jueves, septiembre 14, 2006

GRACIA TRANSFORMADORA

"No todo el que me dice: "¡Señor, Señor!", entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Entonces les declararé: "Nunca os conocí.¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!"
(Mateo 7:21-23, RV95)


Estoy leyendo un impactante libro de David Servant, titulado "The Great Gospel Deception" ("El Gran Engaño del Evangelio"). Contrariamente a lo que el título indicaría, no sugiere en lo más mínimo que el Evangelio sea un fraude sino más bien que lo hemos torcido y manipulado para que se acomode a nuestras creencias y a nuestras vivencias. Tomamos de la Palabra lo que nos sirve y desechamos fácilmente lo que nos incomoda, desplazándonos alegremente a lo largo de una nueva revelación, el "Evangelio según San Yo", como lo he compartido muchas veces al predicar.

Hablamos de gracia, y este es un concepto tan absolutamente poderoso y tan profundamente abrumador que, aún logrando comprenderlo, nos cuesta compartir. Tenemos un Padre amoroso que envió a su Hijo Unigénito a morir en la cruz por nosotros a cambio de nada. Jesucristo nos amó y nos aceptó desde siempre y pagó un alto precio por nuestra salvación. Nuestra única tarea es recibirlo como Señor y Salvador de nuestra vida y dejar que Él obre. Creer en Él, creerle a Él y confesarlo con nuestros labios, eso es todo. Sobre estas verdades bíblicas se construyó el concepto de la "oración de entrega" u "oración de fe" con la que generalmente marcamos el inicio del caminar cristiano de un recién convertido, y que consiste básicamente en reconocer el señorío de Jesús sobre nuestras vidas.

Pero eso no es realmente todo. Volvamos a la cita inicial, en la cual el Señor rechaza explícitamente a personas que no solo se decían cristianas sino que inclusive estaban al servicio de Dios, pero que no estaban haciendo la voluntad del Padre. Personas autoengañadas, viviendo una gran mentira, creyendo que iban derecho al cielo mientras transitaban ineludiblemente al infierno.

Mencioné la gracia porque hay una verdad abrumadora sobre la misma que no podemos pasar por alto: la gracia perdonadora es al mismo tiempo una gracia transformadora. Una experiencia de conversión es mucho más que la repetición ritual de una fórmula: implica un cambio de vida que se origina en lo más íntimo de nuestra mente y nuestro corazón. Cuando yo realmente recibo al Señor en mi vida y acepto que tenga ese título, mi relación con Él se basa en hacerlo real. Supone un arrepentimiento y un cambio de actitud. Conlleva una decisión de cortar radicalmente con la práctica del pecado y empezar a andar en santidad.

Ojo, no estoy hablando de religiosidad sino de compromiso de vida. Si la gracia de Dios realmente no nos ha transformado es muy posible que no hayamos experimentado una conversión genuina y entonces las promesas de perdón, justificación y redención no tienen efectividad en nuestra vida. Hebreos 11:25 advierte (RV95): "Mirad que no desechéis al que habla, pues si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desechamos al que amonesta desde los cielos". Nuestra fe tiene que traducirse en santificación.

No se trata de que Dios espera que no pequemos, aún el más justo lo hace y de hecho las Escrituras nos advierten que la única excepción a esta norma es precisamente Jesucristo de Nazareth. Pero lo que sí espera es que cortemos con la práctica del pecado, que extirpemos de nuestra vida los malos hábitos y que decidamos vivir a la manera de Cristo, "pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas" (Efesios 2:10, RV95). ¿Qué estoy diciendo? Lo que la Biblia claramente establece: que aunque la salvación no es el resultado de las buenas obras, las buenas obras son el fruto natural de nuestra salvación.

Dios ha preparado una herencia maravillosa para sus escogidos. Pero no podemos sustraernos olímpicamente a las verdades contenidas en el Evangelio en procura de que nuestro estilo de vida sea "aceptable". Un estudio de George Barna citado por Servant menciona que en un estudio realizado hacia 1998 las respuestas de quienes se identificaban a sí mismos como "cristianos nacidos de nuevo" eran virtualmente indistinguibles de los no creyentes en 65 variables no religiosas incluyendo valores, actitudes y tendencias centrales del comportamiento. Esta información estadística simplemente demuestra que muchos autoproclamados creyentes realmente no han experimentado una transformación significativa en sus vidas, haciendo caso omiso de la terrible admonición que nos hace el Señor en Éxodo 20:7 (NVI): "No pronuncies el nombre del Señor tu Dios a la ligera. Yo, el Señor, no tendré por inocente a quien se atreva a pronunciar mi nombre a la ligera".

Dicen algunos que nuestro carácter se refleja en lo que hacemos cuando nadie nos ve. Otros dicen que se revela cuando somos tentados a hacer el mal corriendo un mínimo riesgo de enfrentar consecuencias adversas. Sea lo que sea, Jesús no quiere hipócritas en sus filas, sino personas que están dispuestas a reconocer su pecado cuando fallan pero cuyo corazón tiene la actitud de no convenir con él. La palabra tolerancia no aplica en la vida del creyente al hablar de pecado, sino en el momento de amar a los demás. El asunto es, pues, tener un compromiso de vida que implica no pactar con el enemigo y rechazar la connivencia con el pecado, entendiendo que aunque ocasionalmente caigamos en él, ya no constituye para nosotros una práctica de vida.

Mi invitación de hoy es para que repitas con el salmista: "Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno" (Salmo 139:23-24, NVI). Si en este examen el Señor saca a la luz cosas que no están bien, arrepiéntete, pídele perdón y ruégale que te transforme para que veas realmente Su asombrosa gracia en acción.

Bendiciones,

JORGE HERNÁN


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