo servirte?". En "La vita e bella" de Roberto Benigni (1997), el tío Eliseo Orefice magistralmente interpretado por Giustino Durano dice: "Servir es el arte supremo. Dios es el primer servidor, pero eso no significa que sea nuestro servidor". Una verdad profunda que muchas veces no comprendemos y por eso lo abordamos de manera utilitarista, esperando saber qué recibiremos a cambio y a veces molestándonos incluso porque la respuesta no es lo que esperábamos.
Los magos, en cambio, estaban resueltos a adorarle. Desde el principio, sabían a qué iban. Los regalos que llevaban eran dignos de un Rey, y reflejaban su corazón de adoradores. Estaban allí para entregar, no para recibir; para dar, no para exigir; para reconocer, no para ser reconocidos. ¡Cuán diferente era su motivación a la que nos impulsa muchas veces a acercarnos a Dios! Tal vez por eso, aunque realmente no sepamos cuántos eran, ni de qué raza, ni si tenían o no determinada jerarquía administrativa, ocupan un lugar especial en la historia del cristianismo y, sin duda, uno más especial aún en el Reino de los Cielos.
Empezando este año, quiero pedirle al Señor que me dé un corazón y una actitud como la que ellos tenían. Que me conmueva y me sacuda el deseo de adorar a Jesús, más que cualquier otra cosa. Que sea Él verdaderamnete mi motivo y mi razón. ¿Quieres pedirle lo mismo? Te invito a que te tomes un par de minutos cuando acabes de leer estas líneas y le pidas Su toque santo en tu vida para que esto también sea una realidad para tí. Y que postrándonos lo adoremos....
Bendiciones,
JORGE HERNÁN
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