"Al despertar Jacob de su sueño, pensó: «En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta.»"
(Génesis 28:16, NVI)
Muchas veces, particularmente en tiempo de dificultad, experimentamos de un modo especialmente fuerte lo que algunos llaman "el silencio de Dios". Parecería como si no nos escuchara y al ser incapaces de percibirlo mediante nuestros sentidos corporales terminamos por creer que está ausente.
Hay expresiones coloquiales como "Dios se olvidó de mí" o "tengo el Cristo de espaldas", que aunque atrevidas a veces brotan incluso de los labios de personas que se dicen seguidoras de Jesús de Nazareth. Y aunque parezcan fuertes, en el fondo son incluso más suaves que las que leemos en algunos salmos, o aún las que en algunos momentos de áspera tribulación salieron de la boca de Job. Además, lo único que hacen es reflejar un estado del alma, en el que esta se encuentra tan turbada que no logra comprender la realidad de que Dios está presente.
Y no lo está solo por el hecho de que sea omnipotente, sino sobre todo porque tiene un interés manifiesto por mí y no puede dejar de acompañarme. Lo importante pues no es clamar al Señor para que Él se "acuerde" de mí (Isaías 49:15 dice que aún si mi madre me olvidara, Él jamás lo haría) ni tampoco para que me oiga (Salmos 34:15 manifiesta que sus oídos están atentos a mi clamor), sino que yo sea consciente de que Su presencia en mi vida y en medio de mis circunstancias es siempre real, independientemente de lo que me dicten mis sentidos.
Cuando yo lo comprenda, me sentiré menos solo. Me ocurrirá lo de Giezi, el siervo de Eliseo, que solo empezó a comprender la realidad espiritual cuando su amo oró al Señor para que le abriera los ojos (2 Reyes 6:8-23). Y sabré que ciertamente estoy en las manos del Todopoderoso que me ama y permitirá que todas las circunstancias obren en mi favor, a su debido tiempo.
Mi oración hoy es para que tú y yo podamos decir después de todo: "En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta."
En el amor de Cristo,
JORGE HERNÁN
(Génesis 28:16, NVI)
Muchas veces, particularmente en tiempo de dificultad, experimentamos de un modo especialmente fuerte lo que algunos llaman "el silencio de Dios". Parecería como si no nos escuchara y al ser incapaces de percibirlo mediante nuestros sentidos corporales terminamos por creer que está ausente.
Hay expresiones coloquiales como "Dios se olvidó de mí" o "tengo el Cristo de espaldas", que aunque atrevidas a veces brotan incluso de los labios de personas que se dicen seguidoras de Jesús de Nazareth. Y aunque parezcan fuertes, en el fondo son incluso más suaves que las que leemos en algunos salmos, o aún las que en algunos momentos de áspera tribulación salieron de la boca de Job. Además, lo único que hacen es reflejar un estado del alma, en el que esta se encuentra tan turbada que no logra comprender la realidad de que Dios está presente.
Y no lo está solo por el hecho de que sea omnipotente, sino sobre todo porque tiene un interés manifiesto por mí y no puede dejar de acompañarme. Lo importante pues no es clamar al Señor para que Él se "acuerde" de mí (Isaías 49:15 dice que aún si mi madre me olvidara, Él jamás lo haría) ni tampoco para que me oiga (Salmos 34:15 manifiesta que sus oídos están atentos a mi clamor), sino que yo sea consciente de que Su presencia en mi vida y en medio de mis circunstancias es siempre real, independientemente de lo que me dicten mis sentidos.
Cuando yo lo comprenda, me sentiré menos solo. Me ocurrirá lo de Giezi, el siervo de Eliseo, que solo empezó a comprender la realidad espiritual cuando su amo oró al Señor para que le abriera los ojos (2 Reyes 6:8-23). Y sabré que ciertamente estoy en las manos del Todopoderoso que me ama y permitirá que todas las circunstancias obren en mi favor, a su debido tiempo.
Mi oración hoy es para que tú y yo podamos decir después de todo: "En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta."
En el amor de Cristo,
JORGE HERNÁN
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