"De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros"
(Juan 13:35, NVI)
Dicen las Escrituras que el amor a Dios se expresa a través de la obediencia. No es algo que demuestras asistiendo fielmente a la iglesia, o leyendo la Biblia, o teniendo regularmente un tiempo devocional. Si no amas al Señor con todo tu ser (espíritu, alma y cuerpo), si tu mente, tu corazón y tu voluntad no están completamente consagrados a Él, no puedes decir que realmente lo amas. No es así como Dios lo vé. "¿Quién es el que me ama?", se pregunta Jesús en Juan 14:21, solo para responderse a sí mismo y comunicarnos a todos sus seguidores esta tremenda verdad: "El que hace suyos mis mandamientos y los obedece". No es melosería, no son ni siquiera lágrimas de adoración ni confesiones de labios que no expresan una realidad de vida. Es obediencia pura, y nada más. No una obediencia ciega, sino una que está motivada por el amor; soy tan consciente de lo que es e implica para mí el amor de Dios que no puedo menos que hacer lo que a Él le agrada. Lo complazco porque disfruto de Su compañía, porque eso es lo natural en una relación de amor...
Y una de las formas naturales en las que ese amor a Él debe traducirse es en el amor a los demás; el amor es el sello distintivo de los cristianos. Es la marca por la que se nos debiera reconocer "de lejos". Lo que dice la Biblia es claro, si no tengo amor no soy nada. Y tengo un llamado a ser instrumento de amor para otros. Pero, ¿cuáles otros? La familia primero que todo, que es nuestra primera iglesia, el lugar al cual Dios nos llama a ministrar su amor por encima de todo. Es decir, nuestra pareja y nuestros hijos, que deben recibir no solo nuestra cobertura espiritual sino también y sobre todo nuestra cobertura de amor.
Luego viene la familia de la fe. Gálatas 6:10 nos invita a poner los ojos en ella y a que seamos bendición para cada hermano en Cristo. Aquellos con quienes compartimos nuestra fe deben ser también receptores de nuestro amor.
Y finalmente, el resto de los seres humanos, creación de Dios como nosotros, y destinatarios también del amor que el Señor ministra en nuestra vida, y con los que tenemos la misión adicional de compartir las buenas nuevas del Evangelio y alcanzarlos para Cristo.
No sé tú, pero yo me cuestiono seriamente con respecto a mi rol de ser instrumento de amor. Con gran facilidad antepongo mis intereses egoístas en lugar de renunciar a ellos en favor de los que me rodean, y eso me permite darme cuenta de que aún la relación de amor con la que Dios siempre ha soñado no logra consolidarse de una manera real y vivencial en mi vida. Significa que me falta todavía mucho más morir al yo, mucho más buscar Su rostro, mucho más optar por el camino de la obediencia. Así que, como Pablo, solo me queda decir: "No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí" (Filipenses 3:12).
Tengo decisiones por tomar, ajustes por hacer, cambios por efectuar. Y una vida por delante, en la que Dios me ha dado la opción de elegir el amor que prevalece.
El Señor te siga bendiciendo,
JORGE HERNÁN
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