(Juan 11:26)
A la memoria de John Jairo Vélez
Ayer en la tarde John Jairo tuvo su cita más importante del año: se encontró con el Señor, para descansar eternamente en Su presencia después de llevar una tormentosa existencia en esta tierra. Fue ejecutivo exitoso y empresario independiente antes de hundirse en el abismo del alcohol y las drogas, del cual solamente pudo rescatarlo la mano amorosa de Jesús de Nazareth. Recibió palabra, y el amor y el cuidado de una iglesia pero la calle lo atraía poderosamente, hasta que una mañana de septiembre de 2004 fue a parar a un hogar de paso del Departamento Administrativo de Bienestar del Distrito y empezó su recuperación.
"Quiero que mi testimonio de vida tenga un buen final", le dijo un día a su amigo Javier y se convirtieron en socios de una nueva firma de productos de papelería, que no logró consolidarse en medio de un mercado ferozmente competitivo que no es muy benévolo con los nuevos agentes. John estaba convencido de que viviría diez años más, según le dijo a "El Tiempo" en un reportaje en febrero pasado. "He recobrado dignidad y respeto, la gente ya no cambia de andén cuando me ve en la calle", decía.
Su sueño era volver a proyectarse como el hombre de negocios que una vez fue, y agarrado de pies y manos del manto del Señor se decidió a reandar ese trayecto. Tuve la oportunidad de verlo varias veces a lo largo de sus últimos meses de vida, y aunque a veces su estado de salud y las condiciones del negocio parecían estar decididamente en su contra, él optó por confiar en Dios. Me decía que era muy difícil, tenía muchas preguntas que hacerle a Dios pero estaba convencido que si se soltaba de Él, perdería lo que había ganado.
Las últimas semanas fueron abrumadoras: entre el momento del diagnóstico de su enfermedad terminal y el de su muerte pasaron apenas unos pocos días, en una rápida pero dolorosa agonía.
Hoy John Jairo está en casa y su testimonio ciertamente tuvo un buen final. El de un hombre que decidió caminar con Jesús y vivir una vida recta arrancando de ceros pese a haber dejado atrás los mejores años de su juventud. El de un varón que luchó hasta el final por recuperar el amor y la honra de parte de sus hijos y de quienes le rodeaban, mostrando señas evidentes de verdadera hombría.
Los propósitos de Dios son inescrutables para el hombre y a veces desde el punto de vista estrictamente humano quizás nos preguntemos por qué las cosas no ocurren de otra manera, pero el Señor ve la vida de una forma distinta. "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá", afirmó Jesús (Juan 11:25) y esa esperanza gloriosa nos mantiene animados con respecto a lo que será nuestro encuentro final con Cristo.
En este momento, me dice mi socio "realmente este hombre pasó a mejor vida". Tiene razón.
Bendiciones,
JORGE HERNÁN