Allí, en las aguas profundas, vieron las obras del Señor y sus maravillas.
Habló Dios, y se desató un fuerte viento que tanto encrespó las olas
que subían a los cielos y bajaban al abismo. Ante el peligro, ellos perdieron el coraje.
Como ebrios tropezaban, se tambaleaban; de nada les valía toda su pericia.
En su angustia clamaron al Señor, y él los sacó de su aflicción.
Cambió la tempestad en suave brisa: se sosegaron las olas del mar.
Ante esa calma se alegraron, y Dios los llevó al puerto anhelado.
¡Que den gracias al Señor por su gran amor, por sus maravillas en favor de los hombres!"
Releo la cita y veo que en lugar de la palabra "pericia" otras encajan perfectamente. Dinero. Salud. Posesiones. Energía. Status. Conocimiento... Son tantas las cosas que nos convierten en falsos peritos que la lista realmente sería innumerable. Pero cuando la tempestad arrecia entendemos que la única respuesta procede de lo alto. Que sólo en Jesucristo encontramos el camino, la verdad y la vida, como lo proclama la Escritura.
Entonces, ¿cuál es la salida? ¿dónde encontrar sabiduría? Aún en medio de la angustia, hay una receta infalible: clamar al Señor, al único que puede convertir el más pavoroso huracán en una "suave brisa".
Hay ocasiones en las que me pregunto cómo llegar al puerto. Quizás hoy tú estás viviendo algo similar, o lo hayas experimentado recientemente. Porque siento que las olas suben al cielo y bajan al abismo, comprendo ineludiblemente que sólo tengo una posibilidad: clamar a Dios. Y agradecerle por Su amor y Su favor. Aunque en mi limitada mente no pueda discernir el propósito, confío en que lo hay y en que solamente Cristo es el camino para arribar seguro al puerto anhelado. Y desde ya doy gracias a Dios por la calma que hará que mi corazón rebose de alegría. ¿Y tú?
Que las bendiciones celestiales te desborden,
JORGE HERNÁN
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