"...porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo"
(1 Pedro 1:16)
Luego de dos semanas de ausencia, vuelvo a escribir sobre un tema que me viene dando vueltas en la cabeza, y es el de la santidad. El Señor nos llamó para que estuviéramos apartados del mundo y consagrados a Él y esa debe ser una realidad esencial en la vida de todo creyente. Aunque hemos perdido el sentido de la palabra "santidad" y nos suena a veces como algo aburrido que asociamos con personas religiosas y poco divertidas; y otras veces como un ideal prácticamente imposible de alcanzar ("yo no soy ningún santo", decimos), la verdad clara y escueta desde el punto de vista escritural es que todo hijo de Dios que ha recibido y confesado a Jesucristo como Señor y Salvador de su vida tiene un llamado irrevocable a ser santo.
"Santos", llamaba Pablo a los fieles de las iglesias cristianas del primer siglo de nuestra era, porque entendía esa realidad incuestionable y quería que sus lectores se percataran de ella. Vivir en santidad es realmente haber entrado en el reposo de Dios y gozar plenamente de Su presencia en comunión íntima con Él.
Pero hablar de santidad va ligado de modo estrecho al concepto de perdón. El Padre Nuestro, el modelo de oración que Jesucristo nos enseñó y que aparece en el capítulo 6 del Evangelio de San Mateo, nos invita claramente a perdonar, y sentencia al final: "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas" (Mateo 6:14-15). No sé si has notado algo tan obvio como que esta enseñanza está dirigida a creyentes, pues la oración empieza dirigiéndose a Dios como Padre, y Juan 1:12 dice que "a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios". Son solo la fe en Jesucristo y la manifestación de Su Santo Espíritu en nuestras vidas las que nos permiten llamar "Padre" a Dios.
Entonces, Jesús está hablándonos aquí de la necesidad que tenemos de perdonar a otros para gozar de libertad plena y absoluta. No podemos vivir la santidad plena ni santificar el nombre del Señor si el perdón no se hace realidad en nuestras vidas. Recuerda que la falta de perdón trae consecuencias físicas (enfermedades como la artritis, varios tipos de cáncer, etc.), emocionales (amargura, depresión, ira) y sobre todo espirituales (ataduras que nos encadenan y abren puertas al enemigo). Por eso perdonar es tan importante, y de allí que tú y yo necesitemos hacerlo para vivir una nueva dimensión de libertad y santidad como no la hemos experimentado hasta ahora.
Quiero invitarte hoy a que te tomes unos minutos para pedirle al Espíritu Santo que te revele si aún hay en tu corazón falta de perdón hacia alguien. Si es así, te animo a que le pidas a Jesús que te ayude a ver a esa persona como Él la ve y que puedas amarla aún con todas sus fallas como Él ha hecho contigo (Romanos 5:8). Pídele fuerzas y valentía para optar hoy por una decisión de amor que derribe murallas en tu corazón y abra las compuertas del cielo para que disfrutes de una vida en santidad llena de bendiciones. Y deja que el Gran Médico haga una cirugía profunda en tu corazón y te trate como solo Él puede hacerlo. Cosas tremendas serán las que empezarás a ver a partir de hoy.
(1 Pedro 1:16)
Luego de dos semanas de ausencia, vuelvo a escribir sobre un tema que me viene dando vueltas en la cabeza, y es el de la santidad. El Señor nos llamó para que estuviéramos apartados del mundo y consagrados a Él y esa debe ser una realidad esencial en la vida de todo creyente. Aunque hemos perdido el sentido de la palabra "santidad" y nos suena a veces como algo aburrido que asociamos con personas religiosas y poco divertidas; y otras veces como un ideal prácticamente imposible de alcanzar ("yo no soy ningún santo", decimos), la verdad clara y escueta desde el punto de vista escritural es que todo hijo de Dios que ha recibido y confesado a Jesucristo como Señor y Salvador de su vida tiene un llamado irrevocable a ser santo.
"Santos", llamaba Pablo a los fieles de las iglesias cristianas del primer siglo de nuestra era, porque entendía esa realidad incuestionable y quería que sus lectores se percataran de ella. Vivir en santidad es realmente haber entrado en el reposo de Dios y gozar plenamente de Su presencia en comunión íntima con Él.
Pero hablar de santidad va ligado de modo estrecho al concepto de perdón. El Padre Nuestro, el modelo de oración que Jesucristo nos enseñó y que aparece en el capítulo 6 del Evangelio de San Mateo, nos invita claramente a perdonar, y sentencia al final: "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas" (Mateo 6:14-15). No sé si has notado algo tan obvio como que esta enseñanza está dirigida a creyentes, pues la oración empieza dirigiéndose a Dios como Padre, y Juan 1:12 dice que "a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios". Son solo la fe en Jesucristo y la manifestación de Su Santo Espíritu en nuestras vidas las que nos permiten llamar "Padre" a Dios.
Entonces, Jesús está hablándonos aquí de la necesidad que tenemos de perdonar a otros para gozar de libertad plena y absoluta. No podemos vivir la santidad plena ni santificar el nombre del Señor si el perdón no se hace realidad en nuestras vidas. Recuerda que la falta de perdón trae consecuencias físicas (enfermedades como la artritis, varios tipos de cáncer, etc.), emocionales (amargura, depresión, ira) y sobre todo espirituales (ataduras que nos encadenan y abren puertas al enemigo). Por eso perdonar es tan importante, y de allí que tú y yo necesitemos hacerlo para vivir una nueva dimensión de libertad y santidad como no la hemos experimentado hasta ahora.
Quiero invitarte hoy a que te tomes unos minutos para pedirle al Espíritu Santo que te revele si aún hay en tu corazón falta de perdón hacia alguien. Si es así, te animo a que le pidas a Jesús que te ayude a ver a esa persona como Él la ve y que puedas amarla aún con todas sus fallas como Él ha hecho contigo (Romanos 5:8). Pídele fuerzas y valentía para optar hoy por una decisión de amor que derribe murallas en tu corazón y abra las compuertas del cielo para que disfrutes de una vida en santidad llena de bendiciones. Y deja que el Gran Médico haga una cirugía profunda en tu corazón y te trate como solo Él puede hacerlo. Cosas tremendas serán las que empezarás a ver a partir de hoy.
JORGE HERNÁN
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