viernes, septiembre 15, 2006

CERCA DE ÉL

"Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca"
(Apocalipsis 3:16)

Hay algo que nos acerca profundamente a Dios y es un corazón comprometido. Y algo que nos aleja tremendamente, que es la apatía, la cual bien podría traducirse como tibieza. Hoy cedo todo mi espacio a Jill Carattini, de RZIM, cuyos escritos frecuentemente me bendicen:


09/15/06
CERCA DE ÉL
Jill Carattini
A Slice of Infinity, Copyright (c) 2006 Ravi Zacharias International Ministries (RZIM)



Un conocido mío recientemente me expresó su frustración a causa de la indiferencia. Me dijo que se sentía disgustado cuando sus amigos mostraban desinterés al intentar compartirles ideas acerca de Dios. Sus amigos no se quejaban en particular con respecto a Dios, pero sencillamente el tema no les interesaba. Me dijo, “no puedo entender una mente que no necesite saber si Dios existe, lo que significa que Cristo fuera quien dijo ser, o si alguna de estas dos cosas es falsa”.

Si la gran búsqueda de la vida es descubrir quién somos, descifrar por qué estamos aquí, saber a dónde vamos, entonces es ofensivo y hasta asombroso ver que muchos dejan de lado la búsqueda de la verdad a cambio de un propósito menor. Al igual que mi conocido, Blas Pascal se sentía profundamente frustrado por la tendencia humana de evitar directamente la verdad, en especial cuando esto implica un reto a nuestro sentido de comodidad. Otro gran pensador, C.S. Lewis, se sentía molesto por la propensión humana a evitar por completo el pensamiento. Al señalar la diferencia fundamental entre los humanos y los animales, él explica que lo que hace humana a una persona es su deseo de conocer cosas, de preguntar, de examinar y de entender. Cuando una persona pierde este deseo, es como si hubiera llegado a convertirse en alguien poco menos que humano.

Parece sobrevenir cierta responsabilidad de ser humanos. Hay grandes preguntas de tremendo alcance que todos nosotros podemos escoger ignorar por completo, pero al hacerlo debemos darnos cuenta de que no darles respuesta es en cierto sentido una respuesta. Podemos optar por no pensar en Dios o en las Escrituras o en la persona de Cristo, pero aún así estamos haciendo una elección.

En el Evangelio de Mateo, Jesús dijo “Si no están conmigo, están contra mí” (Mateo 12:30). Para muchos, sus palabras son duras de digerir. Preferimos no pensar en términos tan crudos. Pero cualquiera que haya sufrido de cualquier clase de opresión racial o religiosa es dolorosamente consciente de la verdad contenida en esas palabras de Cristo: aquellos que permanecen apáticos en un trasfondo de persecución, son ciertamente perseguidores pasivos. Si no estás conmigo, estás contra mí: la no respuesta se convierte claramente en una respuesta. Así son las cosas con Cristo.

Alguien me dijo alguna vez que lo contrario de ser como Cristo no es tanto llevar una vida pecaminosa, como normalmente esperaríamos, sino ser una persona apática. La idea es que aún el pecador más consumado que llora delante de Dios es de hecho más cercano al corazón de Cristo que quien se mantiene apático. La mujer sorprendida en adulterio y aferrada a los pies de Cristo estaba mucho más cerca del aliento divino que los hombres religiosos que estaban tras ella con piedras en sus manos. La mujer samaritana que estaba lista para oír las verdades que Jesús le ofrecía acerca de su vida estaba más cerca del Espíritu de Dios y la verdad de Cristo que muchos de los de Su propia raza. Poncio Pilatos marcó una amplia distinción con su postura apática que lo llevó a preguntar frívolamente: “¿Y qué es la verdad?” mientras que miraba fijamente a la Verdad encarnada que estaba delante de sus ojos.

Al no buscar por causa del temor, o la culpa, o el orgullo, la persona apática permanece indiferente a la vida, de tal forma que la verdad misma se le vuelve irreconocible. Pero cuando buscamos con veracidad, nos cuestionamos con esperanza o con duda, procurando cazar la verdad como si nuestra vida dependiera de ello, existimos cerca del trono de Dios. Cristo preguntó: “¿Y ustedes quién dicen que soy?”. No seamos apáticos con respecto a la respuesta.

Jill Carattini es escritora asociada senior de los Ministerios Internacionales Ravi Zacharias International en Atlanta, Georgia.

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